Capítulo Ocho

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Un hombre había muerto y su cuerpo había sido encontrado en el río cerca del muelle DuBay.

Cuando Fluke oyó aquello estaba sentado en la cocina con Kao. Le había dicho que sabía cocinar y él le había dejado que le preparara la comida.

Oyó la noticia por segunda vez cuando paseaba de un lado a otro de la habitación de Ohm, mordiéndose el labio.

El parte había dicho que lo habían encontrado muy de mañana, un hombre blanco de unos veintitantos años. Fluke había intentado llamar a Alex sin suerte, y después se había tragado el orgullo y había llamado a la comisaría para hablar con el detective Thitiwat. Cuando no había logrado dar con Ohm, se había echado a llorar.

Minutos después había intentado una escapada que resultó ser inútil; Kao Ward era tan sagaz como Ohm y había adivinado su plan, incluso la puerta que iba a utilizar y la dirección que había decidido tomar. Había hecho una segunda intentona un par de horas después, pero cuando se coló por el agujero del seto se topó de bruces con Kao.

En ese momento, horas después, Fluke estaba deshecho. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y parecía que tenía un reloj en la cabeza. Le dolían los pies de tanto caminar y el labio le sangraba. Además, tenía un terrible dolor de estómago. Estaba enfermo.

No podía entender por qué Ohm no lo había llamado o vuelto a casa. Le había dejado una docena de mensajes en la comisaría. Sin duda habría recibido alguno.

En ese momento oyó el ruido del Blazer de Ohm. Fluke corrió y estuvo a punto de tirar a Kao al suelo al pasar hecho una exhalación junto a la hamaca donde estaba tumbado.

Ohm estaba saliendo de su coche cuando Fluke, con los nervios de punta, le gritó: ‐¿Dónde demonios has estado? ‐no le dio tiempo a responder‐. ¿Es que no has recibido mis mensajes?

Fue entonces cuando vio lo serio que estaba y cerró la boca.

‐Recibí los mensajes ‐dijo mientras avanzaba por el patio‐. Quería verte en persona.

A Fluke se le revolvió el estómago.

‐Dímelo, maldita sea. Dime quién es.

Ohm subió las escaleras pausadamente.

‐No te vayas, Kao. Hay un par de cosas de las que quiero que hablemos. Pero más tarde, ¿de acuerdo?

‐Es Blu, ¿verdad? ‐el pánico se apoderó de Fluke y empezó a imaginar cosas horribles‐. Dímelo, dímelo. ¡Maldito seas!

Fluke era vagamente consciente de que Kao había bajado las escaleras y había desaparecido. La garganta se le cerró y la lengua se le quedó inmóvil mientras Ohm ocupaba el lugar de Kao en el porche. Sacudió la cabeza e intentó hablar. Cuando no le salieron las palabras, agarró a Ohm de la camisa con fuerza.

‐Estoy harto de esperar. Quiero saber qué le ha pasado a mi hermano.

Ohm le echó el brazo por los hombros y lo abrazó, cosa que a Fluke le heló la sangre en las venas; tenía algo horrible que decirle. Tenía razón, el cuerpo que habían encontrado en el agua era el de Blu. ¡Oh, Dios!

En ese momento Fluke perdió toda la fuerza y se dejó caer sobre Ohm. Él le echó el brazo por los hombros y lo condujo hacia la casa.

‐Vamos, cielo, siéntate ‐lo sentó suavemente en una silla de la cocina y se colocó de rodillas delante de Fluke.

Fluke sintió que perdía la razón. Empezó a llorar otra vez.

‐Por favor, que no sea Blu. Dime que no lo han matado, Ohm. Dime que todo ha sido un error. Se echó a temblar violentamente y se abrazó para calmarse. Todo el día había temido lo que Ohm iba a decirle, pero también había estado intentando convencerse a sí mismo de que Blu era demasiado listo para dejar que ocurriera algo así.

Reencuentro con el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora