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Nueve años después – 2012

El aire frío de Londres soplaba suavemente mientras Dalia caminaba por las calles adoquinadas, disfrutando de la tranquilidad de la mañana. La ciudad la había acogido con los brazos abiertos desde que llegó, y en esos nueve años, su vida había cambiado de formas que jamás habría imaginado. Desde aquel doloroso día en el lago Míchigan, Dalia había encontrado una nueva dirección, un nuevo propósito, lejos del dolor que Jay Halstead había dejado atrás.

Ahora, con 26 años, Dalia Wood se encontraba en un lugar completamente diferente. Se había graduado con honores de la Universidad de Cambridge, y su vida profesional como especialista en literatura inglesa florecía. Pero lo más importante era que había encontrado la paz y la felicidad que pensó que nunca volvería a sentir. Dos años atrás, conoció a Alexander Donovan, un exitoso abogado británico. Desde entonces, su vida había dado un giro completamente inesperado y, aunque el dolor del pasado seguía en algún rincón de su corazón, el amor y la estabilidad que Alexander le brindaba habían sanado muchas de esas heridas.

Dalia sonrió mientras giraba el anillo de compromiso en su dedo. Alexander era todo lo que ella necesitaba: comprensivo, amoroso y, sobre todo, alguien que nunca la había hecho sentir abandonada. Estaban comprometidos y los preparativos para la boda estaban en marcha. A veces, cuando estaba sola, Dalia pensaba en cómo había llegado hasta este punto, cómo había logrado reconstruir su vida desde el caos y el dolor.

—¡Dal! —gritó una voz familiar desde el otro lado de la calle. Era Audrey, su mejor amiga desde la infancia, quien también vivía en Londres desde hacía unos años. Audrey siempre había sido su mayor apoyo, desde aquellos días oscuros en Chicago hasta los momentos más brillantes en su nueva vida.

Dalia levantó la mano y sonrió, caminando hacia ella. Audrey lucía radiante, como siempre, con esa energía contagiosa que la caracterizaba. Las dos amigas se abrazaron cálidamente en cuanto se encontraron, como si el tiempo no hubiera pasado entre ellas.

—¡No puedo creer lo rápido que ha pasado todo! —exclamó Audrey, dándole un vistazo al anillo de compromiso en la mano de Dalia—. Dentro de unos meses, serás la señora Donovan. ¿Estás emocionada?

Dalia soltó una risa suave, asintiendo.

—Es increíble cómo cambian las cosas, ¿no? —respondió con una sonrisa nostálgica—. Hace nueve años no me hubiera imaginado aquí, planeando una boda en Londres. Pensé que mi vida se había terminado cuando... —Su voz se apagó un momento, recordando aquel doloroso rompimiento—. Pero todo ha cambiado para mejor, y estoy feliz.

Audrey notó la sombra fugaz que cruzaba el rostro de su amiga. Aunque Dalia raramente hablaba de Jay, Audrey sabía que una parte de ella todavía guardaba ese recuerdo, aunque estuviera enterrado bajo capas de felicidad y nuevos comienzos.

—Te mereces toda la felicidad del mundo, Dal —dijo Audrey, tomando su mano—. Y Alexander te adora. Es el hombre perfecto para ti.

Dalia sonrió, sintiendo una calidez en su corazón. Alexander realmente era su roca, su refugio, alguien que siempre estaba ahí cuando ella lo necesitaba. Sin embargo, aunque nunca lo admitiera en voz alta, en algunos momentos de soledad, la sombra de Jay Halstead todavía aparecía en sus pensamientos. Era inevitable, después de todo lo que significó para ella.

Pero esos pensamientos eran breves. El presente era luminoso y prometedor, y Dalia no tenía intención de aferrarse al pasado. Había dejado atrás esa parte de su vida en Chicago, y ahora, en Londres, estaba lista para seguir adelante con Alexander a su lado.

—Bueno, hablando de cosas importantes, ¿estás lista para la despedida de soltera? —bromeó Audrey con una sonrisa traviesa—. ¡He planeado algo espectacular!

Dalia rió, sacudiendo la cabeza.

—Conociéndote, sé que va a ser inolvidable.

Las dos amigas continuaron caminando juntas por las calles de Londres, disfrutando del presente y emocionadas por el futuro. Dalia había recorrido un largo camino desde aquel doloroso día en el lago Míchigan, y aunque las cicatrices del pasado todavía estaban allí, ahora eran simplemente eso: cicatrices que ya no dolían tanto.

Mientras tanto en Chicago – 2012

Jay Halstead estaba sentado en su escritorio, revisando un informe mientras el bullicio de la Unidad de Inteligencia resonaba a su alrededor. Apenas habían pasado unos meses desde que había sido ascendido a detective en la prestigiosa unidad del Departamento de Policía de Chicago, pero ya sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. El trabajo, intenso y peligroso, era lo que había querido desde su regreso a la ciudad después de años en el ejército. Sin embargo, en algunos momentos de calma, como este, los fantasmas del pasado volvían a visitarlo.

Mientras leía el informe, su mente vagaba. Desde que había vuelto de Afganistán, su vida había dado giros inesperados. El ejército lo había moldeado, endurecido y marcado de formas que solo aquellos que habían vivido lo mismo podían entender. Pero también lo había hecho más distante, más reservado. Sabía que la guerra había dejado cicatrices en su alma, pero prefería no detenerse mucho en ellas.

Ahora, como detective, Jay había encontrado una nueva misión, una que lo mantenía ocupado y alejado de pensamientos que prefería evitar. Sin embargo, Chicago, la ciudad que tanto amaba, también guardaba recuerdos de un pasado que intentaba olvidar.

Dalia.

El nombre flotaba en su mente, casi como un susurro. Hacía años que no sabía nada de ella, pero no había día que no pensara en lo que dejó atrás. En aquella noche, en la ruptura que destrozó a ambos. Se había convencido de que lo hacía por su bien, de que ella merecía algo mejor que un soldado que se marchaba sin garantía de volver. Pero el dolor que vio en sus ojos aquel día lo perseguía.

—Halstead, ¿tienes el informe del caso de Gibbons? —preguntó su jefe, Hank Voight, sacándolo bruscamente de sus pensamientos.

Jay asintió rápidamente, cerrando el archivo en su escritorio.

—Sí, aquí está, sargento —respondió, entregándole el informe. Trató de centrarse de nuevo en el trabajo, agradeciendo la distracción que le ofrecía la rutina diaria.

Voight lo observó por un momento, como si pudiera leer lo que estaba pasando por su mente. Era un hombre duro, pero no era ajeno a las luchas internas de su equipo. Sabía cuándo alguien tenía algo que lo perturbaba.

—Bien hecho, Jay —dijo finalmente, antes de alejarse para continuar con sus propios asuntos.

Jay soltó un suspiro, inclinándose hacia atrás en su silla. Desde que había regresado, se había sumergido en su trabajo, intentando enterrar el dolor que dejó al partir. Pero a veces, los recuerdos eran más fuertes. Se preguntaba si Dalia todavía lo recordaba, si alguna vez pensaba en él como él lo hacía. O si había seguido adelante con su vida, como él esperaba que hubiera hecho.

Mientras veía las luces de la ciudad desde la ventana de la sala de inteligencia, Jay no podía evitar preguntarse qué hubiera pasado si no hubiera tomado esa decisión hace nueve años. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. Todo lo que le quedaba ahora era su trabajo, su equipo, y la certeza de que había hecho lo que creía correcto en aquel entonces, aunque el vacío en su pecho dijera lo contrario.

Chicago le había dado una nueva vida como detective, pero también le recordaba constantemente lo que dejó atrás.

"SERENDIPITY OF LOST LOVE" || JAY HALSTEADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora