CAPÍTULO 18: AMORES QUE MATAN

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Agosto de 2013. Guadarrama. Un año antes...

Tras despedirme de las chicas, me encaminé hacia casa con paso ligero. No quería llegar tarde y ganarme una nueva bronca de mis padres. Últimamente, era propensa a ellas.

Avancé por la avenida Alfonso Senra y me desvié por una de las callejas cercanas. Era un atajo que utilizaba a menudo, aunque jamás lo había recorrido sola y mucho menos a estas horas de la madrugada. En la calle reinaba un silencio sepulcral; parecía que todo el pueblo dormía plácidamente. No fue hasta que escuché unos pasos tras de mí, que tuve la certeza de que alguien me seguía. Aceleré el paso y me introduje por uno de los callejones contiguos. Me costaba respirar y sentía cómo el miedo y la adrenalina se apoderaban de mí. No me atrevía a echar un vistazo a mi espalda. De repente, empecé a ver borroso y me di cuenta de que me costaba orientarme.

«¿Cómo era posible? ¡Sólo había tomado una copa! Bueno, y lo que quedaba de la de Mati» ―pensé. Entonces recordé que me había permitido el lujo de perder de vista mi bebida mientras hablaba con Samira―. «¿Y si me habían echado algo en la bebida?».

Dejé de escuchar aquellos pasos y solté una bocanada de aire. Pero en cuanto doblé la siguiente esquina, unos fuertes brazos me empujaron contra la pared. Todo me daba vueltas y una aterradora idea se me pasó por la cabeza: me habían puesto algo en la bebida; no había otra explicación.

Alcé la vista y me encontré con aquella mirada enfermiza.

―Jaime, ¿qué estás haciendo? ―pregunté, intentando que mi voz pareciera serena.

―¿A ti qué te parece? ―respondió él, esbozando una diabólica sonrisa.

―No te atrevas a tocarme ―le advertí, adelantándome a sus intenciones.

Intenté salir corriendo pero él ya había averiguado mis planes. Me empotró contra la pared y un dolor agudo me recorrió la columna cuando las piedras que sobresalían de ella se me clavaron en la espalda. Empezó a besarme el cuello y a manosearme con movimientos bruscos.

―¡Jaime! ¡Suéltame ahora mismo! ―grité, desesperada. No me podía creer que el Jaime que yo conocía me estuviera haciendo aquello. Él siempre había sido un joven con temperamento, tal vez incluso un poco violento cuando se enfadaba, pero no era un...

―¿Por qué me rechazas? ¿Qué me falta para ser lo suficientemente bueno para ti? ―Su voz era quejumbrosa y su aliento apestaba a alcohol. Introdujo sus ásperas manos por dentro de mi camiseta y alcanzó el aro de mi sujetador con ellas. Traté de apartarle de mí, pero fue inútil. Los ojos me escocían ante la impotencia de no poder hacer nada―. Lo he dado todo por ti, Amanda. Te quiero y te lo he demostrado con creces, ¿qué más necesitas?

―Para, por favor ―le supliqué con lágrimas en los ojos. Él se detuvo y clavó sus ojos en los míos―. Jaime, no puedes obligarme a quererte.

Mis palabras produjeron el efecto esperado. Jaime lanzó un puñetazo contra la pared y se volvió hacia mí, iracundo.

―¡¿Por qué?! ¡No lo entiendo! ―bramó furioso―. ¡Podría dártelo todo!

―¡Porque estoy enamorada de Damián! ―grité y su rostro se contrajo por la rabia.

Antes de que pudiera arrepentirme, Jaime descargó contra mí y me propinó un puñetazo en la mejilla. Después me clavó su rodilla en las costillas y me hizo caer al suelo. Solté un alarido de dolor al golpearme la cabeza contra la pared y me quedé tirada en el suelo, incapaz de levantarme. Las lágrimas salieron a borbotones de mis ojos y salpicaron mis mejillas. Jaime me agarró por los hombros y me levantó del suelo, para después zarandearme y estamparme contra la pared sin piedad.

AL LÍMITE DE LA VERDAD. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora