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John miraba con curiosidad los blancos pasillos de Baskerville. Dentro de los laboratorios, todo parecía pulcro y minuciosamente controlado. "Tendrás que buscar al sabueso en los laboratorios, podría ser riesgoso", fueron las palabras del alfa al entrar nuevamente en esa fortaleza. De repente, las luces se apagaron y John se detuvo en seco. Vio cómo dos investigadores se iban, sin notarlo.

Sherlock estaba con el mayor Barrymore, interrogándolo, o al menos eso le había dicho a Watson. A pesar de la oscuridad, el lugar tenía cierta luz que permitía ver sin necesidad de una linterna. Un brillante cuarto con luces naranjas llamó su atención. Cogió la tarjeta de acceso que obtuvo gracias al alfa y entró sin titubear.

El lugar era tétrico, con jaulas amontonadas y un escritorio lleno de instrumentos raros. Aunque parecía vacío, algo llamó la atención de John: una pequeña fuga de gas de una de las tuberías. Se acercó, pero no parecía ser inflamable ni peligroso. Retomó su paso hacia el piso general de investigación.

Al salir, una de las brillantes luces de investigación lo cegó. Sus ojos se empañaron y una alarma comenzó a sonar, ensordeciéndolo. Intentó taparse los oídos mientras se dirigía torpemente al elevador. Pasó la tarjeta, pero el acceso fue negado. Lo intentó dos veces más con el mismo resultado. La energía se cortó, cesando el ruido infernal y las potentes luces.

El ambiente quedó en penumbra total. Sacó una linterna, pero aún no podía enfocar bien. Con las manos se frotó los ojos, tratando de ver normalmente. Un ruido lo alertó, como si no estuviera solo.

Alumbró cerca de las jaulas gigantes, cubiertas por pesadas telas blancas. Removió una con rapidez, pero estaba vacía. Otro sonido de un fierro cayéndose lo hizo voltear, pero no vio nada. Nervioso, destapó otra jaula, también vacía. La última tenía una gran apertura, como si una bestia la hubiera forzado, dejando los barrotes torcidos.

John escuchó un rugido y su temperatura bajó rápidamente. Se dirigió a una pequeña habitación, pero la tarjeta fue nuevamente negada. Sacó su celular y llamó a Sherlock, su última esperanza. Fue mandado a la casilla de voz.

Pisadas de un animal se acercaban. Se agachó, escondiéndose detrás de las máquinas del laboratorio. Las pisadas y gruñidos estaban a centímetros. Se tapó la boca para contener un grito. Con la adrenalina al máximo, se metió en una jaula y la cubrió con la tela blanca.

Se mantuvo en cuclillas, intentando controlar su respiración y sus feromonas. Gracias a su entrenamiento en la milicia, podía mantener la sangre fría, pero el terror no desaparecía.

Tapó su boca nuevamente al oír otro rugido. Una gota de sudor resbaló por su frente. Intentaba mantener el control, quieto. Un sonido en su celular lo alteró. Con nerviosismo contestó la llamada del alfa.

—¿Dónde estás?

—Sácame de aquí, Sherlock —mantuvo su tono bajo pero nervioso—. En el laboratorio más grande, el primero que vimos al entrar...

Se mantuvo en silencio, soltando un pequeño grito, interrumpido por su propia mano. No debía perder el control o aquella bestia lo encontraría.

—John, te encontraré, pero sigue hablando. ¿Qué estás viendo?

—No lo sé, pero puedo escucharlo ahí —comentó mientras se acercaba a una pequeña apertura de la tela que dejaba ver vagamente el exterior. Un gran gruñido sonó—. Ahí, ¿lo escuchaste?

—Cálmate, John. ¿Puedes verlo? ¿Lo ves?

John escuchó las pisadas al lado de la jaula. Retrocedió, se sentó rendido, aceptando que tal vez no podría sobrevivir o tendría que pelear.

Vínculos - JhonlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora