Capitulo 3

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Miré a mi alrededor intentando adivinar si hablaba en serio o había alguien más en la casa y él estaba jugando conmigo.
Sus palabras fueron serias, y al mirarlo a los ojos supe que estaba determinado, pero no podía creer nada de lo que me decía.

—¿De qué estás hablando? —volví a preguntar.

—El hombre que vino en la mañana —aclaró—, te ayudaré a deshacerte de él.

Di dos pasos hacia atrás, asustada.

—Hablas… como un asesino —susurré. Pensé que negaría mis palabras o sonreiría, pero no hizo nada de eso—. No digas esas cosas de nuevo.

—¿No quieres? —preguntó.

—¡No! —esa fue mi respuesta inmediata— No podemos hacerle algo malo.

Y a pesar de mi respuesta, mi mente me repetía una y otra vez “sí quiero, deseo destruirlo”. Pero no me veía capaz.

—¿Quién está hablando de hacerle algo malo? —inquirió tomando la bolsa de medicinas que había quedado en el sofá— ¿No quieres huir de aquí? ¿Irte y no regresar?

—¿Qué quieres decir?

Me sentía realmente estúpida.

—Vámonos juntos —ofreció—, te enviaré al país que desees.

Lo miré. Él no me prestaba atención, él estaba preparando los materiales para saturar sus heridas, pero la forma en la que hablaba me hacía consiente de que estaba hablando en serio.

—¿A cambio de qué?

—¿A cambio de qué me estás ayudando tú? —objetó.

—Yo…

—Piensa que esa será mi forma de agradecerte.

—No puede ser tan fácil —objeté.

—¿Por qué no?

Esa vez, al preguntar, sonrió, su sonrisa me decía que él no era quien yo imaginaba en base a su aspecto físico, su sonrisa me decía que no sabía exactamente quién era la persona frente a mí, que no sabía ni una pizca de quién se había metido a mi casa esa noche.

Su sonrisa era de una persona que sabía que tenía el mundo a sus pies.

Yo quise llorar en ese momento. Quise acercarme y meterme bajo sus brazos y suplicarle que me protegiera; sentí que estaba frente a un dios.

—He intentando —mi voz se escuchó entrecortada— por años… huir de aquí. No te atrevas a decirme que es fácil.

—¿Quieres irte de aquí, Samantha? —él hablaba tan en serio, mientras se suturaba una herida, que me estaba dando miedo y anhelo al mismo tiempo, yo de verdad no sabía lo que estaba sintiendo— Dime tu respuesta definitiva.

—Quiero irme —exclamé con obviedad—, deseo irme de aquí con toda mi alma.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó, cuando notó mi silencio alzó la mirada y la fijó en la mía— No me deberás nada, Samantha, es mi pago por tu ayuda.

—¿Cómo… me vas a ayudar? —siseé.

—Primero debes aceptar que harás todo lo que te diga —pidió.

Y entré en un dilema.

¿Cómo podía aceptar yo, semejante propuesta? ¿Hacer todo lo que él dijera?

Él decía que me ayudaría a escapar de mi tío, pero ¿Si es peor huir? ¿Si es peor escoger un camino que no conocía?

Y sí, estaba dando saltitos en mi lugar mientras pensaba.


—Yo...

—Escuché que hoy no viene —me interrumpió, refiriéndose a mí tío—, yo he decidido no esperar a que alguien me salve, así que buscaré las maneras de llegar a mi casa vivo. La oportunidad es hoy, Sam, si no vienes conmigo no podré hacer nada por ti.

Entonces, en ese momento, cuando me llamó Sam en lugar de Samantha, sentí que mi madre me estaba diciendo “todo va a estar bien, ve”. No tuve que pensar nada más, no tuve que comerme la cabeza con pros y contras.

—De acuerdo —acepté casi llorando—, iré contigo.

—¿Harás lo que te diga? —preguntó nuevamente, yo asentí— Bien, comencemos con el plan.

—¿Qué plan? —jadeé.

—Primero me vas a ayudar a saturar la herida de la cabeza.

Pegué un chillido al escucharlo.

—¿Yo? ¡No! ¿Eso no es peligroso? ¡Puedo matarte! —grité.

—Tú. Quizás sea peligroso, no lo sé. Si me matas no importaría tampoco, ven.

—No quiero —me enfurruñé.

—Quedamos en que harías lo que te dijera, ¿Acaso no sabes coser?

—Sí.

—Bien, eso es lo que harás, pero en mi cabeza, solo por encima.

—Te voy a matar —sollocé.

—Hazlo rápido, ven —insistió.

Tomé lo que me daba mientras él se sentaba para que yo pudiera tener visibilidad de su herida.
De alguna manera, aún temblando y con lágrimas empañando mi vista, lo hice, logré suturar medianamente bien.

—¿Y ahora?

Él tomó una camisa que no había visto en el mueble y se la colocó, era la misma de anoche, pero estaba sin tantas manchas.

—Tomé prestado tu detergente, espero que no te moleste —negué—. Bien, ahora nos vamos. ¿Algo que quieras llevar?

—¿Nos vamos? —inquirí— ¿Así, sin más?

—Salir de esta casa es el paso más sencillo —me dedicó una sonrisa amable, una que no me gustó porque me hizo sentir como si no supiera nada de la vida—, cuando estemos allá afuera te vas a dar cuenta de a lo que nos enfrentaremos. ¿Prometes ser fuerte?

Quería llorar, de verdad sí quería.

—¿Me voy a morir? —sollocé.

—Deja de pensar en que vas a morir ¿Okey? Busca lo que vas a Llevar que quepa en tu bolsillo, no puedes llevar maletas, solo un bolso vacío.

—¿Un bolso vacío?

—En el camino te explico.

—¿En el camino me explicas? —exclamé.

—¡Samantha! —su voz fue fuerte y clara— Haz lo que te estoy pidiendo de inmediato, debemos irnos ahora antes de que cierren los abastos.

—Vale —susurré.

¿Si te dicen que debes irte de la casa en la que viviste desde que naciste y que solo puedes llevar algo que quepa en tu bolsillo, qué sería?
Exacto, es demasiado complicada la decisión, debes pensarlo demasiado bien para no arrepentirte luego.

Lo más gracioso es que mis pantalones no tenían bolsillos.

Quería llorar y reír al mismo tiempo.

Me cambié a unos pantalones cómodos y con bolsillos y me puse mis zapatos más nuevos.

¿Regresaría a mi casa? Esperaba que no.

Decidí tomar mi pasaporte, identificación y la foto de mi mamá. No pude pensar en nada más así que salí de la habitación con el bolso que me pidió, sintiendo que dejaba algo y que mi corazón se partía un poquito más.

—Estoy lista —avisé.

Kam asintió y caminó hasta la puerta.

—Es hora de irnos, deja la llave en el mueble.

Ésta vez no cuestioné su orden e hice lo que me pidió.

Él miraba hacia los lados cada cierto tiempo, yo solo lo seguía en silencio mientras sentía que mi corazón se saldría de mi pecho. La noche estaba fría y oscura, ya que había un tiempo de lluvia y las nubes ocultaban a la luna y a las estrellas; los árboles a nuestro alrededor se mecían creando un sonido agonizante en la carretera solitaria.
Para llegar hasta la zona comercial había que caminar varias cuadras llenas de casas viejas y silenciosas, donde la gente solo salía si era explícitamente necesario, pero, a pesar de no ver a nadie por el camino, estaba asustada.

¿Realmente estaban buscando a Kam? ¿Quién? ¿Por qué? ¿Si me encontraban con él me dejarían de la misma manera?

Preguntas como esas se paseaban por mi mente una y otra vez.

—¿Sabes a dónde vas? —susurré para no perturbar el silencio que nos regalaba la noche.

—He estado aquí antes —también susurró.

—¿De verdad? ¿Por qué?

Él se quedó en silencio por varios segundos, incluso pensé que no me respondería.

—Había alguien que vivía aquí, era una persona importante para mí.

—¿En serio? ¿Y qué pasó con ella? ¿Se mudó? ¿Cómo se llama? Quizás la conozca.

Kam me miró rápidamente y luego siguió su escrutinio por todo el camino.

—Ella murió —contestó, ralentizando sus pasos.

—Lo siento mucho —susurré, intentando alcanzarlo.

—Se llamaba Diana —confesó deteniéndose.

—¿De verdad? ¡Así se llamaba mi mamá! —jadeé.

Luego de haber dicho aquello solo me tomó menos de veinte segundos comprender.

Mis cejas alzadas debido a la coincidencia se colocaron en su lugar y mi rostro adquirió una expresión neutra al atar todos los puntos de la conversación.

Kam se paró frente a mí y me miró pareciendo asustado.

—Sam…

—¿Estás hablando de mi mamá? —inquirí sin entender del todo lo que estaba pasando.

ÉL me miró mientras abría sus labios para responder.

Y la verdad no sé si quería escuchar lo que diría.





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Samantha saturando piel humana cuando ni coser derecho sabe:

El ángel de Kam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora