Capítulo 4 - Parte 2.

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El frío comenzaba a congelar la piel de los chicos a pesar de los suéteres y sudaderas que estos llevaban, sentían como los vientos los traspasaban provocándoles dolor en los pulmones

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El frío comenzaba a congelar la piel de los chicos a pesar de los suéteres y sudaderas que estos llevaban, sentían como los vientos los traspasaban provocándoles dolor en los pulmones.

El cerro era enorme, lleno de troncos y hoyos por todos lados, los árboles eran enormes con muchas ramas largas y llenas de hojas, los cuales, ante la luz de la luna llena parecían ser mosntruos aterradores 

Ignacio dejó de caminar sintiendo como la siguiente corriente de viento era tan fuerte que causó que los grandes y bien tupidos árboles se agitasen con fuerza, los chicos tan solo se detuvieron en medio del sendero recibiendo todo esa ráfaga de frente, cerrando los ojos ante el viento y la tierra con piedritas que se alzaba con este.

   ― Esto no es bueno.―  mencionó Ignacio tras abrir los ojos.

   ― ¿Por qué?―  preguntó Darwin temeroso.

   ― Estos vientos no son normales. 

   ― En estas épocas hay fuertes vientos y frío.― mencionó Mateo acercándose por detrás a Ignacio. 

   ― No, son vientos provocados por las brujas.

   ― ¿Brujas? ¿Más de una?― preguntó Darwin temeroso acercándose a su primo.

   ― Las brujas nunca andan solas, Darwin.

Ante la respuesta de su primo mayor, Darwin quedó sorprendido y un poco enfadado.

   ― ¿No dijiste que encontraste la guarida de un bruja y la ibas a capturar tú? 

   ― Lo hice, encontré la guarida de la bruja, pero no la puedo capturar yo. 

   ― Me mentiste y lo deje pasar una vez, pero ahora dices que hay más de una. 

   ― Sí, nunca habrá solo una bruja, Darwin, lo dice el...

   ― El libro de tu papá. Lo sé, pero debiste haberme dicho, ya que, yo soy el que va a capturarlas  en todo caso.

   ― ¿Sí, nosotros que se supone que vamos hacer?― preguntó Mateo observando hacia enfrente y a los lados.

Con ayuda de su linterna, iluminaba hacia todos lados buscando que nadie los siguiese o se les acercará mientras ellos conversaban.

   ― Nosotros cuidaremos de Darwin. 

   ― ¿Cómo...?― preguntó el chico, anonadado y mirando a Ignacio.― Dioses...― se resigno continuando caminando mientras que su primo y su amigo solo se quedaron viendo un par de segundos, para después volver a su rumbo.

La triada de chicos poco a poco se fue agrupando caminando todos al mismo tiempo, hasta que los muchacho se encontraron juntos nuevamente. En su andar y al mantenerse completamente callados, estos pudieron alcanzar a escuchar unas ramas quebrarse justo al frente de ellos, dicho ruido claramente los alerto causando que los tres se frenasen y apuntaran sus linternas hacia el frente, sus ritmos cardiacos pronto comenzaron a subir y su respiración se agitaba producto del miedo que los comenzaba a invadir.

En ese momento, la luz de la luna parecía ser tapada por una nube que pasaba evitando que su luz llegase, esto solo causo que el bosque se viese más oscuro y la luz de sus linternas más brillantes. "No recordaba que el bosque fuese tan oscuro", pensó Mateo para sus adentros.

   ― Ustedes escucharon eso.― susurro Ignacio. 

   ― Sí...― contestaron ambos chicos al mismo tiempo, aún sin quitarle los ojos al camino.

Nuevamente una fuerte ráfaga de viento se hizo presente yendo contra ellos, pero esta vez, el aire iba a tal velocidad que ni si quiera los chicos podían respirar con normalidad, sintiendo como si ese viento les quitará el oxígeno al pasar.

La corriente de viento duró varios minutos, que incluso los tres decidieron voltearse y caminar lentamente por donde vinieron, ya que, sentía cada vez más que se ahogaban. Este movimiento parecía ser lo suficiente para que el misterioso aire cesara, como si la criatura o persona detrás de este hubiese cumplido con su propósito y ahora que el viento se había ido, los tres agacharon la cabeza tratando de recobrar el aliento, no obstante, voltearon a ver hacia atrás, el lugar de donde provenía dicho aire, notando al iluminar con las lámparas que las ramas y las hojas se habían desprendido de los árboles y otras más estaban dobladas hacia su dirección.

   ― Creo que no nos quieren aquí.

   ― Al menos fueron amables al darnos una advertencia y no tratar de matarnos.

   ― Creo que debemos irnos.― añadió Darwin.

   ― No, es el sitio exacto para hacer el ritual.― mencionó Ignacio.

   ― ¿Qué?― preguntó extrañado su primo.

   ― Vamos, empieza.― sacó de su bolsillo izquierdo una botella pequeña y con el derecho le extendió la soga a su primo.

   ― ¿Aquí?

   ― Sí.

   ― Espera, ¿qué es eso?― preguntó Mateo señalando con su mano izquierda la botella.

   ― Agua bendita.― Ignacio parecía totalmente preparado para lo que estaba apunto de pasar.

   ― Bien.― de mala gana Darwin tomo la soga.

Rápidamente se posicionó en medio de los dos, sujetando un extremo de la soga y tirando el resto de esta al suelo mientras comenzaba a rezar. Por su parte, Mateo miro hacia todos lados preocupado y dando de vueltas, para después dirigirse a Ignacio.

   ― ¿Y qué hago yo? 

   ― Solo quédate ahí y ve que nadie se le acerque.

Mateo asintió y dio un par de pasos hacia su costado vigilando con su linterna como se lo ordeno Ignacio. Por su parte, bastante nervioso, Darwin comenzó a amarrar el mecate poco a poco mientras iba rezando, mirando hacia enfrente en breves vistazos para percatarse de que nadie venía además de ver de reojo también a sus compañeros.

El tiempo pasaba todo se mantenía tranquilo, no había aire ni el sonido de grillos o de cualquier otro animal, de esto se percato Ignacio quien volteo a ver a Mateo cuando aún seguía rezando su primo, este igualmente lo miró dejando ver su miedo.

   ― ¿Qué pasa?― este noto su intercambio de mirada. 

   ― Hay mucha tranquilidad. 

   ― Eso no es normal.― añadió Mateo.

   ― El viento y los animales, ya no se escuchan, significa que ellas están cerca. 

Pronto de entre los árboles se comenzó a escuchar una serie de pasos, ramas en el suelo crujiendo y las hojas de los árboles se movían como si alguien se abriera paso. Todo esto captó la atención de los chicos quienes voltearon de inmediato a ver quien se dirigía hacia ellos de frente, se trataba de una mujer, la cual, estaba semidesnuda, llevando solo encima un camisón blanco que se le transparentaba completamente.

   ― ¿Qué esa no es...?― preguntó Mateo boquiabierto.

   ― Sí.― respondió Ignacio igualmente sorprendido por ver a la mujer enfrente de ellos. 





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