En su mente se seguía teletransportándose a cuando era más pequeña, aquella vez, recordó que sus padres habían recibido una llamada de su profesora muy temprano antes de ir a la escuela, tan solo un día después de que su abuela le llevase los dibujos que él hizo en su cuaderno favorito.
— ¿Estás segura de que no me van a llevar a prisión?— preguntó con mucha inocencia y premura volteando a ver hacia la puerta de la casa desde el corredor.
— No, mi niño, ¿por qué te llevaríamos a prisión?— preguntó sorprendida y confundida su abuela después de colocar la mochila en sus hombros.
— Dylan me lo dijo en la escuela que a la gente loca como yo la llevan a una prisión especial.
— No le hagas caso a ese niño que no sabe nada de la vida. No irás a ningún lugar.
De pronto el teléfono en la sala comenzó a sonar, así que su abuelo al estar ahí, decidió contestar de inmediato.
— Bueno... Sí, es aquí... Ajá... Permítame se la comunico.— en seguida tapó la bocina del teléfono para después hablar.— Juana, te llaman.
— ¿Quién es, Teófilo?
— Es la maestra de Rafael. Dice que necesita hablar contigo.
— ¿Conmigo?— temerosa se levantó y fue hacia la sala dejando a Rafael en el corredor.
Poco a poco el niño se fue acercando al umbral de la puerta de la sala para ver a sus abuelos. Ambos se quedaron al lado del teléfono para averiguar la información que tenía la maestra de su nieto.
— Estuve verificando todos los dibujos que Rafael hizo, incluso consulté con uno de mis primos que es un psicólogo, para saber si esto es algo más apegado a un trastorno y quizá necesite ayuda psiquiátrica.
— Ay no me diga eso...— exclamó con un tonó de preocupación.
La profesora se encontraba en su casa sentada enfrente de su mesa de trabajo admirando la libreta y los dibujos que Rafael hizo, pasando las hojas y viendo la cara de un hombre con el cabello blanco y largo, unos cuernos largos de color negro que salían de su frente arriba de sus cejas junto con otros que salían de encima de sus orejas al costado de su cabeza, sus ojos eran de color rojo del iris y de negro de la esclerótica, además de tener un tercer ojo abierto en la frente del mismo color que los otros dos.
De los siguientes dibujos había una gran variedad de personas que tenía como característica llamativa sus enormes ojos saltones y su boca era grande con una sonrisa macabra.
— ¿Le tendrán que hacer algo? He escuchado historias sobre que les tienen que abrir la cabeza para saber que tienen malo.— comentó con mucha preocupación a lo que su esposo se le quedó viendo extrañado.
— No señora, no se trata de una operación, mi primo Rogelio solo quiere hablar con Rafael. Solo será una charla, incluso puede estar usted en ella.
— Bueno, cuando quiere que nos veamos.
— Después de la escuela, esta tarde.
— Está bien.— respondió poco convencida.
Más tarde esa misma tarde, tanto la profesora como su primo llegaron a la casa de la familia de Rafael, ingresaron todos tranquilos a la sala en donde el niño dejó su mochila y se sentó en su sillón preferido, enfrente de él se sentaron tanto la profesora como su primo. Al rededor de él se sentaron, su abuelo a la derecha y su abuela a su costado izquierdo.
Aquel psicólogo era un hombre alto, de cabello corto y peinado de lado, su piel era más clara que el de la profesora, sus rasgos eran más finos teniendo una mandíbula más cuadrada, sus cejas eran delgadas y de color negro, sus ojos eran grandes y almendrados, de color café oscuro, su nariz era chata y pequeña, sus labios eran delgados y su boca mediana. Vestía con una camisa de color azul, unos pantalones de vestir color negros y unos zapatos de color negro.
— Bien...— se acercó más al borde del sillón demostrando genuino interés en Rafael.— Bueno Rafa, ¿podrías decirnos que tipo de cosas haz visto además de tus dibujos? Porque tengo entendido que los dibujos son todo lo que tu ves.
— Sí.— contestó aún con desconfianza viendo hacia un lado.
— Puedes decirnos todo, Rafael.— agregó la profesora.
— Yo los veo...
— ¿Qué ves?— preguntó con curiosidad sin dejar de ver al chico quien seguía desviando la mirada.
— Cosas, algunas son gente...
— ¿Y qué más?
— Me dicen... Ellos me dicen cosas malas...— volteo a ver a su abuelo.
El semblante de su abuelo era tranquilo, pero después de eso miró a su nieto.
— ¿Qué es lo que te dicen?— preguntó su abuelo ahora intranquilo.
El niño temeroso de poder ser reprendido se negó en un primer intento de decir aquello que escuchaba, pero cuando el psicólogo le hizo prometer a sus abuelos que no lo regañarían, este accedió.
— Ellos me dicen cuando alguien se va a morir, a veces veo sombras que pasan, pero otras veces son personas, tienen sus rostros raros.
— ¿Cómo los de tus dibujos, con los ojos grandes y sus sonrisas largas?
— Sí...
— ¿Y qué otras cosas haz visto?
— Las llamas, de la gente.
— ¿Llamas? ¿Cómo son estás llamas? ¿Puedes describirlas?— preguntó el psicólogo después de tomar el libro del chico que estaba en su mochila al lado de él.
"No dibujo llamas...", pensó la profesora mirando intrigada al muchacho.
— Sí, las llamas que hay alrededor de las personas...
— Sus llamas...— susurro la abuela pensativa.
— ¿Hablas de su aura?— preguntó la profesora.
Rogelio miró a su primo sorprendido, para luego seguir dirigiendo la mirada al joven.
— Están alrededor de todos... Algunas son pequeñas y otras grandes.
Nuevamente el psicólogo miró hacia el libro del niño, para después extendérselo a la mesa.
— ¿Podrías hacer un dibujo mío con todo aquello que vez?
— Toma...— la profesora también le acercó su lapicera.
Así, el niño abrió su cuaderno y comenzó a dibujar al profesor así como todo lo que lograba ver y que la demás gente no era capaz de percibir.
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CRÍPTICO.
Fiksi IlmiahUna noche un hombre atractivo, vestido de traje entró a un hospital con una propuesta hacia una mujer recién parida.