—¿Estás hablando de mi mamá? —inquirí sin entender del todo lo que estaba pasando.
ÉL me miró mientras abría sus labios para responder.
Y la verdad no sé si quería escuchar lo que diría.
La mirada que me daba no parecía ser la de alguien que no tiene ninguna relación con mi madre. Alguien que no conoce a una persona no podría mirar de aquella manera.
—Lo siento —respondió.
Y solo eso me confirmó que estaba hablando de ella.
—¿Estás bromeando, verdad? —otra vez tenía ganas de llorar.
—No —se acercó, yo no pude alejarme—, Diana trabajaba en mi casa.
—¿Trabajaba en tu casa? —comencé a alterarme— ¿De qué estás hablando? Mamá trabajaba como cocinera en una escuela.
Él negó.
—No es así, Sam…
—¡No me llames Sam! —chillé.
Inmediatamente miró hacia los lados, me di cuenta de que estaba hablando demasiado fuerte y que el hecho de que él conociera a mi madre no nos sacaba el peligro de encima, así que intenté respirar profundo y calmarme.
—Escúchame ¿Okey? —pidió. Yo no dije nada, solo comencé a caminar atrás y adelante intentando contenerme— Diana trabajaba en mi casa como cocinera.
—¿Quién coño eres tú? —siseé.
—Samantha —su expresión asustada y desesperada de repente se puso seria, haciendo que me detuviera por la confusión—, soy Kam.
—¡Ya sé que eres Kam, maldita sea! ¡¿Quién es Kam?! —exclamé hablando lo más bajo que pude.
—Diana Hero, comenzó a trabajar para mi familia cuando tenía veintinueve años —comenzó, yo me quedé tan quieta en mi lugar que en algún momento sentí que me fusionaba con el asfalto—. Recuerdo claramente cuando me dijo que tenía una hija de seis años, ella te tuvo a los veintitrés; murió a los cuarenta de un derrame cerebral ocasionado por un golpe en la cabeza cuando se cayó en el baño, una mañana en la que se estaba preparando para ir a mi casa.
—Kam…
—Solo pude venir a tu casa cuando tenía dieciocho años y podía salir sin consentimiento, el primer lugar que quise visitar fue la casa de Diana, quería que me cocinara en su cocina y nos sentáramos en sus muebles a ver su televisión porque ella nunca se sintió parte de mi casa, yo quise ser parte de la de ella —siguió hablando—. Tu madre me enseñó muchísimas cosas, Samantha, y fue la persona en la que más confiaba.
—¿No fuiste a mi casa porque fue el lugar más cercano, verdad? —susurré, todavía haciendo todo el esfuerzo posible para no tirarme al suelo y llorar como una niña.
Estaba asustada, ¿Qué sentido tenía todo esto?
Miré a Kam levantarse la camisa, ignoré completamente su abdomen bien trabajado y me fijé en el cuchillo que había sosteniéndose de su pantalón, también había una carpeta de plástico.
—Estaba camino a tu casa cuando me atraparon, cuando logré escapar estaba determinado a conseguir lo que estaba buscando —confesó—, tenía el consentimiento de tu madre para esconder ésto en su casa.
—¿Qué es?
—Contratos, propiedades, pruebas…
—¿Pruebas de qué?
—De traición —sonrió.
—¿De verdad estamos en peligro, no? —lamenté.
Kam cerró el espacio lentamente entre nosotros, y de esa misma forma alzó sus manos para sostener mi rostro entre ellas; eran tan grandes que me sentí muy pequeña.
Había algo en su toque que no me asustaba ni repugnaba, su mirada no me decía las cosas que me decía la de mi tío.
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El ángel de Kam ©
Romantizm¿Qué harías si un hombre herido entra a tu casa a escondidas y luego te pide que lo salves? Samantha simplemente quería botar la basura y regresar a la comodidad de su hogar, pero, al entrar, una persona con un aspecto preocupante la sorprende rogán...