CAPÍTULO 11: AL BORDE DEL ABISMO

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Septiembre de 2014. Torrelavega. En la actualidad...

Miré a mí alrededor y observé que me encontraba en una amplia plaza, iluminada por un sol inusualmente brillante. Escruté a través de los deslumbrantes rayos de luz que entorpecían mi visión, y vi una enorme fuente que se extendía a lo largo de la misma, ocupando todo su diámetro. En lo alto de ésta, pude distinguir una figura de mármol con formas de mujer. El agua caía a ambos lados de ella, salpicando el bordillo que rodeaba toda la fuente. Decenas de manos, cargadas por un maletín u ocupadas con un teléfono móvil, atravesaban la plaza con gran rapidez. A pesar de ser casi las 6 de la tarde, la calle no estaba demasiado transitada. Sin embargo, los pocos bancos que daban a la sombra ya estaban abarrotados por personas de la tercera edad y niños recién salidos del colegio. Los más pequeños ya estaban preparados para degustar el bocata que sus abuelos les habían preparado. Sentí que desfallecía al recordar que no había comido nada desde la cena del día anterior. Apenas podía creer que siguiera en pie.

De repente, noté un pequeño mareo y tuve que sostenerme en la farola más cercana para evitar caerme. Miré hacia la primera calle que se abría paso desde aquella plaza y, después hacia la segunda, y hacia la tercera...No sabía muy bien lo que buscaba. Tal vez alguna señal que me orientara sobre dónde me encontraba, o tal vez unas fechas rojas sobre el asfalto que me indicaran el camino de vuelta a casa. Sentí una punzada de dolor en el estómago. No tenía casa, ya no. Y aunque todos los recuerdos de mi infancia se hubieran quedado allí, atrapados para siempre, sabía que nunca podría recuperarlos. No podía volver. Al menos, no con vida.

Ahora la única opción que me quedaba era encontrar el modo de salir de allí y un lugar donde refugiarme. Pero ni siquiera era capaz de lograr eso. Me di cuenta de que estaba absolutamente perdida, y de que no tenía a nadie más en el mundo que pudiese ayudarme en ese momento, salvo yo misma. Así que, haciendo acopio de todas mis fuerzas, me enderecé todo lo que mi cansado cuerpo me permitió e intenté orientarme. Algo que siempre se me había dado francamente mal. Era obvio que me encontraba en algún lugar de Torrelavega, pero averiguar dónde exactamente y cómo llegar hasta Santander, iba a resultar más complicado de lo que en principio había planeado.

Maldije para mis adentros al recordar la abochornada cara de nuestro conductor de autobús, mientras nos anunciaba que el vehículo se había averiado y que no podríamos continuar nuestro viaje a Santander.

«Maldito Karma. Esto es un castigo por la pequeña broma al inspector»

Levanté la vista, justo a tiempo para comprobar que mi sensación de sentirme observada no era tan descabellada. A pocos metros de mí, junto a la enorme fuente ―aunque justo al otro lado de la gran masa de agua―, un grupo de chicos me observaba. Sus miradas y sonrisas petulantes me encolerizaron. Me limité a ignorarlos; por ahora tenía cosas mucho más importantes que hacer.

―¡Eh, rubia! ¿Qué haces ahí tan solita? ¡Ven aquí, y te enseñaremos lo que se puede hacer con ese cuerpecito! ―gritó uno de ellos.

Levanté la vista y miré a mi alrededor buscando a la destinataria de tan groseras palabras. Pero todo el mundo me miraba a mí. Tardé en darme cuenta de que yo era la "rubia" a la que se referían y me pregunté cuán grande sería su desilusión si supieran que era rubia de bote.

El que se había dirigido a mí era un chico alto, con un chándal viejo y una sudadera negra. Tenía el pelo rapado y varios piercing: uno en la oreja, otro en la parte superior del labio y dos sobre su ceja izquierda. Me recordó a uno de los tipos que nos atacaron en el puente hace un año. Le observé mientras se pasaba la lengua por los labios y una propuesta indecente salió de sus labios.

AL LÍMITE DE LA VERDAD. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora