Capítulo Nueve

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Al entrar en la cocina, Ohm oyó que volvían a llamar.

Sacó su 38 Especial, el que guardaba en la panera, y luego abrió la puerta y apuntó a la cara de Rose Natouch.

Rose soltó una exclamación entrecortada y retrocedió.

‐ ¡Dios mío!

‐Lo siento, lo siento. - maldijo entre dientes y bajó el arma.

‐Santo Cielo, Ohm. Si es así como recibes a todos tus invitados, no me extraña que no tengas compañía.

Ohm se metió la pistola en la cinturilla de los pantalones.

‐Pensé que era otra persona. Pensaba que era... Bueno, qué más da lo que pensara. ¿Qué puedo hacer por usted, señora Natouch?

‐Sé que es tarde, y me disculpo por venir a estas horas. Es que no sabía a quién acudir, Ohm. ¿Te importa si paso un momento?

Rose no le dio la oportunidad de contestar. Pasó junto a él y entró en la cocina.

‐Dios mío, vaya, vaya. Cuánto espacio y qué alegre. Debe de gustarte el azul. No he visto tanto azul en una misma habitación en mi vida. Mira, si incluso tienes el fregadero azul.

Ohm miró alrededor, fijándose en todo lo azul. Había una muy buena razón para tener tantas cosas en azul: era el color favorito de Fluke.

‐Aquí cabrían mi cocina, mi salón y mi cuarto de baño juntos ‐se volvió y miró a Ohm con un montón de preguntas asomándole a los ojos‐. ¿Vives solo aquí?

‐ Sí.

‐¿Todo esto para una persona? ‐lo miró con incredulidad‐. A la mayoría de los hombres les gustan las cosas sencillas. Sobre todo si viven solos y trabajan tanto como tú. ¿Tienes muchas visitas?

‐No.

‐¿Te visita a menudo tu familia?

‐No. A mis padres no les gusta demasiado viajar, y mi único hermano está muy ocupado con su rancho de Texas.

Rose se fijó en lo limpio que estaba todo.

‐¿Tienes una... señora de la limpieza?

Ohm sonrió. Rose Natouch no estaba pensando en ninguna señora de la limpieza; lo que quería saber era si Ohm tenía compañía.

‐Sí, la tengo. Viene una vez por semana.

Rose miró hacia el salón, como si sintiera curiosidad por ver el resto de la casa. Pero Ohm no tenía intención de enseñársela. ¿Qué le diría cuando llegaran a su dormitorio y viera a su hijo menor allí amordazado y esposado a su cama?

Ohm se estremeció al pensar en Fluke. Miró hacia el salón, casi esperando a que Fluke apareciera arrastrando la cama. Agarró a Rose del brazo antes de que la mujer se pusiera cómoda.

‐¿Por qué no nos sentamos fuera? Hace calor en casa hoy.

‐Tonterías, yo estoy perfectamente.

Rose miró la mano con la que le agarraba el brazo y Ohm la retiró inmediatamente. Observó a la esbelta mujer mientras se sentaba en una de las sillas; Rose se colocó el bolso en el regazo y lo miró fijamente.

‐Ohm, pareces cansado: necesitas dormir más.

Dormir. Sí, no le iría mal dormir un poco. En los últimos dos días había dormido menos de seis horas en total.

‐¿Le apetece algo? ¿Limonada? ¿Té helado?

‐No, nada, gracias.

Ohm se sentó frente a ella y estudió a la madre de Fluke. Tenía el mismo aspecto de siempre, vestida de manera sencilla y práctica. Su estilo era sencillo, al igual que sus maneras, y sin embargo no podía ocultar su belleza natural. A sus cincuenta y pocos años, Rose había sobrevivido a la muerte de su marido y a las cargas y deudas que le había dejado Carl al morir. Trabajaba duro y tenía mucha fe en sus hijos.

Reencuentro con el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora