Lover

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We could leave the Christmas lights up 'til January,And this is our place, we make the rules

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We could leave the Christmas lights up 'til January,
And this is our place, we make the rules.

Siempre había creído que Miami era el lugar donde todo comenzaría para mí. Una nueva ciudad, nuevas oportunidades, nuevos amores. Pero lo que no sabía, lo que nunca me dijeron, es que esta ciudad también podía ser el lugar donde te sentías más sola en medio de la multitud. El ruido, las luces, el bullicio constante de las calles… Todo eso no hacía más que subrayar el vacío que sentía por dentro.

Aquella tarde de diciembre, después de un turno eterno en el hospital, caminé hacia mi café favorito cerca del malecón. El aire salado del océano me despejaba la mente, y el sonido de las olas rompiendo en la costa siempre había sido mi escape, mi refugio. Era uno de esos días en los que el trabajo se había sentido más como una carga emocional que física. Ver tanto dolor, tantas historias rotas, me dejaba agotada de una manera que ni siquiera un descanso podía curar.

Entré al café, saludé a la barista de siempre y pedí mi habitual: un café negro, amargo, como el día que había tenido. La terraza estaba casi vacía, excepto por un hombre sentado en una esquina, con la mirada perdida en su teléfono. Algo en él me llamó la atención, aunque no supe exactamente qué.

Mientras esperaba mi café, mi mirada se desvió hacia él de nuevo. Su postura, la forma en que sostenía el teléfono como si las palabras que leía pesaran demasiado, me hicieron sentir una extraña curiosidad. Había algo en él que me resultaba familiar, como si ya lo hubiera visto en otro lugar o en otro tiempo.

And there's a dazzling haze, a mysterious way about you, dear.

Cuando me entregaron el café, me sorprendí a mí misma caminando hacia su mesa. Sentí un impulso inexplicable, como si algo en el aire me empujara hacia él.

—¿Te importa si me siento aquí? —pregunté, esperando que me rechazara o simplemente no me escuchara.

Para mi sorpresa, levantó la vista, y sus ojos se encontraron con los míos. Eran oscuros, intensos, como si hubiera vivido mil vidas y aún cargara con el peso de todas ellas. Me miró durante unos segundos antes de asentir, señalando la silla frente a él.

—Claro, adelante, —dijo con una voz profunda, ligeramente ronca, pero tranquila.

Me senté frente a él, y durante un momento, el silencio entre nosotros fue palpable. No era incómodo, pero tampoco sabía qué decirle. ¿Por qué había decidido hablarle a un desconocido? Algo en él, en su presencia, me hacía sentir curiosa, como si supiera que había una historia esperando ser descubierta.

—Hannah, —me presenté, rompiendo el silencio.

Él sonrió levemente y guardó su teléfono en el bolsillo, como si decidiera que nuestra conversación merecía más atención.

—Armando, —respondió.

El nombre me resonó en la mente, pero no quise darle más vueltas. Lo que comenzó como una conversación ligera, sobre el café, el malecón, y la vida en Miami, pronto se convirtió en algo más. Hablamos por lo que parecieron horas, perdiéndonos en nuestras propias historias. Me contó que había llegado a la ciudad buscando un nuevo comienzo, dejando atrás una vida que ya no quería. No entró en detalles, pero había algo en la forma en que lo decía, algo roto, algo que no podía ignorar.

One Shots (Armando Aretas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora