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El ambiente en Scotland Yard era agitado; hacía unas cuantas horas habían recuperado a los dos hijos del embajador de Estados Unidos. Las oficinas estaban llenas de murmullos, teléfonos sonando y oficiales caminando apresurados. En medio de ese caos, Sherlock estaba impaciente, dando vueltas en círculo fuera de la sala de interrogatorio. Su mente era un torbellino de pensamientos, cada detalle del caso bailando frenéticamente en su cabeza. Necesitaba armar el rompecabezas del secuestro, y para eso, era crucial hacer unas cuantas preguntas a la niña, quien se encontraba consciente y podía tener las piezas faltantes.

John, con un aire de agotamiento, soltó un largo suspiro. Estaba sentado en una incómoda silla de madera, apoyando su codo sobre una mesa y su cabeza recostada sobre su mano. La tensión del caso le pesaba en los hombros.

Un sonido abrupto de una puerta abriéndose hizo que ambos hombres giraran sus rostros al unísono.

—Bien, los profesionales terminaron —habló la sargento Donovan con clara ironía en su voz—. Ahora, si desean, los amateurs pueden pasar.

Donovan mostró una sonrisa fingida mientras pasaba de largo entre ellos, ignorándolos deliberadamente. Tras ella, apareció Greg Lestrade, con una expresión seria en su rostro.

—No olviden que solo tiene siete años y está en shock —advirtió Lestrade, dirigiéndose principalmente a Sherlock—. Cualquier cosa que hagan...

—No ser yo mismo —el alfa soltó una pequeña carcajada, tratando de aliviar la tensión.

—Sí —Lestrade alargó la palabra, enfatizando su preocupación, como si con eso pudiera contener el impulso impredecible del detective consultor.

Sherlock asintió, giró levemente y miró a John, dándole una señal para avanzar. El omega se levantó con un movimiento ágil y comenzó a caminar hacia la sala de interrogatorio. Sherlock hizo ademán de seguirlo, pero se quedó en su lugar por un momento, observando la espalda de Watson alejarse.

Respiró profundamente y se acercó a Lestrade, inclinándose levemente para hablarle en un tono confidencial.

—Deberías dejar de hacerlo —soltó en un tono neutro y bajo—. Mi hermano lo sabrá en un par de días, si no es que te queda un día.

El inspector lo miró confundido y en silencio, sin saber cómo responder.

—Tu desodorante, jabón y champú —continuó Sherlock, volviendo a su distancia anterior—. Hay un beta en la oficina —dijo, girando la cabeza y recorriendo con la mirada a todos los policías que trabajaban en sus cubículos— que coincidentemente usa las mismas marcas, aunque no creo que el aroma de tus feromonas sea muy común en los productos de aseo personal.

—Yo... no... —balbuceó Lestrade, aún aturdido.

—Tu anillo no lo traes puesto, tu conciencia no te deja dormir —lo miró fijamente a los ojos—. Las ojeras, es reciente. Córtalo antes de que mi hermano lo solucione.

Sin esperar respuesta, Sherlock continuó su camino por el largo pasillo donde John lo esperaba. Al llegar junto a él, ambos se dirigieron a la sala de interrogatorio.

—¿Te diviertes? —preguntó John mientras caminaban lado a lado.

—Chocolates con envolturas de mercurio —respondió Sherlock con cierta emoción en la voz—. Una ejecución a distancia, homicidio por control remoto. Mientras más hambrientos estaban, más comían y más se intoxicaban.

—Bien, no empieces a sonreír, niños secuestrados, recuerda —le recordó John, tratando de mantener el enfoque.

John abrió la puerta de la sala de interrogatorio, entrando en un pequeño cuarto donde una dulce niña tenía la mirada perdida en el piso, acompañada por un trabajador social que le daba leves palmaditas en la espalda. Al omega se le estrujó el corazón; su instinto materno se activó con fuerza al ver la vulnerabilidad de la niña.

Sherlock pasó tras él y tomó asiento en la silla libre, estaba por abrir la boca cuando la pequeña niña alzó el rostro, mostrando una expresión de horror. Un grito desgarrador llenó la habitación mientras buscaba protección del adulto a su lado.


Esta es la historia de Sir Atrapalod, el más valiente e inteligente caballero de la Mesa Redonda.


El alfa intentó razonar con la menor, pero sus estridentes gritos hacían imposible cualquier comunicación. John no esperó más y arrastró a Sherlock fuera de la habitación, cerrando la puerta tras ellos.


 Sus historias de valentía y dragones asesinados eran legendarias. 


Greg observó desde la ventana de su oficina cómo Sherlock y Watson tomaban un taxi. Soltó un largo suspiro mientras jugaba nerviosamente con su anillo dorado.

—Sorprendente, ¿no lo cree? —comentó la sargento Donovan mientras se recostaba sobre la mesa llena de pistas del caso—. Solo tenía una huella, es todo lo que tenía.


Sin embargo, pronto los otros caballeros comenzaron a cansarse de sus relatos. 


—Sí, ya sabes cómo es, por eso lo necesitamos, es el mejor —respondió Lestrade, girando su cuerpo y recostándose en la pared.

—Esa es una explicación —dijo la mujer, cogiendo la fotografía de las huellas en el suelo.

—¿Y cuál es la otra? —preguntó Lestrade, extrañado, dando pasos lentos hacia la mesa.


Un día, se preguntaron: "¿Serán ciertas las aventuras de Sir Atrapalod?"


—Solo él encontró esa evidencia, luego la niña gritó como loca a un hombre que jamás había visto —Donovan habló con firmeza.

Greg negó con la cabeza, colocando su mano sobre el puente de su nariz.


Uno de los caballeros, lleno de dudas, fue con el rey Arturo y declaró: "Las aventuras de Sir Atrapalod son mentiras. Él es un mentiroso que inventa historias para parecer valiente." 


—¿A qué deseas llegar?

—Ya lo sabes, solo que no lo quieres considerar.


El rey Arturo, sorprendido, comenzó a cuestionarse la veracidad de sus hazañas.


—¿Están pensando que él está involucrado?

—Hay que considerar la posibilidad.


 Pero ese no era el problema final.


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Capítulo 17
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Vínculos - JhonlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora