La vida de Valentina Ortiz era un paisaje monocromático, donde las emociones parecían haberse desvanecido, dejando solo una paleta de grises. A sus 17 años, Val se sentía atrapada en una rutina que la agotaba y la hacía desear un escape. Su hogar no era un refugio, sino un lugar donde el caos reinaba. Su madre, siempre ocupada con el trabajo, apenas tenía tiempo para ella, y cuando lo hacía, las conversaciones giraban en torno a responsabilidades y expectativas que parecían inalcanzables. Su padre, por otro lado, había dejado de ser una presencia constante en su vida, y su ausencia llenaba la casa con un vacío que Val no sabía cómo llenar.
La escuela tampoco ofrecía un respiro. Las miradas y comentarios de sus compañeros la perseguían como sombras. "Gótica" era el apodo que se había ganado, no por elección, sino por imposición. Vestida siempre en tonos negros, blancos o grises, Val había dejado atrás los colores que solían definirla cuando era niña. Antes, su guardarropa estaba lleno de vibrantes vestidos amarillos, blusas rosas y pantalones verdes. Ahora, esos colores parecían tan distantes como los recuerdos de su infancia, cuando la vida aún le sonreía con cierta inocencia.
La razón de este cambio era simple pero dolorosa, Val había dejado de creer en la alegría. Los problemas personales la habían endurecido, llenándola de una tristeza que intentaba ocultar tras una fachada de indiferencia. La falta de dirección en su vida, los fracasos académicos, y la constante sensación de no encajar la habían llevado a un punto en el que todo le resultaba insoportable. El ruido de la ciudad, las conversaciones sin sentido, las expectativas... todo le fastidiaba.
Pero lo que más odiaba, lo que realmente la enfurecía, era que la llamaran gótica. No porque tuviera algo en contra de esa subcultura, sino porque sentía que la etiquetaban sin intentar comprenderla. La oscuridad en su vestimenta no era una declaración de estilo, sino un reflejo de su estado interior. Y cada vez que alguien la llamaba gótica, sentía que minimizaban su dolor, reduciéndolo a una simple moda.
Todo esto cambió el día que Riley Andersen apareció en su vida.
Era una mañana lluviosa de septiembre, el tipo de día que Val detestaba. El cielo gris parecía un espejo de su estado de ánimo. Caminaba por los pasillos de la escuela, con la capucha de su sudadera negra cubriéndole el rostro, intentando pasar desapercibida. Los estudiantes se movían a su alrededor como sombras borrosas, sus risas y conversaciones se mezclaban en un ruido blanco que Val apenas registraba. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no vio a la chica que venía en dirección opuesta hasta que chocaron.
El impacto fue suave, pero suficiente para hacerla detenerse y mirar hacia arriba. Frente a ella estaba una chica que parecía todo lo contrario a Val. Su cabello rubio brillaba bajo las luces fluorescentes, y sus ojos azules la miraban con una mezcla de sorpresa y disculpa. Pero lo que más llamó la atención de Val fue la ropa de la chica. Riley llevaba un vestido amarillo con un patrón de flores y una chaqueta de jean, un contraste brillante con la oscuridad que Val llevaba puesta.
-¡Lo siento! -exclamó Riley, con una sonrisa que iluminó su rostro.
Val la miró sin decir nada, tratando de procesar la presencia de alguien tan... vibrante. Durante un breve instante, sintió como si todo el ruido de fondo se desvaneciera, dejando solo el latido de su propio corazón.
Riley, al notar el silencio de Val, continuó hablando, su voz suave pero llena de energía.
-Soy nueva aquí. Me llamo Riley. Creo que no miraba por donde iba... ¿Estás bien?
Val parpadeó, sorprendida por la amabilidad genuina en la voz de Riley. No estaba acostumbrada a que alguien se preocupara por ella, y menos alguien que acababa de conocer. Forzó una sonrisa, pero no llegó a sus ojos.
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Un poco de color en mi vida (Riley x Valentina)
FanfictionValentina "Val" Ortiz, una chica de 17 años atrapada en un mundo de grises, vive su vida con una actitud cínica y desinteresada. Con su estilo oscuro y su visión pesimista, ha aprendido a mantenerse alejada de los demás para evitar decepciones. Pero...