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Las calles de Londres estaban envueltas en un silencio inquietante mientras John avanzaba hacia el cementerio. Su figura solitaria era un contraste con el bullicio de la ciudad, un reflejo de la calma tensa que se instalaba en su interior. A lo lejos, los periódicos seguían en sus puestos, exhibiendo titulares que clamaban por la inocencia de Sherlock Holmes, una revelación que había llegado demasiado tarde, tres años tarde, para hacer alguna diferencia. "Inocente", repetían las letras en negrita, acompañadas por artículos que lamentaban la pérdida de un hombre cuya brillantez había sido eclipsada por acusaciones infundadas. Para John, aquellas palabras resonaban como un eco amargo de la injusticia que había arrebatado al hombre que había significado tanto para él.

Cuando llegó al cementerio, se detuvo frente a la lápida de Sherlock, su expresión marcando las huellas de un dolor profundo que ni el paso del tiempo había logrado suavizar. Había perdido peso, su cuerpo ahora más delgado envuelto en una chaqueta que le quedaba grande, como si el mundo a su alrededor también hubiese crecido en su ausencia. Un collar de cuero negro descansaba alrededor de su cuello, un símbolo silencioso de su estatus como omega sin vínculo, un recordatorio constante de la protección que necesitaba en un mundo que podía ser implacable. El bigote que ahora adornaba su rostro parecía un intento de redefinirse, de ocultar su naturaleza, de verse más como un beta, de buscar una nueva identidad en la ausencia de su alfa, un esfuerzo por encontrar una manera de avanzar.

Sin pronunciar una palabra, John dejó caer el ramo de flores sobre la fría piedra de la tumba, el silencio entre él y la lápida tan palpable. Se quedó quieto, como si el tiempo mismo se hubiese detenido en ese lugar, como si el mundo hubiese dejado de girar al compás de su tristeza. Una brisa fría lo envolvió, sacudiendo su cuerpo, trayéndolo de vuelta a la realidad con un susurro helado. Con un último vistazo a la lápida, John dio media vuelta y comenzó a alejarse, cada paso sintiéndose como un adiós definitivo. Dejaba atrás más que una tumba; dejaba atrás la última conexión tangible con el hombre que había sido su vida.








En lo profundo de una base clandestina en Rumania, una habitación sin ventanas y apenas iluminada por una bombilla parpadeante contenía una escena brutal. Un hombre desaliñado, con el cabello grasoso y largo hasta el punto de ser casi irreconocible, estaba atado a una silla. Su rostro, cubierto de moretones y cortes, mostraba una mezcla de agotamiento y desafío. Las ropas, hechas jirones, colgaban de su cuerpo como harapos, y su mirada, aunque velada por la suciedad y el cansancio, mantenía una chispa de agudeza que no había sido apagada por la tortura.

Uno de los hombres que lo rodeaba, alto y corpulento, descargaba golpes con una brutalidad calculada, mientras el otro observaba desde la oscuridad, permaneciendo en las sombras, evaluando cada reacción. El golpeador, con el rostro sudoroso y los músculos tensos, lanzó un último puñetazo al estómago del prisionero, provocando que este se doblara de dolor. Con la respiración entrecortada, el hombre desaliñado se inclinó hacia adelante, susurrando algo con una voz ronca, apenas audible.

—Tu esposa... —comenzó, jadeando—. Vive en la casa sin electricidad, la que está al borde del bosque, ¿verdad? —El golpeador se detuvo en seco, sorprendido por las palabras—. Ahora mismo... está con el vecino. Si te vas ahora, puedes atraparlos en el acto.

El interrogador retrocedió, aturdido por la inesperada revelación. Sus ojos se abrieron de par en par, primero con incredulidad, luego con una ira que lo consumió rápidamente. Sin decir una palabra, giró sobre sus talones y salió de la habitación, dejando al prisionero y al observador solos.

El otro hombre, que había permanecido en las sombras, se levantó lentamente de su silla, comenzando a dar vueltas alrededor del prisionero. Sus movimientos eran meticulosos, casi felinos, mientras su mirada, calculadora y fría, se clavaba en la figura destrozada ante él. Habló en serbio, su voz suave pero cargada de autoridad:

Vínculos - JhonlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora