Capítulo Seis

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- Hola mamá, soy yo ‐ Fluke estaba junto a la ventana con el teléfono pegado a la oreja mientras Ohm fregaba los platos de la cena‐. Recibí tu mensaje. ¿Estás bien? Sí, sé que te llamo todos los días antes de las nueve de la mañana ‐Fluke se volvió para mirar a Ohm y bajó la voz‐. ¿Qué? Lo siento, mamá. Angie... ¿Te acuerdas de Angie, verdad? Te la presenté en el Toucan hace varios meses. Sí, es la camarera rubia y bonita que tiene gemelos. Eso es, a la que dejó su marido. Bueno, está mala, así que me ofrecí para ayudarla a cuidar de los niños. Por eso no he seguido la rutina de todas las mañanas. Sí, mamá, los niños dan un montón de trabajo. ¿Qué has dicho? No, no parece que su marido vaya a volver. Sí, lo sé, mamá, los hombres de esta ciudad son todos unos golfos. Excepto papá, es verdad. Y Blu. Sí, sé que tú lo educaste para que respetara a todos. ¿Alex? Sí, mamá, él me respeta.

Ohm soltó una palabrota y después cerró la puerta de un armario con demasiada fuerza.

‐¿Ese ruido? Claro que lo he oído, mamá ‐Fluke le echó una mirada furibunda‐. Son los gemelos. Ya sabes cómo son los niños, tan malos a veces como los hombres hechos y derechos, poniéndose a hacer ruido cuando alguien está hablando por teléfono.

Otro portazo.

‐¿Un buen azote en el trasero? Sí, eso es lo que voy a hacer en cuanto cuelgue el teléfono. ¿Qué has dicho? ¿Blu tampoco te ha llamado hoy? Estoy seguro de que está... de que está bien ‐ Fluke cerró los ojos con fuerza; odiaba la mentira y tener que fingir que todo estaba bien cuando era precisamente lo contrario‐. Si lo veo, lo regañaré por tenerte preocupada, ¿vale? Buenas noches, mamá. Yo también te quiero.

Cuando colgó y abrió los ojos, Ohm estaba a su derecha, tan cerca que sintió su aliento rozándole la oreja.

Fluke se puso tenso.

‐¿Te has enterado de algo interesante?

‐En realidad, sí ‐ le puso la mano en el hombro y lo obligó a mirarlo‐. No sabes dónde está, ¿verdad?

‐¿Quién?

‐Blu.

‐No ‐reconoció Fluke con facilidad‐. Pero eso no es nada nuevo. Blu está tan ocupado como yo.

‐Eso no es a lo que yo me refería, y lo sabes. Te lo noto en la mirada. Estás muy preocupado por él. Está metido en algún tipo de lío y te ha arrastrado también a ti, ¿verdad?

Fluke intentó escabullirse, pero Ohm lo agarró de la muñeca y tiró de él.

‐Yo puedo ayudarte. Deja que lo haga.

‐¡Suéltame!

Fluke se soltó, salió de la cocina y subió las escaleras. Oyó que Ohm subía detrás de él. Cuando llegó a la puerta del baño, se dio la vuelta para mirarlo de frente.

‐Me voy a dar un baño. Márchate.

‐Dame una oportunidad, Fluke. Esta vez no te decepcionaré.

‐Es demasiado tarde.

‐No lo creo.

‐Me importa un rábano lo que creas.

‐Antes solía importarte.

‐Antes también me bañaba con un pato de goma. Pero eso no quiere decir que aún lo haga ‐dicho eso, Fluke se metió en el cuarto de baño, cerró la puerta y echó el cerrojo.

Estaba tumbado en su cama, envuelto en su albornoz azul marino. Estaba precioso, endiabladamente sexy, y del mismo mal humor que cuando le había dado con la puerta del baño en las narices.

Reencuentro con el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora