CAPÍTULO 13: EL PLAN Z

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Septiembre de 2014. Torrelavega. En la actualidad...

Cuando quise darme cuenta, ya les habíamos esquivado. Algo que, aunque en las películas parece fácil, es bastante más complicado. Pero debía reconocer que él era bueno en esto.

Pisó el freno, esta vez con suavidad, y el coche se paró. Me di cuenta entonces de que nos encontrábamos en campo abierto. Una larga pradera se extendía ante mis ojos y podía distinguir una arboleda a unos doscientos metros de nosotros. Me pareció un panorama bastante interesante: dos desconocidos perdidos en mitad de la nada y con un coche robado entre manos.

Cuando volví la vista hacia él, sus insondables ojos verdes estaban fijos en los míos. No pude evitar ruborizarme. Él advirtió de mi reacción y, sonriendo, puso las manos sobre el volante.

―Bueno, creo que ha llegado el momento de las presentaciones ―dijo y se volvió para mirarme con una sonrisa socarrona. Su mirada era tan intensa, que sentí que podía leerme la mente―. Soy Gonzalo. Ha sido un placer salvarte la vida.

―Amanda ―fue lo único que dije. La verdad es que no confiaba del todo en él.

―¿Eso es todo lo que vas a decir? ―Pude ver cierta diversión en sus ojos―. Bien, espero que tus explicaciones no sean tan escasas. No tengo mucha paciencia.

Eso ya era una advertencia.

« ¿Pero qué se cree este tío, que por haberme metido con él en un coche robado tiene algún derecho para interrogarme sobre mi vida privada?» ―pensé. La indignación bullía en mi interior―. «Porque no lo tiene, ¿no?».

Le lancé una mirada llena de desconfianza y, acto seguido, la desvié hacia la ventana. No podía contárselo. ¡Me matarían! ¡Lo matarían a él!

«Espera un segundo, ¿me estoy preocupando por lo que le pueda pasar a este individuo?» —pensé—. «Definitivamente, el golpe en la cabeza debe de haberme afectado. Y mucho».

Fue entonces cuando mi mano se dirigió casi inconscientemente hacia mi herida en la frente, bajo el nacimiento del cabello y mis dedos se marcharon de sangre. Debía de habérmela hecho cuando choqué contra el cristal en uno de sus frenazos. Por suerte, no parecía nada grave.

―¿Estás bien? Déjame ver eso ―intervino él con una repentina preocupación. Se acercó a mí, dispuesto a examinarme la herida, pero me aparté. Su mirada ahora reflejaba rudeza―. Sé que no confías en mí. Pero, créeme. Después de todo lo que ha pasado, yo tengo muchas más razones para desconfiar de ti que tú de mí.

―Odio a los tíos chulitos y engreídos como tú ―me limité a decir.

―Debo reconocer que las tías como tú tampoco es que sean mi debilidad ―se mofó.

―¿Cómo son las tías como yo? ―pregunté algo confusa.

―Repelentes, lloronas, problemáticas e insoportablemente quejicas ―aclaró con desaire.

―¿Problemática yo? ―Repetí con escepticismo mientras fruncía una ceja―. Permíteme decirte que tú eres el delincuente roba–coches que ha estado a punto de hacer que nos estrellásemos.

—No es a mí a quien busca la policía, o la mafia o lo que demonios sea eso que te persigue ―contraatacó. Sin embargo, esa sonrisa petulante y mirada triunfal se engrandecía con el avance de la conversación. Parecía que disfrutaba discutiendo conmigo―. No voy a arrancar hasta que me expliques de qué va todo esto. Así que tú verás si quieres pasar una noche aquí conmigo en mitad de la nada o si prefieres volver a tu casa con tus papis.

AL LÍMITE DE LA VERDAD. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora