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De regreso a casa, el silencio reina en el coche.

Un silencio que envidia las risas y los gemidos de la noche anterior entre conductor y copiloto que ahora callan uno con la mirada clavada al frente y otro en el paisaje del que fue su hogar desde pequeño y no recuerda nada de lo que va quedando atrás.

La despedida con la familia de Shinsou fue tranquila, sobre todo porque la mayoría de sus hermanos tenían una resaca como una catedral y solo deseaban regresar a sus respectivas camas y morir durmiendo.

De vez en cuando, Shinsou mira de reojo a Monoma.

Monoma ni le dedica una.

Todo lo sucedido entre ambos está muy presente, y caliente.

Es la primera vez de Monoma siendo penetrado y no entiende por qué se sintió tan bien, ni por qué se pregunta cuándo sucederá de nuevo. Las miradas eróticas que Shinsou le dedicaba mientras le penetraba. Su forma sexy de morderse el labio inferior. Su voz ronca susurrando su nombre al oído mientras se corría. Todo era debido a él.

Baja la ventanilla. Sus mejillas son el lienzo perfecto para todos los tipos de calores descritos.

Pone la radio para romper con el silencio. Cree que así, concentrando en los podcasts sobre medicina que escucha en sus viajes largos le harán desconectar del tema que está de moda en su vida llamado Hitoshi Shinsou.

Pero no.

Qué iluso es nuestro Neito Monoma.

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-Espera aquí. No tardaré mucho.

A Shinsou no le da tiempo ni a responder cuando Monoma ya se ha bajado y camina hacia el interior de un inmenso, pacífico y bonito cementerio.

Ve su silueta alejarse y sabe bien a quién ha ido a saludar.

Mientras tanto, Monoma solo tiene ojos para sus zapatos.

No quiere levantar la cabeza.

No quiere mirar las lápidas.

Han pasado años. No ha vuelto a ir desde que enterraron a su abuela junto a su abuelo.

No ha podido ir a visitarla.

Tampoco estaba preparado para ello.

Ni ahora, pero tenía que salir del coche, tenía que alejarse de Shinsou. Su olor, su presencia, su perfil, sus labios dibujando dulces sonrisas con algo que ha visto y le ha gustado le estaban volviendo loco.

Tenía que escapar.

Y no se le había ocurrido nada mejor que detenerse en el cementerio. Pero ahora la idea le parece la peor de todas.

Su corazón bombea demasiado rápido.

Le sudan las manos.

Tiene náuseas.

Empieza a marearse.

Reconoce muy bien los síntomas de un ataque de pánico. Ha tenido muchos. Demasiados. Y uno de ellos fue cuando le anunciaron que su abuela había fallecido. Agita la cabeza para borrar los recuerdos de aquel día tormentoso. Puede escuchar las pisadas de todos que le acompañaron arropándole tras el féretro sobre los charcos. Puede notar la temblorosa mano de Izuku aferrada a la suya. La de Katsuki sobre su hombro. Mientras el resto de familiares iban tras él. Su madre rota de dolor abrazada al que era su nuevo marido. Sus primos. Sus tíos. Sus vecinos.

Y aún así se sentía miserable, solo, abandonado.

Escucha aquel lejano trueno bajo un sol de castigo.

Mi AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora