AÑOS ATRAS

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 2003

El cielo sobre Chicago estaba nublado, presagio de lo que vendría. Jay Halstead caminaba por las calles con las manos en los bolsillos, los nervios consumiéndolo por dentro. Sabía que lo que iba a hacer esa tarde rompería el corazón de Dalia, pero sentía que no tenía otra opción. Se había enlistado en la escuela militar, y en pocas semanas partiría a Afganistán. Había guardado ese secreto, convencido de que era lo mejor para ella... y para él.

Al llegar al parque donde siempre se encontraban, vio a Dalia sentada en su lugar habitual. Su largo cabello castaño caía sobre sus hombros mientras ella sonreía con esa luz que tanto lo desarmaba. Jay sintió un nudo en la garganta. ¿Cómo iba a decirle que la iba a dejar sin siquiera una explicación clara?

—Jay, ¡al fin llegas! —Dalia sonrió, levantándose de un salto para abrazarlo—. ¿Estás bien? Te ves un poco... extraño.

Jay la abrazó de vuelta, pero el contacto lo hizo sentir aún más culpable. Sabía que ese abrazo sería uno de los últimos.

—Dalia, tenemos que hablar —dijo, apartándola suavemente.

La sonrisa de Dalia se desvaneció al instante. Sabía que algo andaba mal. Jay casi nunca usaba ese tono con ella.

—¿Qué pasa? —preguntó, la preocupación reflejada en sus ojos verdes.

Jay tomó una profunda respiración, mirando hacia el suelo, incapaz de sostener su mirada. Su corazón latía con fuerza, cada palabra pesaba en su lengua.

—Me voy, Dalia... —comenzó, su voz apenas un susurro—. Me enlisté en la escuela militar hace unos meses. En unas semanas me mandan a Afganistán.

El silencio entre ellos se hizo denso y pesado. Dalia lo miró sin comprender al principio, como si sus palabras no tuvieran sentido.

—¿Te... te enlistaste? —tartamudeó, sus ojos comenzando a llenarse de lágrimas—. ¿Por qué no me lo dijiste antes, Jay? ¡¿Por qué no me contaste nada?!

—No quería que te preocuparas, ni que intentaras detenerme —dijo él, intentando mantenerse firme—. Es algo que necesito hacer, por mí. Esto es lo que siempre quise, Dalia.

—¿Por ti? —Dalia lo miró incrédula, dando un paso hacia atrás—. ¿Y qué hay de nosotros? ¿De lo que construimos juntos? ¿Todo eso no importa?

Jay sintió que su corazón se rompía en mil pedazos, pero sabía que no podía retractarse. Había tomado la decisión mucho antes de aquella conversación.

—No podemos seguir juntos... —soltó finalmente, cada palabra como un golpe—. Será mejor así, Dalia. No sé cuándo volveré ni cómo será todo cuando regrese. No quiero atarte a una vida incierta.

El rostro de Dalia se contrajo en dolor, sus lágrimas ya no contenidas. Jay intentó acercarse a ella, pero ella lo detuvo levantando la mano.

—No... no hagas esto, Jay —susurró, su voz quebrándose—. No puedes simplemente irte sin más. No puedes romper todo así, sin explicaciones. No es justo.

—Lo siento... —dijo Jay, sintiendo cómo su propia voz vacilaba—. Te amo, Dalia, pero esto es lo correcto. No quiero que estés esperando por alguien que puede no volver.

Dalia retrocedió unos pasos más, su mirada rota, llena de una mezcla de confusión y traición. Jay sabía que nunca podría reparar el daño que estaba causando.

—Entonces, vete —respondió ella entre lágrimas—. Si esto es lo que quieres, Jay... vete.

Jay la miró una última vez, grabando en su memoria su rostro y el sonido de su voz antes de girarse y caminar en dirección contraria. No miró atrás, aunque cada paso se sintiera como una daga en el corazón.

"SERENDIPITY OF LOST LOVE" || JAY HALSTEADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora