Capítulo 4: Exploración Urbana.

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Capítulo 4: Exploración Urbana

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Capítulo 4: Exploración Urbana.

Las velas del altar iluminaban todo el cuarto, aquel era un paisaje tan hermoso que a la vez invadía de nostalgia al joven delgado y alto que se encontraba parado enfrente, con su mano derecha sosteniendo una vela, veía el retrato de su tío Samuel rodeado de toda la comida y fruta que a él le encantaba junto con incienso que llenaba la sala con su aroma.

Darwin, desanimado bajo la cabeza mirando el suelo, dándose cuenta de que su tenis Nike de color azul tenía una ligera mancha de sangre. Sorprendido y temeroso alzo la cabeza mirando hacia la puerta de madera café oscura que se encontraba detrás de él, camino hacia el altar y dejó la vela junto con las demás, se arremango las mangas de su camisa negra con el estampado de Bart Simpson diciendo "Ay Caramba", para después hincar su rodilla derecha y con sus dos manos limpiar la sangre de su tenis tallándola con fuerza.

   — ¿Qué haces, mijo?— escuchó detrás de él la voz alegre de su abuelita.

   — Me amarro las agujetas, abu.— respondió con un pequeño escalofrío cuando vio aún hincado como su abuela pasaba enfrente de él, parecía llevar un ramo de flores de cempaxúchitl.

Afortunadamente logró quitar la gota de sangre de su calzado antes de que su abuela o abuelo lo viesen, dejándolo más tranquilo.

La mujer, de baja estatura y cabello canoso dejó el ramo en la mesa al lado del altar. Al ver esto, rápidamente se incorporó y se limpió la tierra de su rodilla, su pantalón era de mezclilla color azul oscuro y le quedaba justo dejando ver aún más su complexión delgada.

  — Ah, te dije que debías de procurar tu imagen, o tu abuelito se iba a enojar otra vez.

  — Sí, con lo del alambre entendí.

Su abuela, ahora más grande, con más arrugas en su cara y un semblante de cansancio lo vio, resignada, acaricio con sus manos maltratadas, de dedos delgados y chuecos, su mejilla mientras veía a su nieto con alegría.

Acto seguido, se dio la vuelta y comenzó a separar las flores para ponerlas en el altar al mismo tiempo que Darwin veía el reloj colgado en la pared al otro extremo del cuarto, percatándose de que ya casi eran las siete de la noche. Así, sin hacer ruido se escabullo hasta la salida de su casa, sin que nadie lo viese, pasando por el pasillo principal viendo la puerta de la cocina y de la sala. Notando en esta última como su abuelo estaba sentado viendo en la televisión a su equipo de fútbol jugar.

<<Entro al área, pero lo acaban de pisar y... ¡Penal para el América!>>, escuchó desde el pasillo pensativo.

Así, fue hasta el perchero donde se encontraba su sudadera color negro con mangas verdes, la cual, tomó con rapidez y sin hacer ruido, después de eso, siguió caminando hasta que llegó a la salida, donde tomó con cuidado la perilla de la puerta de madera color oscuro y la abrió.

Salió con rapidez cerrando despacio la puerta tras él, con sumo cuidado para no hacer ruido. Pero cuando se dio la vuelta para caminar se encontró con sus amigos de frente quienes le susurraron en la cara con sus manos alzadas.

   ― ¡Buuu!

Darwin no dio ningún grito ni sobresalto, solo comprimió su boca apretando los labios y manteniendo un semblante serio, los miró con cierto enojo. Su primo Ignacio, llevaba una mochila negra pequeña solo en su hombro derecho, vestido con un pantalón de mezclilla color negro y una camisa de cuadros roja con negro, era el más alto y grande de todos, con dieciséis años, medía cerca de un metro con ochenta centímetros, su cabello era largo y de color negro llegando casi a su cuello, su complexión era atlética, ya que, sus brazos eran largos y fornidos.

Posterior a eso, suspiro y después habló:

   ― Saben que mi abuelo pudo haberlos escuchado.

Su segundo invitado Mateo camino hacia él, era un chico de su misma estatura, su cabello era más corto, pero no rapado por completo, su cabeza era ovalada, sus cachetes y mentón grandes, sus cejas eran pequeñas y tupidas, sus ojos pequeños y rasgados como los de una persona asiática, su nariz era respingada y siempre estaba rosada, él vestía con una sudadera color café oscuro que decía Chicago en letras rojas en medio del pecho, unos pantalones de mezclilla de color negro que a diferencia de los de su amigo y su primo, este no estaba tan pegado, sino que era más holgado. Con sus grandes tenis llegó de pocas zancadas hasta él, colocándose a su costado derecho con la intención de susurrar.

   ― Tranquilo, no pasó nada.― puso su mano en su hombro.

Se tranquilizó y decidió seguir caminando junto con ellos, no antes de dar un pequeño vistazo hacia atrás para ver su casa. Con cierto sentimiento de miedo continúo, siguiéndole el paso a su primo, quien era el que iba más adelante de los tres, al ser el que los guiaba.

Con rapidez salieron pronto de los terrenos de su abuelo y comenzaron a caminar por el sendero dándose cuenta de que muchas familias del pueblo estaban en las calles, yendo hacia el panteón y los niños y jóvenes por su parte, se encontraban caminando y yendo hacia las casas para pedir su calaverita. Estos últimos vestidos como fantasmas, zombies, vestidos como diablitos con colas largas, portando máscaras de hombres lobo y vampiros con sus bolsas, calabazas o calaveras de plástico, con notable felicidad avanzaban saltando y jugando, haciendo sonar sus dulces.

Ahora con once años, a Darwin ya no le interesaban ese tipo de cosas y el estar vestido de civil acompañando a su primo y amigo a una exploración urbana, claramente se podía entender eso. Posterior a caminar durante varios minutos por las calles del pueblo iluminado por las luces de las veladoras y farolas color amarillo anaranjado, los tres chicos llegaron pronto a la calle donde iban a subir al cerro.

Ignacio rápidamente se quitó la mochila del hombro y la dejo caer al suelo, pronto la abrió y de esta sacó unas linternas que de inmediato les dio a Mateo y a su primo. Después sacó un mecate grueso que estaba perfectamente envuelto y amarrado, dejándolo en el suelo para acto seguido cerrar la mochila y echándosela al hombro.

Al ver esto, Darwin se acercó a su primo con un semblante de visible confusión.

   ― Pero, ¿para qué es el mecate?― preguntó con un tono serio llegando hasta él.

   ― Ya te dije: para que atrapes a la bruja.― se incorporó.

   ― ¿La voy amarrar o cómo?

   ― No Darwin.― respondió con una sonrisa.― Solo tienes que rezar.

Mateo pronto se unió a ellos iluminando el sendero mientras ellos seguían conversando. Ignacio estaba apunto de dar un paso, pero Darwin le puso la mano en el brazo para detenerlo.

   ― Pero como la atraparé.

   ― Tú confía, lo leí en el libro de mi padre.

   ― ¿Y qué decía?― preguntó Mateo sin voltear a verlos.

   ― ¿Qué una persona con autoridad espiritual debía de rezar y en cada oración hacerle un nudo al mecate, así, poco a poco íbamos a llamar a la bruja.

   ― Ah.― respondió Mateo bastante convencido.― Bueno, ahora vamos a subir.









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