Camino juntos

194 9 1
                                    

La brisa del mar acariciaba suavemente la piel de Armando Aretas mientras observaba el horizonte desde el muelle. Era un momento de tranquilidad que había aprendido a valorar después de años de caos y persecución. Las olas rompían contra las rocas, creando un sonido constante que le ayudaba a ordenar sus pensamientos. Había decidido alejarse del mundo del crimen y buscar un nuevo comienzo, pero sabía que no sería fácil.

Un susurro de pasos detrás de él lo sacó de su ensoñación. Se giró lentamente, su mano instintivamente yendo hacia la pistola en su cinturón. Pero se relajó al ver quién era.

Hannah estaba allí, su silueta iluminada por la luz dorada del atardecer. Había conocido a Hannah durante uno de sus momentos más oscuros, cuando una bala casi le había costado la vida. Su presencia había sido un bálsamo para su alma herida, y su sonrisa era un faro en la tormenta que había sido su vida.

—Armando, —susurró ella, acercándose con pasos seguros—. Sabía que estarías aquí.

Él asintió, sin apartar la vista de ella. Aún no podía creer cómo esta mujer, con su ternura y fuerza, había logrado derretir la coraza que había construido alrededor de su corazón.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó Armando, casi sin voz.

—Te conozco, —respondió ella con una sonrisa suave—. Siempre vienes aquí cuando necesitas pensar. Este es tu lugar seguro, y quería estar aquí contigo.

Se acercó aún más, hasta que sus cuerpos casi se tocaban. El aroma dulce de su perfume lo envolvió, y Armando sintió que toda la tensión que había estado acumulando en sus hombros desaparecía lentamente.

—No puedo seguir huyendo, —confesó Armando, rompiendo el silencio que se había creado entre ellos—. Necesito encontrar una forma de dejar todo esto atrás, pero no sé cómo.

Hannah alzó su mano, acariciando suavemente su mejilla. Sus ojos se encontraron, y Armando vio en ellos no solo comprensión, sino también una determinación que lo sorprendió.

—No tienes que hacerlo solo, —respondió ella, su voz firme pero llena de ternura—. Estoy aquí contigo. Siempre lo estaré.

El simple toque de su mano le dio a Armando la fuerza que necesitaba. Se inclinó hacia ella, cerrando los ojos, y sus labios se encontraron en un beso que fue tanto una promesa como una súplica. El beso era suave, pero lleno de una pasión que ambos habían estado conteniendo durante demasiado tiempo.

Cuando se separaron, Armando apoyó su frente contra la de ella, respirando profundamente.

—No sé qué haría sin ti, Hannah, —murmuró—. Me has dado una razón para luchar por algo más que la supervivencia.

Hannah sonrió y lo besó nuevamente, esta vez con más intensidad. Sus manos se enredaron en el cabello de él, y Armando la atrajo hacia sí, sintiendo su calor a través de la ropa.

—Tú y yo, contra el mundo, —murmuró él, sus labios aún rozando los de ella.

—Siempre, —susurró Hannah antes de besarle una vez más, sellando la promesa con un gesto tan simple y a la vez tan poderoso.

Días después, Armando y Hannah estaban en un pequeño café en la periferia de la ciudad. Era uno de esos lugares tranquilos y acogedores donde podían pasar desapercibidos. Armando observaba a Hannah mientras ella hablaba con entusiasmo sobre sus planes para el futuro. Habían decidido dejar Miami y mudarse a un lugar más seguro, lejos de la sombra de su pasado.

—Estaba pensando en una pequeña ciudad costera, —dijo Hannah, sus ojos brillando con emoción—. Podríamos empezar de nuevo, sin tener que mirar siempre por encima del hombro.

One Shots (Armando Aretas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora