Capítulo 4 - Parte 3.

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La mujer parecía ida, mirando hacia abajo con la vista pérdida y su cabello suelto, de color negro ébano y corto estaba peinado hacia atrás dejando ver por completo su cara, su piel era blanca como la leche salvo por aquellas pequeñas pecas en su ...

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La mujer parecía ida, mirando hacia abajo con la vista pérdida y su cabello suelto, de color negro ébano y corto estaba peinado hacia atrás dejando ver por completo su cara, su piel era blanca como la leche salvo por aquellas pequeñas pecas en su frente y nariz que era imperceptibles, su cara era cuadrada, sus cejas eran perfectas y sus ojos almendrados aunque estaban medio cerrados y su vista iba hacia el suelo, su nariz era tipo griega y sus labios grandes y carnosos, su cuello medianamente largo y su silueta, que podía verse a través de la luz de la luna dejaba ver a una mujer físicamente atractiva con una silueta llamativa y curvilínea que dejaba ver todo aquello que los chicos deseaban ver de una mujer a esa edad.

Los tres chicos quedaron anonadados al verla enfrente de ellos, pero Darwin pronto se dio cuenta de que la mujer, además de semidesnuda se encontraba descalza y sus pies estaban completamente negros tanto, que ni si quiera se podían ver en medio de la oscuridad, dando una especie de efecto de levitación.

   — ¿Qué esa no es...?— iba a preguntar Mateo.

   — Sí...— Ignacio lo interrumpió.

   — No puede ser...— mencionó Darwin.— Como la esposa del presidente municipal está aquí.

   — No dejes de rezar Rafael.— ordenó Ignacio caminando hacia el frente.— Y no deshagas los nudos.

  Rafael miró a su primo quien serio no le quitaba la vista de encima a la mujer.

Sarahí, la esposa del presidente municipal se encontraba caminando hacia ellos cada vez que Rafael hacía un nudo en la cuerda mientras rezaba, sin oponer resistencia alguna y estando en un tipo trance.

   — ¿Pero que hace ella aquí?— preguntó en tono bajo Mateo, sin dejar de ver a la mujer.

   — Las preguntas al final muchachos.— dijo Ignacio sujetando con fuerza el agua bendita en su mano y mordiendo su labio inferior con fuerza.

Ahora la mujer se encontraba a escasos metros de ellos, dejando aún más sorprendidos a los cazadores quienes ahora pudieron observar como los dedos de las manos de la mujer, eran negros, como si estuviesen cubiertos de tizne. No obstante, en ese momento, nuevamente una poderosa corriente de viento golpeo con fuerza por la espalda a los chicos, llegando incluso a tirarlos al suelo.

   — ¿Qué carajos?— exclamó Mateo tratando de levantarse con mucho esfuerzo.

"No era la única", pensó Ignacio viendo hacia atrás, pero entre la oscuridad y los árboles no pudo ver nada detrás de ellos.

   — ¡Cúbranse los rostros!— grito para después arrastrase en el suelo directo hacia donde estaba Rafael.

Con fuerza lo sujeto de los hombros y trato de levantarlo, pero cuando estos alzaron su rostro, Rafael alcanzó a ver como detrás de ellos había al menos unas cuatro mujeres igualmente semidesnudas, quienes tenían sus cabellos color negro alzados como si estos levitasen, sus ojos eran completamente negros, su piel era blanca e igualmente podían ver debajo de su camisón el como no llevaban nada más puesto.

Las cuatro mujeres abrieron su boca todo lo que pudieron, dejando ver un rostro espeluznante y unos dientes puntiagudos que salieron de sus bocas, asustando a los dos primos quienes se quedaron parados viendo aquella espeluznante escena, hasta que el viento nuevamente los tiro, pero ahora se había intensificado a tal punto que Rafael sintió como era arrastrado por el suelo sin poder sujetarse de algo o parar, cayendo hacia abajo durante varios segundos, esto hasta que chocó en contra de un árbol golpeándose fuertemente la espalda en contra de este.

Gracias a la fuertes corrientes de viento, no pudo observar hacia donde habían ido a parar su amigo y su primo, lo único que había alcanzado a escuchar fue a su amigo gritar su nombre antes de quedarse solo en medio del cerro.

   — ¡Dar!

Con esfuerzo se puso de pie sujetándose del mismo árbol que lo había parado en seco, tratando de incorporarse se irguió pero el dolor en su espalda fue mayor que lo hizo doblarse de dolor nuevamente.

   — No puede ser.— con dificultad sujeto su espalda y cadera aún sintiendo el dolor del golpe.

Posterior a eso, alzo la vista mirando como la luna estaba sola en el cielo despejado, brillando con intensidad captando su atención de inmediato a tal punto que se olvido por completo de sus amigos que se encontraban en lo alto del cerro. Pronto comenzó a sentir un fuerte dolor en el pecho acompañado de una terrible sensación de frío que le provocó muchos e incesantes escalofríos.

"¡¿Qué demonios me pasa?!", pensó con evidente miedo de que pudiese ser un paro cardíaco, al mismo tiempo que volvía a recargarse en el árbol que se encontraba a sus espaldas. Aunado al fuerte dolor en el pecho comenzó a sentir como por sus manos sus venas comenzaban a volverse de color negro y a marcarse desde sus dedos hasta su antebrazo, sus dedos comenzaban a teñirse de color negro como si se tratase de tizne, esto lo sorprendió aún más, ya que, parecía que le recordó a como se veía la esposa del presidente municipal y las demás mujeres ignotas. "¿Qué me hicieron?, se preguntó tratando de incorporarse al sentir que el dolor disminuía, pero cuando lo hizo notó como a su costado derecho las ramas y el pasto crecido se movía, como si algo se aproximase hacia él.

    — ¡Vete, lárgate!— grito con fuerza haciendo espavientos para alejar a quien se aproximaba hacia él.

Esto fue en vano, puesto que, pronto los ruidos cesaron haciendo que Rafael pensase que ya nadie lo estaba siguiendo, esto junto con el hecho de que en medio de la imperceptible oscuridad no podía ver nada, pero en ese momento de calma saltó de entre las ramas  de los árboles un perro enorme, de patas, cola y torso largo, que incluso era por un par de centímetros más alto que el chico, su cara era como la de un Kangal, solo que su pelaje era de color negro ébano, este mostró sus fauces, dejando ver unos dientes tan largos que sobresalían de su hocico, sus ojos eran brillantes y de color rojo en su iris.

Ahora, lleno de miedo Rafael comenzó a retroceder poco a poco y sin hacer movimientos bruscos, pero el perro quien no desviaba su mirada solo daba pequeños pasos hacia enfrente, no obstante, pronto se escucho el grito de una mujer que hizo brincar a Rafael y causó la huida de aquel enorme perro de esa área.

Con el ritmo cardiaco a tope, el muchacho suspiro tratando de ver entre la oscuridad hacia donde se había ido aquel enorme perro que lo acorralo segundos antes, pero sus esfuerzos fueron en vano.


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