Capitulo Cinco

117 27 1
                                    








Llegadas las cinco de la tarde, Fluke había examinado cada centímetro de la casa de Ohm. Concluyendo que debía de haberse llevado consigo la llave de Blu, se dio por vencido y fue en busca de su ropa.

Estaba empezando a pensar que Ohm también se la había llevado cuando encontró sus vaqueros en el cubo de la basura, bajo el fregadero, junto con la camisa rota.

Distraídamente, Fluke acarició la cortina azul de la ventana de la cocina. A pesar de lo mucho que detestaba reconocerlo, Ohm tenía una casa preciosa. La cocina era luminosa y acogedora, tal vez un poco demasiado azul, pero en resumidas cuentas ese color le daba mucha alegría a la habitación. Lo mejor de todo era el jardín trasero y el balancín que colgaba entre un par de robles gigantes.

Cautivado por la belleza del jardín, sacó una silla y se sentó a la mesa de la cocina. Las bien orientadas ventanas ofrecían una vista estupenda de los arriates cuajados de flores, y antes de darse cuenta se pasó una hora soñando con un pedazo de cielo particular como aquel, con suficiente espacio para criar a media docena de niños.

Cuando empezaron a sonarle las tripas, Fluke se levantó de mala gana para sacar un cartón de huevos del frigorífico. Hambriento y contento de tener algo que hacer, estaba a punto de preparar un revuelto de huevos cuando la puerta trasera se abrió y entró Ohm con una bolsa de comida en la mano. Llevaba puesta una camisa de fino algodón azul pálido, unos vaqueros suaves y descoloridos y botas tejanas.

Ohm miró los huevos.

‐Se supone que deberías estar en la cama descansando. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

‐Lo que me da la gana ‐le contestó Fluke.

Notó cómo él estudiaba con interés su ligero atuendo y eso le recordó dónde había encontrado sus vaqueros.

‐¿Cómo te atreves a tirar mis pantalones a la basura? Es lo único que tenía para ponerme.

Ohm respondió si pizca de arrepentimiento: ‐No estaba seguro de que Kao pudiera contigo, de modo que tomé una medida de
precaución ‐ le echó un buen vistazo a sus esbeltas piernas‐. En ese momento me pareció buena idea.

‐Te dije que no me movería de aquí. No tenías por qué estropear mis vaqueros.

‐Me la has jugado otras veces, ¿recuerdas? Una vez también me prometiste no moverte.

El incidente al que se estaba refiriendo había tenido lugar unos días antes de dejarlo. De repente se había vuelto exageradamente protector con él, exigiéndole que le dijera dónde estaba cada minuto del día. Después impuso aquel ridículo toque de queda que había esperado que Fluke acatara por completo.

Lo último habían sido los dos policías de paisano que le había puesto para que lo siguieran como si fuera un criminal.

Por supuesto Fluke había protestado y lo había amenazado, pero él no le había hecho caso. No le había quedado otra que escabullirte de los policías y poner a Ohm en su sitio; no era el tipo de persona que permitía que un hombre controlara su vida de tal modo.

Entonces lo había encontrado esa noche en mitad de un homicidio en la calle Bourbon. Cuando le había tocado en el hombro y él se había vuelto, le había echado una mirada de lo más tenebrosa.

Dos días después había roto con Fluke.

‐Deberías tumbarte y tomártelo con calma, ¿no crees?

Entró en la cocina y dejó la bolsa sobre la mesa.

‐Es lo que he hecho ‐Fluke soltó la mentira con poca convicción‐. Acabo de levantarme hace un rato.

No tenía la intención de decirle que había afanado el móvil que Kao había dejado en la mesa y que había llamado pidiendo ayuda; claro que no le había servido de mucho. Tampoco le diría que había registrado su casa centímetro a centímetro buscando la llave de Blu; los ocho armarios empotrados, todos los cajones de su dormitorio, la despensa de la cocina y el desván.

Reencuentro con el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora