Un encuentro inesperado

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Hay una cosa que hace que olvide por un momento la mierda de situación que estoy metido, y eso es jugando al voleibol.

Tengo entrenamiento todos los días, al salir de clase, bueno, media hora después de finalizar las clases. Esa media hora la utilizo para ir a cambiarme y a veces hacer algunos deberes.

Acabamos de empezar la pretemporada y en mi equipo hay un objetivo claro y común: queremos llegar a ser campeones del distrito. Sabemos que es complicado, pero no estamos desanimados.

Yo soy el capitán del equipo y un jugador clave. Yo soy el colocador, todo juego que haya pasa por mis manos. Cada buen remate tiene mérito mío, cada mal ataque tengo culpa de ello. Es una carga que me he acostumbrado a llevar en los hombros.

Acabo el primer entrenamiento del curso con buenas sensaciones. Si mejoramos más y seguimos teniendo esa actitud, podemos llegar muy lejos.

Voy a por mis cosas al vestuario y salgo sudado, con una sudadera y unos pantalones cortos. No me gusta ducharme en el vestuario, no es nada personal, solo que no me gusta enseñar mi cuerpo.

Me colocó mis cascos y salgo del vestuario mirando el móvil, ignorando a cualquiera que hubiera a mi alrededor. Eso es lo que pretendo, pero una mano me agarra por el brazo y yo me exaltó.

—Lo siento.

Abro los ojos paralizado y me quito rápidamente los cascos, guardándolos en el bolsillo antes de mirarle fijamente.

—Carlos... —Susurro.

—No quería asustarte, lo siento. —Dice de nuevo con una actitud seria.

—No te preocupes. —Río levemente restándole importancia. —Cuando me pongo los cascos, me aíslo del mundo.

—Ya te he visto, ya. —Corrige un poco su postura.

—¿Qué haces aquí?

—Pues ahora salgo de entrenar media hora antes que tú, y me he quedado a esperarte.

—¿A esperarme?

—Si. —Le miró alucinado. ¿Hay alguna posibilidad de que quiera arreglar las cosas?

—¿Qué quieres decirme? —Digo con un tono esperanzador.

—Me preguntaba si podías quedar, para empezar el trabajo, este viernes en mi casa.

—Oh... —No sé muy porque, pero me esperaba otra cosa. —Vale, ¿a qué hora?

—A las seis y media si te parece bien. —Veo como agarra con fuerza una de las cuerdas de su mochila.

—Vale. —Asiento ligeramente y me pongo la mochila en los hombros, ya que en todo momento la tenía en el suelo.

Él me sonríe nervioso y yo no puedo evitar sonreír ligeramente. Ahora mismo, no sé muy bien que acaba de pasar.

Salgo del instituto por otro camino distinto al de Carlos, ya que aún que viviéramos casi al lado, necesito contarle todo esto a mi consejero.

Yendo directamente a su casa, sacó mi teléfono y marcó a George.

—¿Estás en casa? —Le preguntó tan rápido que parece que se alarma un poco.

—No, estoy en el parque de camino a casa de Leclerc, ¿qué ocurre?

—Espérame, voy para allá. —Y cuelgo la llamada.

Cambio de rumbo y voy casi corriendo al parque. Veo a lo lejos la sudadera tan llamativa y distinguida de mi amigo y comienzo a correr, eufórico, no sé muy bien por qué, pero lo estoy.

Segundas oportunidades || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora