CAPÍTULO 21: UN CRUEL ASESINO

9 2 0
                                    

Septiembre de 2014. Torrelavega. En la actualidad...

―¿Qué demonios ha sido eso? ―Me interrogó Gonzalo de súbito. Había parado la moto a un lado de la carretera y me miraba de hito en hito. Por un momento pensé que podría llegar a leer a través de mis asustados ojos azules.

―Podría preguntarte lo mismo ―le repliqué entrecerrando los ojos―. ¿A qué ha venido lo de Jota? ¿De verdad creías que molerle a golpes era la solución?

―Aquí estamos, ¿no? ―respondió abriendo los brazos y señalando la moto.

―¡Esa no era la manera! ¡No puedes conseguir todo lo que quieres utilizando la violencia! ―me bajé de la moto, indignada por el carácter imperturbable de Gonzalo.

―¿Ah no? ―inquirió él dejando caer la moto al suelo y acercándose a mí con gesto amenazador―. ¿Y cuál era la manera? ¿Restregarte con él como si fueras una cualquiera?

Le solté un guantazo y me arrepentí al instante.

―¡No soy ninguna puta! ―le espeté furiosa―. Y si quiero restregarme con él, es mi problema.

―Sabía que tenías mal gusto, pero esto sobrepasa los límites de la estupidez ―escupió con desdén―. Te van los buenos para nada.

—¿En lugar de los vanidosos y egocéntricos como tú, quieres decir? ―pregunté con incredulidad―. Así que es eso. Todo esto es porque estás celoso.

—No estoy celoso. Jamás lo estaría de un tipo como Jota.

—Admítelo. Todo iba bien hasta que me has visto con él.

—¿Vas a volver otra vez con eso? En ese caso, te recomendaría que no se te pase por la cabeza la idea de meternos a los tres en una misma cama. La cosa podría acabar bastante mal ―comentó con sorna.

—¡No seas estúpido!

—Sí, ¿verdad? No habríamos cabido todos ―su sonrisa petulante se había desvanecido para dejar paso a su hostilidad.

—¿Por qué dijo Jota que eras culpable de la muerte de...? ―se me quebró la voz―. ¿Para quién trabajabas, Gonzalo? ¿Qué clase de vida llevabas antes de conocernos?

—Eso no es asunto tuyo ―su voz sonó grave y taciturna. Pude ver cómo me apartaba la mirada mientras su rostro se volvía sombrío.

—Yo creo que sí. ¿No decías que tenías derecho a saber en qué líos estaba yo metida? Pues creo que yo también merezco saber con quién estoy compartiendo las que tal vez sean mis últimas horas de vida.

—Te recuerdo que yo aún no sé por qué demonios te persiguen ―dijo con la mirada puesta en el suelo―. Y no digas tonterías. Mientras estés conmigo nunca serán tus últimas horas de vida ―alzó la vista y me miró.

—Puedo ayudarte ―le prometí con ojos suplicantes—. Pero necesito que confíes en mí y me digas qué tan ciertas son las palabras de Jota.

—No puedes ayudarme —gruñó él—. Al contrario, saberlo solo te traería más problemas.

—¿Por qué intentas protegerme? ¿Por qué te crees con derecho para salvarme la vida y luego no me dejas hacer lo mismo por ti? Déjame ayudarte, Gonzalo. Estamos juntos en esto, ¿recuerdas?

—¿Sabes qué? Todo es cierto ―me agarró con fuerza por el brazo para amedrentarme y, levantando la voz, añadió―. He matado a cientos de personas y fui el culpable de la muerte de la persona que más he querido en mi vida. Sí, la maté a ella también. Soy un asesino, un mercenario al servicio del mejor postor y que mata por dinero. Soy un sicario, Amanda, y de los mejores. Mi trabajo es matar a sangre fría, quitarles la vida a personas inocentes. Sin hacer preguntas ni pedir explicaciones. Mi jefe me da un nombre y yo lo elimino del mapa. Así es como funciona.

AL LÍMITE DE LA VERDAD. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora