Por favor, quédate

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La ciudad de Miami dormía bajo un cielo estrellado. En una azotea, lejos del ruido de los autos y las luces de neón, Armando Aretas miraba el horizonte con una mezcla de melancolía y determinación. La vida de un fugitivo no era fácil, pero esa noche, lo que más pesaba en su corazón no era el miedo, sino la ausencia de Hannah Marsh.

De repente, el sonido de unos pasos suaves rompió el silencio. Armando giró y allí estaba ella, con su largo cabello oscuro ondeando en la brisa nocturna. Sus ojos se encontraron, y todo el peso del mundo pareció desaparecer.

—No debiste venir, Hannah —dijo Armando, con la voz cargada de preocupación.

—No pude evitarlo —respondió ella, acercándose lentamente—. No puedo seguir así, sin saber si estás bien, sin saber si volveré a verte.

Armando la tomó de la mano, sus dedos entrelazándose en un gesto desesperado por mantenerla cerca.

—Te estoy poniendo en peligro solo con estar aquí —susurró, aunque su agarre en su mano decía lo contrario.

Hannah negó con la cabeza, con lágrimas brillando en sus ojos.

—No me importa el peligro, Armando. Lo único que me importa eres tú. Por favor, quédate.

Sus palabras fueron un cuchillo en el corazón de Armando. Él sabía que la amaba, pero también sabía que su vida estaba destinada a la huida constante.

Sin decir una palabra más, la atrajo hacia él y la besó. Fue un beso cargado de todas las emociones que había reprimido durante tanto tiempo: amor, miedo, esperanza. Hannah respondió con la misma intensidad, aferrándose a él como si su vida dependiera de ese momento.

—No puedo prometerte nada —dijo Armando entre besos—, pero lucharé por cada momento que tengamos juntos.

Hannah lo miró a los ojos, su rostro a solo centímetros del de él.

—Eso es todo lo que necesito.

Pasaron las horas y el tiempo pareció detenerse para ellos. Bajo las estrellas, se amaron y se besaron, sus cuerpos y almas entrelazados en una danza de pasión y promesas silenciosas.

El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando Armando y Hannah bajaron de la azotea y se dirigieron a un pequeño apartamento que él había encontrado para esconderse. La habitación era modesta, pero en ese momento, era el único refugio que importaba. Se sentaron en el sofá, aún sin soltar sus manos.

—Recuerdo la primera vez que te vi —dijo Armando, rompiendo el silencio—. Era una noche como esta, y tú estabas ayudando a una anciana a cruzar la calle. No podías ver que te estaba observando desde mi auto, pero algo en ti me llamó la atención.

Hannah sonrió suavemente.

—Yo también te recuerdo. Esa noche, cuando me dijiste que no debía meterme en problemas, pero yo ya sabía que había algo especial en ti. Nunca he conocido a alguien como tú, Armando.

Él bajó la mirada, luchando contra el sentimiento de desesperanza.

—Soy un hombre buscado, Hannah. No quiero arrastrarte a esta vida.

—No tienes que hacerlo —respondió ella, levantando su barbilla para mirarlo a los ojos—. Estoy aquí porque quiero estar contigo. No importa lo que pase, no importa el peligro. Solo por favor, quédate conmigo.

La voz de Hannah se quebró, reflejando la letra de "Please Please Please" que resonaba en su mente. Ella sabía que estaban en una encrucijada, que su amor podría ser tan efímero como el amanecer que se acercaba.

Armando la atrajo hacia él y la besó de nuevo, esta vez con una intensidad aún mayor. Sus labios se movieron con urgencia, con una promesa silenciosa de que haría todo lo posible por protegerla. La besó como si cada momento pudiera ser el último, con la desesperación de un hombre que sabía que estaba jugando con el tiempo.

Sus manos recorrieron cada centímetro de su cuerpo, memorizando cada curva, cada suspiro. Hannah correspondió con igual pasión, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello. Sus besos eran una mezcla de necesidad y promesas, de miedo y esperanza.

Finalmente, se separaron, ambos jadeando por el esfuerzo.

—Por favor, Armando —susurró Hannah, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. No me dejes sola. Quédate conmigo.

Él la abrazó con fuerza, sintiendo su corazón latir frenéticamente contra su pecho.

—Me quedaré, Hannah. Por ti, me quedaré.

El sol comenzaba a despuntar en el horizonte, pintando el cielo con tonos de rosa y naranja. Armando y Hannah se recostaron en la cama, sus cuerpos entrelazados mientras el nuevo día amanecía. Ella se acurrucó contra él, susurrando palabras de amor y promesas al oído.

—Te amo, Armando. No importa lo que venga, siempre estaré contigo.

Él besó su frente, sintiendo una paz que no había experimentado en años.

—Yo también te amo, Hannah. Prometo que lucharé por nosotros, que haré todo lo que esté en mi poder para que esto funcione.

Ella sonrió, cerrando los ojos y dejándose llevar por la sensación de seguridad que él le brindaba.

Mientras el día avanzaba, sabían que tendrían que enfrentar la realidad, que el mundo no se detendría para ellos. Pero en ese momento, bajo las primeras luces del amanecer, Armando y Hannah encontraron un refugio en su amor, un santuario donde podían ser ellos mismos sin miedo ni reservas.

El apartamento se llenó con los rayos del sol de la mañana, creando un contraste con la noche que habían compartido. Armando se levantó lentamente, tratando de no despertar a Hannah. Se quedó un momento observándola dormir, su rostro tranquilo y sereno. La realidad de su situación volvió a golpearlo con fuerza, pero se prometió a sí mismo que haría todo lo posible para protegerla.

Deslizó una nota en la mesita de noche, junto a un ramo de flores que había recogido para ella. La nota decía: "Te amo, Hannah. Volveré pronto. Armando".

Mientras salía del apartamento, Armando sabía que cada paso que daba lo acercaba más a un destino incierto. Sin embargo, la determinación en sus ojos no vacilaba. Sabía que tenía que tomar decisiones difíciles, pero lo haría con la esperanza de que algún día, él y Hannah pudieran vivir una vida libre de peligro y miedo.

Horas después, Hannah despertó. Al leer la nota, su corazón se llenó de esperanza y temor. Sabía que el camino sería difícil, pero también sabía que el amor que compartían les daría la fuerza para superarlo.

El tiempo pasó y Armando siguió luchando por mantenerse un paso adelante de sus perseguidores. Cada vez que regresaba al apartamento, encontraba a Hannah esperándolo, su amor intacto, su determinación inquebrantable. Se aferraban a los momentos que compartían, encontrando fuerza en cada beso, en cada caricia.

Una noche, mientras estaban acurrucados en el sofá, Armando tomó la mano de Hannah y la miró a los ojos.

—Hannah, he estado pensando mucho en nuestro futuro. Sé que esta vida no es justa para ti, pero no puedo imaginar mi vida sin ti.

Hannah apretó su mano, sus ojos llenos de amor.

—No me importa lo difícil que sea, Armando. Siempre estaré contigo. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar.

Se besaron, sus labios encontrándose con una mezcla de pasión y promesas. Sabían que el camino sería difícil, pero estaban dispuestos a enfrentarlo juntos. Porque en el amor, a veces, solo hace falta un "por favor" para cambiarlo todo.

Mientras el sol salía una vez más sobre Miami, Armando y Hannah se prometieron que, pase lo que pase, siempre lucharían por su amor. Juntos, encontraron la fuerza para enfrentar cualquier obstáculo, sabiendo que su amor era más fuerte que cualquier adversidad.

Y así, en medio del caos y la incertidumbre, Armando y Hannah encontraron un refugio en su amor, un santuario donde podían ser ellos mismos sin miedo ni reservas. Porque en el amor, a veces, un "por favor" es suficiente para cambiarlo todo.

One Shots (Armando Aretas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora