CAPÍTULO 27: UNA MUERTE ANUNCIADA

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Septiembre de 2014. Pedreña. En la actualidad...

Cuando me desperté, tuve la sensación de que era la primera vez que no dormía tan profundamente. Me estiré y escondí la cabeza bajo la almohada. No quería levantarme de la cama; se estaba tan a gusto...

De repente, capté un olor extraño y desconocido en la parte izquierda de la cama. Bueno, no era tan desconocido. Mi almohada olía a Gonzalo y eso solo podía significar una cosa. Lo que creía que había soñado anoche, había ocurrido de verdad. Una oleada de sentimientos contradictorios me nubló la mente. ¿Gonzalo metido en mi cama y abrazándome? Venga ya, eso era imposible.

Entonces recordé que había dormido con una de sus camisas y me dije que lo más razonable era que la tela todavía conservara su olor. De repente, todas mis ilusiones fueron sustituidas por una profunda decepción. Ni siquiera yo misma me entendía. Se suponía que debería darme muy mal rollo que un tío se metiera a hurtadillas en mi cama, pero era Gonzalo. Él jamás podría darme miedo en ese aspecto. Y que lo hubiera hecho, me hacía pensar que tal vez...

«Amanda, deja de pensar estupideces y céntrate» —me reprendió la voz de mi conciencia.

Me levanté de la cama de un salto y fui a la cocina. Estaba bajando por las escaleras cuando mi olfato captó un agradable olor a huevos fritos y beicon.

—Amanda —me llamó él con una voz extremadamente fría—. Aquí tienes tu desayuno.

No me había llamado sirenita. Malo.

Me encogí de hombros y empecé a comer.

—Están ricos —dije mientras masticaba un trozo de beicon.

—Gracias —respondió él con sequedad.

—¿Sabes algo de Roi? —volví a preguntar. No sé por qué pero esa mañana me había levantado habladora.

—No.

—¿No te ha llamado?

—No.

Vale, a Gonzalo le pasaba algo y no había que ser demasiado listo para darse cuenta. Estaba más distante de lo normal, pero decidí no darle importancia. Este chico era así de bipolar; seguro que se le pasaba en un rato. Pero pasaron las horas y me fijé en que no había soltado ninguna de sus bromitas. Malo.

Sobre las seis de la tarde coincidimos en el salón. Bueno, en realidad no había sido casualidad. Llevaba todo el día preguntándome qué era eso que había hecho cambiar tan drásticamente de actitud a Gonzalo, así que decidí que era el momento de averiguarlo. Cuando entré en el salón, él estaba leyendo un libro de Dan Brown y eso fue algo que me sorprendió gratamente.

—El Código Da Vinci —dije nombrando el título. Al ver que ni siquiera levantaba la vista del libro, añadí—. ¿Por dónde vas?

—Por la parte en la que te callas y me dejas seguir leyendo —me escupió con desdén.

Mi cara era un cuadro pixelado en diferentes emoticonos de WhatsApp. Por suerte, él ni siquiera me miró.

Resoplé y me senté en uno de los sofás. Encendí la televisión y fui haciendo zapping hasta que me cansé y lo dejé en Telecinco. Estaban echando ese programa de adivinar una palabra a través de la definición que te daba el presentador. Pasapalabra creo que se llamaba. Lancé un suspiró y me acomodé en el sofá. La verdad es que no podía quejarme. Teniendo en cuenta que todo lo que emitía ese canal era considerado telebasura, aquello era lo mejorcito.

"Contiene la Y, río australiano que es el más caudaloso del país".

—Murray —dijo Gonzalo.

AL LÍMITE DE LA VERDAD. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora