CAPITULO IX ÉL

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Nací con gracia. Mi carisma fue natural como inmenso, desde pequeño. Empecé a hablar desde niño y no me he detenido mucho, siempre me gustó platicar con los demás, las personas que me rodeaban, adultos y niños. Con todos. Mis padres recuerdan con mucho cariño y risas lo libre que fui, siempre me dicen: hablabas hasta por los codos. Las cosas me amaron y yo las amé devuelta. Fue sencillo para mí, me enamoré de todo. Los olores, las formas y colores. Cada nueva sensación se impregnó en mí y la disfruté.

Nunca me detuve, me mantuve en constante movimiento. Me gustó brincar, correr y bailar. No había rama que no intentase subir, pelota que no patease, velocidad que no intentase superar. Ello me costó raspones, moretones e incluso un par de huesos rotos, pero aun con el dolor, disfruté cada momento. Supongo que eso me hizo crecer.

Mis padres me desearon y me cuidaron desde pequeño, con una madre pediatra tuve un desarrollo más que suficiente, fue increíble. Me dijo las cosas que debía hacer para ser fuerte y me dio la libertad para experimentar, sentir. Mi papá estuvo ahí para mí en todo momento, si yo deseaba hablar, él estaría ahí para escucharme. Gracias a su amor soy quién soy. Siempre he disfrutado de la amabilidad, del respeto y el esfuerzo.

Supongo que se debe a mi gran sensibilidad. Admito que soy muy emocional, recuerdo muy bien que, cuando tenía unos 10 años, mi mamá me regaló un juguete. No era lujoso, lo compró en la calle después de un largo día de trabajo, saliendo del hospital, se acordó de mí al verlo y lo compró, quería darme un detalle después de tanto tiempo sin verme. Se trataba de una cancha de futbol, era de plástico y tenía una bolita de metal por dentro que podías meter en dos porterías si atravesabas los obstáculos. Para aquel entonces yo ya tenía un tiempo jugando futbol por las tardes, por ello se acordó de mí al ver el juguete en un puesto ambulante. Yo estaba en la sala, haciendo tarea, ella llegó y lo me dio. Mi alegría fue inmensa, la abracé y le di muchos besos, mismos que ella devolvió. En ese momento dejé la tarea y me puse a jugar, ella fue a la cocina para preparar la comida. La cosa es que, mientras jugaba hice un movimiento que hizo que la bolita se quedase atorada en una esquina. No me percaté al instante, unos segundos después cuando vi que sin importar los movimientos en el juguete la bolita no se movía supe lo que había hecho. Comencé a preocuparme, sigo sin estar seguro de por qué, pero me sentí culpable. Me sentí como el niño más grosero y desagradecido, mi mamá se había molestado en comprarme algo y yo lo había roto. Estaba tan desdichado, supongo que lloré, debí haberlo hecho en silencio para que ella no se diera cuenta. No sabía que hacer, creía que mi vida había acabo en ese momento, no podía imaginar la continuación de mi vida sabiendo el daño que había provocado. Intenté esconder el juguete, mi mamá regresó a la sala para decirme que la comida estaba lista. Debió notar cuan alterado estaba y se acercó a mí, me abrazó y me preguntó qué sucedía. Le conté lo ocurrido, ella tomó el juguete y con unos suaves golpes pudo sacar la canica de su escondite. Estaba tan aliviado, ya no me sentía tan malo. Aun ahora, en los días en que me siento desanimado y preferiría quedarme en casa puedo recordar cuan cálido fue el abrazo que me dio.

Siempre me gustó mantenerme ocupado. En la escuela fue atento y respetuoso con los maestros (lo sigo siendo), hacía mis tareas y me comportaba bien en el salón, estuve rodeado de buenos amigos, desde la primaria hasta la universidad, con mi carácter fue fácil atraer a las personas, ellos deseaban estar a mí lado y yo me sentía a gusto alrededor de ellos, sabía que yo era el "líder" o como sea, pero nunca me sentía como tal, prefiero verme como un igual. Esa debe ser la principal razón por la que les agradaba a todos. Siempre me ha gustado probar cosas nuevas, experimentar sensaciones únicas. Con mi energía siempre estuve jugando y practicando algún deporte. Probe artes marciales y me divertí, pero el deporte que me hizo enamorarme fue el futbol. Quizás sea cliché o extraño, no lo sé, pero me gusta. Así que desde los diez años le pedí a mis papás que me dejase jugar y ellos estuvieron encantados, no solo me divertía y me mantenía activo, sino que eso les permitía tener más tiempo en sus trabajos.

Amor y otros desastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora