Epílogo

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Gia Masserati
Dama de la Mafia Masserati.

Dos malditas semanas. Eran catorce días en los que Alessandro y yo no descansábamos buscando a Masserati. Esta vez no estaba tan tranquila, tan enfocada como lo estuve con el problema en Londres. Lloraba muchísimo, sentía que moría. No entendía mi cuerpo y no podía controlarme.

Me duele, como una maldita daga encajándose en mi piel, una y otra vez, pero necesitaba estar tranquila, al menos intentarlo, para buscar una forma de dar con él. Llorando y pataleando no resolvería nada.

—Encontramos a Michel —anuncia Alessandro.

—Déjenlo en el cuarto de tortura. Iré enseguida —ordeno.

—Puedo encargarme...

—Lo haré yo —lo interrumpo.

Escucho como la puerta se cierra y me limpio las lágrimas. Me he visualizado a mí misma frente al espejo llorando, para ver si de esa manera, recuperaba la compostura.

Sigo en la misma posición.

Estoy demasiado sensible y débil, yo no soy así.

Descalza, con un shorts de mezclilla y un top blanco, bajo las escaleras al sótano. Dos hombres de mi marido, de dos metros me seguían los pasos. Al encontrarme a la entrada, dos más me permiten el paso con la cabeza baja.

Ya había estado aquí, ya he torturado, sin embargo, esta vez es distinta. Siento más furia, siento el dolor de no tenerlo a él en su sitio. Tantas cosas se juntan en mi cabeza que me muevo con agilidad hasta la mesa, tomo un cuchillo y se lo entierro en el abdomen a Michel.

—Necesito aguja e hilo —ordeno y uno de los hombres de Masserati se mueve sin mirarme buscando lo que le he pedido.

Coso la misma apertura que he hecho y me siento frente a Michel.

—De todos los hombres de Masserati, sin dudas, tú eras el menos indicado para estar en la mierda ajena —comento mirando la sangre de mi mano—. Puedes contarme la historia o podemos divertirnos hasta mañana. Sabes el procedimiento con tu jefe, pero yo encantada te muestro el mío.

Él sigue sin hablar y yo entiendo que debo actuar.

—Soy una experta cortando pollas...

—Y chupándolas también ¿No? Porque dos hombres poderosos que nunca han estado en guerra, ahora lo están por ti —me interrumpe.

Sonrío. Estoy impaciente, pero no lo demostraré.

—También —aseguro—, pero tu otro jefe te ha engañado, no he chupado su polla. Así que estás defendiendo la causa de alguien sin sentido.

—En este mundo debemos movernos con el lado ganador. Y este, no lo es —comenta.

Tomo el cuchillo y me deshago de su ropa. Su polla muerta estaba a la vista de todos. Él la miraba tan cerca de mi cuchillo, que su postura cambiaba.

—Así que tú llevaste a Masserati con alguien —digo cortando la piel de su sexo. Aguantaba, estaba entrenado para eso, pero yo seguía cortando despacio—. ¿Quién era ese alguien?

—Alguien que viene por ti —grita—. La culpa es tuya maldita puta.

El ruso. Después de la conversación con Masserati, él era el que aseguraba obsesionado conmigo. Si la historia que me contó mi esposo es cierta.

— ¿Qué hicieron con Masserati? —pregunto cortando más, mucho más—. ¿Quieres tener el privilegio de sexo anal antes de seguir con las torturas? —indago bajando el cuchillo hasta su trasero.

Mato por Ella [Duología Oscuridad I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora