trece

95 13 1
                                    

El sábado llegó más rápido de lo esperado, y sin darme cuenta, ya estaba de pie frente a la casa de Leehan una vez más.

Jaehyun y yo escuchamos los gritos de Woonhak antes de que la puerta frente a nosotros se abriera de golpe.

¿Me había perdido de algo? Ambos lucían incómodos, como si no supieran cómo saludarse, así que opté por intervenir primero.

—¿Podemos pasar?

—¿Qué? ¡Ah! Sí, claro, pasen.

Se apartó del camino para que pudiéramos entrar, y luego nos guió hasta la parte trasera, donde estaba la piscina. Todo me resultaba familiar; si no me equivocaba, ese era el mismo lugar donde había hablado con Leehan por primera vez. La misma flor que había tocado esa noche aún florecía en una de las macetas, confirmando mi teoría.

Woonhak nos indicó dónde podíamos cambiarnos, comportándose como si fuera el dueño de la casa, mientras Leehan permanecía sumergido en el agua, moviéndose como un pez, ignorando nuestra llegada.

Jaehyun, impaciente, no me esperó y se lanzó al agua de inmediato. Yo, en cambio, solo me senté en el borde de la piscina, sin ganas de mojarme. Sin embargo, mi plan se estropeó en cuanto Leehan salió del agua y lo primero que hizo al verme tan seco fue salpicarme un poco de agua.

—¡Leehan! —exclamé.

Él soltó una risa, y yo lo miré con una mezcla de desprecio y resignación, mientras intentaba secarme la cara con las manos. Leehan se acercó un poco más, su sonrisa aún presente, y sentí una punzada de incomodidad al darme cuenta de que, a pesar de mi molestia, había algo en su mirada que me hacía difícil enojarme realmente con él.

—Vamos, no te pongas así —dijo Leehan, con un tono burlón pero no del todo cruel—. Es solo un poco de agua.

Solté un suspiro, y Leehan extendió la mano hacia mí, insinuando con una sonrisa que quería que me uniera a él en el agua. Sin embargo, ignoré su gesto y me metí al agua por mi cuenta. Aun así, su sonrisa no desapareció, como si estuviera disfrutando de algo que yo no lograba entender del todo.

Las horas pasaron más rápido de lo que esperaba. Pensé que sería una tarde interminable, pero resultó ser todo lo contrario. Pasamos mucho tiempo jugando en el agua, en un ambiente tranquilo y ameno. Claro, eso si ignoramos las veces en que la mirada de Leehan me dejaba sin aliento. No importaba cuántas veces intentara evadir su atención; cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía una mezcla de emociones que no podia controlar.

—¡Una más! —exclamó su mejor amigo, implorando piedad a Leehan, visiblemente agotado.

—Ya les ganamos demasiadas veces. Vamos, les toca preparar la comida —les ordenó Leehan.

Resignados, salieron de la piscina, y en esta ocasión no podía estar más de acuerdo con Leehan. No solo porque éramos del mismo equipo, sino porque ya habíamos ganado cinco partidas seguidas, y era evidente que ellos no tenían ninguna oportunidad de revertir la situación.

Después de observarlos salir del agua, noté cómo la luz del atardecer acentuaba las gotas que resbalaban por la piel de Leehan, creando un contraste que hacía que la escena se sintiera casi irreal. La forma en que las gotas caían lentamente, brillando como pequeños cristales bajo los últimos rayos del sol, me dejó momentáneamente hipnotizado. Leehan carraspeó, y yo aparté la mirada rápidamente para encontrarme con sus ojos.

Ninguno decía nada. Nos mirábamos de vez en cuando, pero la tensión crecía. Necesitaba salir de ahí o quedaría muerto de la incomodidad. En esos momentos, mi celular era más necesario para mantenerme con vida que el aire; si lo tuviera en mis manos, solo lo usaría para ignorar su presencia.

—No sabía que eras tan competitivo —dijo Leehan, una vez que ambos nos sentamos en la orilla.

—Lo soy cuando el castigo es cocinar —respondí.

—¿No te gusta hacerlo o no sabes hacerlo?

—Ambas.

—Bueno, para tu suerte, yo sí sé hacerlo, así que no tienes de qué preocuparte. Yo cocinaré para los dos.

— Que suerte tengo, eres como mi principe azul — repliqué con sarcasmo.

Leehan soltó una carcajada por mi respuesta. No es mi culpa que el sarcasmo me acompañe a donde vaya.

—¿Tienes frío? —preguntó cuando empecé a temblar un poco. Asentí. —Volvamos al agua, así se te pasa —sugirió.

—¿No sería mejor salir por completo y secarnos? —protesté débilmente.

—No, ven —dijo, y esta vez no desaprovechó la oportunidad de tomar mis manos y llevarme con él al agua—. ¿Jugamos una partida?

—¿Qué ganaríamos? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme, aunque la idea de competir con él en ese momento me ponía nervioso.

Leehan parecía estar pensando en serio en la respuesta. Me miraba con detenimiento, como si estuviera buscando algo en mí que pudiera ofrecerle.

—El que gane elige —propuso, con un tono que no dejaba lugar a dudas sobre lo que realmente quería.

—No —negué de inmediato. No iba a meterme en la boca del lobo tan fácilmente. Podía deducir lo que me pediría si ganaba, y no estaba dispuesto a arriesgarme.

—Vamos, no me digas que crees que perderás —dijo, con una burla que tocó mi ego que era lo más preciado que tenía. No podía dejar que lo dañara.

—Está bien —acepté, tratando de sonar confiado, aunque en realidad me daba miedo lo que estaba a punto de hacer.

Tranquilo, Taesan, tú puedes me alenté a mí mismo. En secundaria siempre había sido bueno en natación, aunque claro, habían pasado demasiados años desde entonces.

Los dos acordamos que debíamos llegar al otro lado de la piscina, sentarnos en el borde y luego volver a bajar hasta el inicio, donde nos encontrábamos ahora.

— Uno, dos... tres — contó Leehan, y ambos nos hundimos en el agua.

Puedo prometer que me había superado a mí mismo; pensaba que lo estaba haciendo demasiado rápido, pero al llegar al primer extremo, Leehan salió del agua al mismo tiempo que yo. Estábamos parejos.

Me hundí nuevamente y, si era posible, nadé aún más fuerte. Por primera vez en mi vida, la suerte estuvo de mi lado porque terminé ganando.

— Fue suerte — dijo Leehan con una sonrisa.

— Claro — respondí, tratando de ocultar mi satisfacción.

— Solo bromeo — añadió. — ¿Qué me vas a pedir?

¿Que le pediría? Tenía confianza en mí mismo, pero no había pensado en ganar realmente, así que no sabía qué pedir. Lo miré y noté que sus labios estaban morados por el frío, los míos debían estar igual. El sol ya se había escondido y la temperatura había bajado considerablemente.

— Llevamos casi media hora pidiendo que vengan, ¡salgan! — gritó Woonhak desde la orilla.

Una vez que terminamos de comer, disfrutando de una comida deliciosa después de haber pasado todo el día en el agua, nuestras manos y pies parecían los de unos abuelitos. Estábamos secos y listos para despedirnos cuando le dije a Leehan que olvidara el asunto. No sabía exactamente qué pedirle, pero él no tomó muy bien mi comentario.

— ¿Crees que no puedo ofrecerte nada? —dijo con un tono ofendido.

— No, no es eso —respondí, moviendo las manos en un gesto de disculpa—. Solo quiero decir que realmente no sé qué pedirte. En todo caso te lo dejo a ti.

— Ni siquiera sé qué es lo que te gusta... pero está bien, lo haré.

— No hace falta que hagas nada realmente —añadí con sinceridad —, solo lo menciono porque sé que no querrás dejarlo así.

— Tienes razón, déjalo en mis manos —dijo, guiñándome un ojo.

Me quedé pensando mientras lo observaba, preguntándome dónde me había metido.

número Donde viven las historias. Descúbrelo ahora