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Simone Masserati

—Eres un hombre muy detallista, esposo —dice mientras le tengo los ojos cubiertos y la hago caminar por la acera—. El maldito Don de la Oscuridad, el hombre que todos temen y nadie ha visto.

Desde que salimos de casa no ha parado de hablar. Conozco a Gia y sé que no se calla, pero esta vez, lo noto, está nerviosa.

—Quedamos en que este será nuestro secreto, piccola bestia —le susurro al oído—. A nadie le dirás que conoces a ese hombre y que él daría la vida por ti.

Quito la mano de su rostro, cuando estamos frente a frente al edificio mas alto de la ciudad.

— ¿Qué es esto? —pregunta mirando hasta la última planta.

—Un edificio —contesto como si fuese obvio.

— ¿Qué función cumple? —pregunta otra vez.

—La que tú desees. Es tuyo. Si quieres seguir ejerciendo como abogada, pues tendrás tu propio bufete. Si quieres ser peluquera, pues aquí pones tu salón. Si quieres ser cosmonauta, aquí plantas el cohete. Es tuyo, piccola bestia. Sigue creciendo tu imperio, ahora como Gia Clark.

— ¿Si quiero poner un prostíbulo y trabajar en mi propio negocio?

—El mundo es tuyo, nena. Haz de él lo que quieras y vívelo como te plazca —digo en su oído.

-Entregarme a otros hombres...

—Íntentalo —demando—. Y si logras entregarte de verdad, entonces es una señal de que yo también soy un límite en tu vida.

—No es un límite quién me pone el mundo a los pies —comenta girándose hasta estar de frente a mí.

—Tal vez, hay más de lo que te he puesto a los pies. Tal vez, son pequeñas cosas ante un universo de inmensas...

—Tal vez, pero estoy segura de que es más de lo que nadie me ha dado y más de lo que has dado tú para alguien. Así que, no importa que tanta inmensidad haya después de lo que tengo en mis pies, el valor de lo que tengo pesa más.

Entramos al edificio, completamente vacío y revisamos cada planta. Gia quiere tener su propio bufete y con esta intención es que compré el edificio. El que esté en la mafia, no le puede limitar a no ser lo que le gusta. Cómo yo, necesitará una fachada.

Hablaba mucho sobre como quería las cosas, muebles, oficinas y yo escuchaba atento cada cosa que deseaba.

Nos tomó casi una hora recorrer todo y en mi caso, procesar cada detalle que quería. Pensé en dejar que ella se ocupara de acomodarlo, pero ya que ha expresado como lo quiere, le dejaré todo listo.

—Esta es mi oficina —comenta y asiento—. Quisiera ver si ese cristal es resistente.

Ladeo una sonrisa hasta tomarla del cuello y hacerla caminar hasta pegarla al cristal.

Mis ojos se quedan fijos en los suyos mientras mi mano disponible se cuela bajo su braga. El simple roce de mi mano a su coño hace que pierda la paciencia.

Introduzco dos dedos sin previo aviso y los muevo en círculos mientras acerco mi boca a la de ella. Chupo sus labios cuando soltaron el primer gemido.

Solté su coño, llevándome un suspiro de desencanto que me hizo sonreír, otra vez. Safé el cinto y el botón, bajé la cremallera, con una enorme necesidad de embestirla.

Gia no suelta mi boca mientras intenta agarrarme con sus manos. La giro, rápido, dejándola de espaldas a mí, pegada completamente al cristal. Separo sus piernas con mi pie y muevo mi verga por todo su sexo.

Mato por Ella [Duología Oscuridad I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora