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Sherlock Holmes entró al restaurante con una mirada aguda y calculadora, su vista enfocada en una figura solitaria al final de la sala. El ambiente era elegante y cálido, con luces suaves que realzaban la atmósfera íntima. Las paredes estaban adornadas con obras de arte discretas, y el murmullo suave de conversaciones se mezclaba con el tintineo de copas de vino. John Watson estaba sentado a una mesa cerca de la ventana, revisando la carta con atención, su expresión serena pero distante, como si estuviera sumido en pensamientos lejanos.

El detective avanzó, su postura era la de un depredador silencioso, completamente concentrado en su objetivo. A medida que se acercaba, un recepcionista con un uniforme impecable se interpuso en su camino, levantando una mano en un gesto de detención. Sherlock lo miró de pies a cabeza, su mente calculando cada detalle del hombre en un parpadeo: la arruga en la manga, la ligera mancha de vino en la corbata, y el ligero temblor en sus manos que delataba un nerviosismo apenas contenido. Un rintong repentino vino del bolsillo del recepcionista. Sin perder tiempo, Sherlock inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, y con una sonrisa apenas perceptible, dijo en un tono bajo pero claro

—Tu esposa ya ha empezado con las contracciones.

El recepcionista lo miró con incredulidad, su rostro palideciendo de inmediato. Sherlock lo observó mientras retrocedía, los ojos del hombre se agrandaron y, en un instante, salió corriendo hacia la puerta sin decir una palabra más. El detective continuó su avance hacia John, la esquina de sus labios curvándose en una sonrisa satisfecha.

Mientras caminaba, Sherlock evaluó sus opciones, consciente de que necesitaba un enfoque diferente. Recordó el primer encuentro con John, cuando había decidido esconder sus feromonas para evitar cualquier influencia no deseada. Esta vez, hizo lo mismo, más que nada porque deseaba sorprender al omega de una manera más genuina, sin la intervención de su presencia alfa. Luego, en un movimiento rápido, decidió que la mejor manera de acercarse sin levantar sospechas era disfrazarse. Sus ojos se posaron en un camarero cercano, y en cuestión de segundos, ya había localizado todos los elementos que necesitaba: un corbatín de moño de un desprevenido comensal, unos lentes de otra mesa y un lápiz de maquillaje abandonado sobre una silla.

Con una elegancia natural, Sherlock se transformó. El corbatín ajustado en su cuello, los lentes al borde de su nariz y un pícaro bigote dibujado con precisión. Ahora, disfrazado como un camarero, se dirigió a la mesa de John, su corazón latiendo con anticipación.

Sherlock, acercándose con cautela, se vio envuelto en el delicado aroma de cedro y lavanda que emanaba de John. La fragancia lo golpeó con una intensidad inesperada. Por un instante, Sherlock se detuvo, sintiendo el impulso casi abrumador de abrazar a John desde atrás, de hundir su rostro en la nuca del omega y dejar que esa fragancia lo envolviera por completo. La necesidad de acercarse, de sentir esa conexión física y emocional, era tan fuerte que sus manos temblaron levemente mientras las cerraba en puños, luchando por mantener el control.

 John estaba completamente absorto en la carta, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, lo que permitió acercarse sin ser reconocido.

—Buenas noches, señor —dijo Sherlock con una voz suavizada, resonando con una familiaridad apenas detectable—. ¿Le gustaría probar un vino que evoca recuerdos de tiempos pasados y sorpresas que solo un buen vino puede ofrecer?

John levantó la vista brevemente, sin realmente prestar atención al "camarero". Sus ojos volvieron rápidamente a la carta antes de responder en un tono distante:

—Sabe, mejor sorpréndame.

Sherlock sintió un ligero dolor en su pecho, una mezcla de nostalgia y frustración. Murmuró para sí mismo, apenas lo suficientemente alto como para que John pudiera oír:

Vínculos - JhonlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora