- ¿Nos vamos? – preguntó Gerardo que había llegado a la cocina.
Se separaron, Gloria acarició su rostro y fue la caricia más suave que había sentido nunca, era un amor distinto al de Gerardo. Su interior se derrumbaba, pero no quería demostrarlo, pudo mantenerse unido el tiempo suficiente hasta llegar a su casa.
- Vuelve pronto, Pedro. Me haría muy feliz que comas con nosotros de vez en cuando.
- Nada me gustaría más- contestó, procurando mantenerse neutro.
Salió de la cocina y espero por la puerta, Gerardo llego un par de minutos después. Salieron y se subieron a su coche.
- Oye, mi mamá me pidió unas cosas, pasamos a la plaza y ya te llevo a tu casa- no contestó.
Llegaron al estacionamiento de la plaza. Las nubes habían teñido el cielo de un gris amenazante, la temporada de lluvias ya había empezado hacia unas semanas. La ciudad ya había tenido bastantes, pero se avecinaba una grande.
- Vamos, hay que darnos prisa. No traje paraguas y creo que se viene una lluvia fuerte- estaban parados, Gerardo intentó tomarlo de la mano, él se apartó.
- Ya es tarde, tengo sueño y me gustaría irme a mi casa, pero has tus compras, está bien, me voy en camión.
- ¿Estás bien? – lo beso para evitar que pudiera preguntarle más, una palabra más y estaría deshecho, no estaba seguro de poder caminar si quiera, pero tendría que hacerlo- está bien, date prisa, avísame cuando llegues a tu casa- él le dio un beso, otro en la mejilla y se fue al supermercado.
Comenzó a caminar a la parada del camión. Estaba impaciente para que pasará el suyo, pero parecía que entre más prisa tenía, más se demoraba en llegar. El ruido de las personas y los coches lo aturdían por primera vez, ¿por qué?, las cosas brillaban hasta cegarlo, todo parecía borroso y el mundo parecía darle vueltas. Volvió en sí cuando llegó su camión, se había distraído viendo la velocidad con la pasaban los coches. Se subió y se sentó hasta atrás. Su trayecto apenas había empezado.
Se escucho un trueno y la lluvia se soltó con violencia. Azotaba las ventanas del camión y daban un aspecto más lúgubre, podía ver por la ventana como las personas se refugiaban del agua debajo de paradas, arboles y cualquier techo, algunos estaban corriendo y otros, sonreían. Fue ahí cuando lo sintió, su propia lluvia. Las lágrimas se sentían calientes en su rostro, parecían de fuego, ardían. Eran pesadas, nublaban su vista. No le importo si había gente, no podía dejar de pensarlo. ¿por qué?
Otra puerta se había abierto y no estaba seguro de le gustase su contenido. La primera se abrió cuando lo conoció, encontró motivo. La segunda cuando fue suyo, conoció la felicidad. Esta, la tercera no traía más que ruina y desgracia, la tristeza. Supo cuanta había albergado en su interior, había estado entumida y recién despertaba, como su contraparte. ¿Ese era el precio de ser humano? No le gustaba, lo repudiaba, si era así, entonces no lo quería. Le dolía. En su pecho crecía algo, una masa negra, su perdición. ¿por qué?
Llegó a su destino, se bajó y quedo empapado. Camino con las fuerzas que le restaban, en cualquier momento las piernas le fallarían, sus manos lo traicionaban, con torpeza abrió su puerta y entró a su casa. Ahí se derrumbó, cayó lentamente en el piso con la espalda hacia la puerta. Estaba con la cabeza recargada en las rodillas, seguía llorando, no creía parar. Se preguntó si podría ahogarse en sus lágrimas, tal vez si lloraba lo suficiente. Se levantó, se quitó la ropa húmeda y la dejó tirada. Reposo su frágil y adolorido cuerpo sobre la cama, ahí, hizo lo que no había hecho desde bebé, finalmente pudo recordar. Lloró hasta quedarse dormido. QUIERO MORIR.
ESTÁS LEYENDO
Amor y otros desastres
HorrorPedro es un chico solitario y apático, hasta que descubre las maravillas del amor, entonces emprenderá un viaje que le mostrará los horrores que el amor tiene por mostrar