5 Confía En Ellos

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Base militar, 16 de agosto, 1985

Narra Charlotte

Estaba cansada, eran las diez de la noche, sin embargo, tenía que terminar el papeleo que me quedaba. Entre mis tareas estaba el ordenar informes y hacer algunas firmas. Así que normalmente me quedaba hasta tarde haciendo eso, era aburrido pero tampoco tenía otra opción. Decidí atar mi pelo rubio en un moño, pues el calor se hacía notable, me levanté y dejé mi chaqueta militar suavemente sobre la silla del escritorio. Si bien yo dormía en las mismas literas que todo el mundo, cuando mi superior no estaba yo era la que se quedaba con su despacho, que constaba de dos ventanas con unas cortinas rojas, un escritorio de madera de roble con varios cajones, una silla de la misma madera, algunos armarios con libros, polvo y cajones para almacenar documentos, y en medio de toda la habitación, una alfombra roja que contrastaba perfectamente con la madera y las cortinas junto a un sofá no tan grande. 

Cansada y suspirando peiné mi flequillo hacia atrás, normalmente dejaba que cayera de forma que me tapase un ojo, miré la gorra que había dejado en el perchero de la habitación con melancolía. Esa gorra me la había regalado mi hermano, ojalá poder volver a ver su sonrisa, sus ojos, su pelo, le echaba tantísimo de menos. Hacía unos años que decidí hacerme militar por mi propia cuenta, antes de irme, le prometí a mi hermano que volvería y me preparé para irme al campo militar. Allí conocí a Ian, un chico rubio, alemán, alto, fuerte, vamos, el típico tío que te encontrarías ahí, nos hicimos buenos amigos y siempre estábamos juntos, después de unos años de formación, empezó todo el lío de los cambiaformas, me asusté y quise volver a mi casa cuanto antes, necesitaba saber que mi hermano estaba bien. Me denegaron la vuelta todas las veces que lo pedí, así que me colé en la furgoneta que estaba llevando a los afortunaros que les dieron el permiso, desde ese momento, todo se volvió una tortura, por alguna razón, el ejército no quería que me fuera. Cuando llegué a casa, todos muertos, mi padre, mi madre, deseé con todas mis fuerzas que mi hermano estuviera bien, y cuando subí a su habitación lo encontré colgado de una cuerda al techo, con al menos 2 disparos en el estómago, caí sobre mis rodillas y grité de horror.

Mi hermanito, estaba muerto, ellos lo mataron, las personas en las que yo confiaba lo mataron cuando sabían que iba a volver a casa, lloré incontrolablemente y me acerqué al cuerpo sin vida de mi hermano pequeño, de sus manos colgaba una gorra, la cogí y por detrás ponía mi nombre bordado, estoy segura que la habían hecho mi madre y mi hermano juntos para cuando volviera, la abracé con fuerzas y llené de lagrimas el suelo, temblando, me levanté, le di un beso a mi hermano en la frente y bajé las escaleras. Al bajar, ahí estaban, los mismos militares que acabaron con la vida de mi familia, me puse la gorra y levanté mis manos para que no dispararan, me arrestaron y me llevaron de vuelta al ejército, durante el camino trajeron a muchas personas más, ellos nos decían que éramos especiales, ¿Especiales? ¿Por qué? Cuando estuvimos en el campo, no era el mismo de siempre, no sabía donde estábamos, ni nadie a mi alrededor, nos explicaron que nosotros seríamos el arma de la humanidad y algo sobre unos monstruos llamados cambiaformas, no nos explicaron nada más aparte de eso, nos dejaron tirados, con muchas dudas, muchos llorando, estoy segura que no soy la única a la que han destrozado matando seres queridos, poco a poco me empecé a preguntar si los monstruos eran esos cambiaformas, o eran aquellas personas en las que teníamos que confiar. 

En ese lugar encontré a Ian, él también era uno de los seleccionados, gracias a Dios no estaba sola ahí. De repente, todos los recuerdos de cuando estuvimos juntos volvieron a mi mente en una ráfaga, y no pude evitar sonreír. Ian se parecía mucho a mi hermano, y aunque fuera mayor que yo, sentía esa necesidad de protegerle, quizás sea por eso que me molesta tanto que Matthew esté con él. Una puerta sonó, sacándome de mis pensamientos de rabia, duda y melancolía, giré mi vista para ver de quién se trataba, era Helena, no quería que me viera en este estado, y nada más la vi, aparté la vista. 

Muerte AceleradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora