Capítulo Doce

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Lo encontró en el balancín que había entre los dos robles gigantes del patio trasero.

Estaba allí sentado con las rodillas dobladas y la cabeza apoyada sobre ellas. Ohm no esperó a que lo invitara. Simplemente se sentó a su lado, le echó el brazo por los hombros y lo abrazó.

Fluke no lo rechazó. Ohm no estaba seguro de si eso era una buena o una mala señal. Empezó a mover el columpio con ritmo lento y constante. Instantes después, dejó caer las piernas y se inclinó sobre él.

‐Sabes, compré esta casa hace un año, justo después de que empezara a ir al Toucan a verte. Me acordé de que me dijiste que cuando eras pequeño soñabas con un patio con un columpio. No compré este lugar por la casa en sí o por el vecindario. Es una zona bonita, pero... cuando vine a verla y vi el columpio en este patio tan tranquilo le dije a la de la inmobiliaria que me la quedaba. Ella quiso enseñarme la casa por dentro y yo dejé que lo hiciera, pero no estaba prestando atención al tamaño o al número de habitaciones. Lo único que quería era el columpio y el patio.

‐La casa es muy bonita ‐dijo Fluke en voz baja.

‐Está bien construida ‐le aseguró Ohm‐. Reconozco que el porche me interesó algo porque de pequeño teníamos una vieja hamaca en el porche delantero de la casa del rancho. Mamá solía sacarme de ella a la edad de quince años. Debió de utilizar la escoba conmigo al menos dos veces por semana.

Ohm bajó la cabeza y besó a Fluke en la sien.

‐Después del trabajo, vengo aquí y me imagino que estás sentado a mi lado. A veces me echo a dormir en la hamaca y pienso que tú me estás mirando desde aquí.

‐Por favor, déjalo ya ‐enterró la cara en el pecho de Ohm.

Ohm le levantó la barbilla.

‐No, no pienso parar. Voy a seguir contándote todas las cosas que pensé, todo lo que hice para no volverme loco. Como no podía estar contigo, pensaba en ti todo el tiempo. Te imaginaba pidiéndome que te hiciera el amor sobre el césped.

‐¿Sabes que parece una locura?

‐Claro que sí. El psiquiatra me lo confirmó. Pero el hecho es que funcionó donde las pastillas y la bebida habían fallado. He repetido esas ensoñaciones una y otra vez en mi mente. Hemos hecho el amor en cada habitación de esta casa y en cada centímetro del patio. El verte tres noches a la semana en el Toucan, cantándome esas bonitas canciones...

‐¿Cantándote? ‐dijo con una mezcla de sorpresa y humor.

‐Sí, a mí. Eran todas para mí. Decidí eso desde el principio ‐ Ohm bajó la cabeza y lo besó con ternura‐. Lo que tienes que creer, cariño, es que te amaba entonces y te sigo amando ahora. Fue culpa mía. Entiéndelo, me hago totalmente responsable de eso, pero ahora tenemos la oportunidad de empezar de nuevo. Quiero creer que Koch está muerto. Debería haberlo creído desde el principio.

‐Lo dices como si fuera tan sencillo... Pero no lo es.

Ohm sintió un nudo en la garganta. Tragó saliva.

‐Quiero que estés aquí. Vente a vivir conmigo, cariño.

Cerró los ojos y esperó a que Fluke dijera algo. Pero no lo hizo.

Hacía una noche suave y el fragrante aroma del jazmín les llegó desde los arbustos. Pasaron varios minutos.

Finalmente, Fluke dijo:
‐¿Recuerdas cuando me preguntaste si estaba acostándome con Alex? Quiero que sepas que...

‐Sé que no te ha tocado.

Fluke se incorporó rápidamente y lo miró.

‐¿Cómo lo sabías?

Reencuentro con el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora