Capítulo 2

140 15 1
                                    

Otra vez me quedé muda, pero tuve la oportunidad de alejar mis manos de su cuerpo dejándole la toalla bajo la cabeza.

Él quitó la arruga de su entrecejo y me miró fijamente, yo no pude hacer nada más que devolverle la mirada sintiendo cómo mi corazón se aceleraba aún más de lo que estaba antes. Ésta vez estaba a escasos centímetros de él, no había posibilidad de que me sintiese segura. 

—Gracias —susurró de nuevo.

Yo pegué un brinco en mi lugar cuando lo escuché hablar repentinamente.

—Sí…

Me arrastré por el suelo lo más lento que pude, alejándome.

—Lamento ponerte en esta situación —la forma en la que hablaba era jadeante, me imaginé que se debía al dolor—. ¿Tienes antiinflamatorios?

—Sí.

—Los golpes… fueron con toallas húmedas —confesó, e inmediatamente mis ojos se humedecieron, porque yo sabía muy bien qué se sentía eso, lo mucho que dolía y la forma en la que tenías que recuperarte.

Me levanté a buscar los medicamentos antes de que las lágrimas salieran de mis ojos y él pudiera verlas. Cuando volví estaba en la misma posición y tenía la misma expresión; le metí a la boca dos pastillas y luego lo ayudé a beber del vaso de agua, él no preguntó, no chistó, no dudó.

Yo pensé “pudo haber sido veneno, hombre”.

—Tu cabeza —me forcé a hablar—… está sangrando mucho.

—¿Es así? —inquirió— Estaré bien.

Asentí, queriendo también que así fuera.

—No… no levantes la… cabeza de la toalla.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

Me imaginé miles de escenas donde buscaban todo acerca de mí nada más por mi nombre.

Dios mío, si no moría en manos de él iba a morir por un infarto.

—Samantha —susurré.

—Es bonito —alagó—. Gracias por ayudarme, Samantha… prometo devolverte el favor.

Negué.

—Los favores se hacen sin retribución.

Lo miré sonreír.

—Todo en esta vida tiene retribución —objetó—, por eso existe el karma.

Me quedé en silencio, mirándolo.

Yo realmente esperaba que el karma hiciera un buen trabajo, porque necesitaba con todo mi ser que mi tío pagara todo lo que había hecho.

Me levanté.

—¿Tienes frío? —pregunté. Él negó— Deberías dormir algo.

—De acuerdo.

—Bien.

Me giré dispuesta a dormir en el taburete de la cocina, pero su voz me detuvo.

—Samantha —su voz pronunciando mi nombre se escuchaba diferente al resto—, ¿Tienes maneras de conseguir algo para saturar mis heridas?

Mi corazón se aceleró cuando mi primer pensamiento fue robarle al hospital, pero luego pensé que simplemente podía ir a la farmacia a comprarlo. Además mañana era día de pago.

—Sí, pero no podré traerlo hasta la noche —lo miré, y cuando hablé me di cuenta de que mañana lo dejaría solo en mi casa—. Oye… ¿Cuándo te vienen a buscar?

—Esta semana.

—¿Te vas a quedar… toda la semana?

Jesús, en lo que me metí.

—¿Puedo? —inquirió y yo comencé a dar brinquitos en mi lugar.

¿Qué le decía? Si le decía que no, podía arrepentirme, y si le decía que sí, también.

«Dios que estás en el cielo, nunca me escuchas, pero si puedes protegerme esta vez te lo agradecería».

—Sí…

Antes de escucharlo decir algo más me fui a la cocina.

Allí me quedé sentada mirando hacia la nada hasta que se hicieron las cuatro y media de la mañana y me levanté a cocinar las comidas del día. Intenté hacer el menor ruido posible para que… Kam no se despertara, la verdad lo prefería mejor dormido, pues me daba menos miedo.

Cuando acabé me quedé parada en medio de la cocina, esperando, cuando se hicieron las seis y media fui hasta la sala y miré a Kam sentado, atento a los ruidos que se producían desde el exterior.

Me miró.

Sacando todo miedo de mi ser me acerqué lo más que pude y susurré:

—Entra en esa habitación —le señalé la segunda puerta que se divisaba— y no salgas hasta que todo quede en silencio. En la cocina te dejé las tres comidas de hoy.

—¿Qué pasa? —inquirió.

—Cierra la puerta con pestillo y sin importar lo que escuches quédate ahí —advertí.

A pesar de los años que tenía sufriendo esta maldición, aún me sentía asustada.

Kam se levantó y lentamente caminó hasta la habitación. La herida de su cabeza había dejado de sangrar así que solo tuve que esconder la toalla manchada; cuando vi que todo estaba en orden me senté en el mueble.

Roberto entró a la casa.

Mientras mi tío me hacía la vida imposible una vez más, intenté hacer el menor sonido posible para evitar que Kam se alterara. Quizás no me ayudaría escuchara lo que escuchara, pero no quería arriesgarme, él estaba herido y Roberto medía más de metro noventa, ninguno de los dos tenía oportunidad, a pesar de que Kam también era bastante alto.

Cuando acabó, tomó sus comidas y se fue directamente hacia su trabajo, lo supe porque siempre lo miraba irse desde la ventana para cerciorarme de que no regresaría.

Me bañé y salí de la casa sin importarme que estaba dejando a un completo desconocido en ella. Me sentía agotada y enojada, enojada porque por más que él hiciera lo que quisiera conmigo aún no me acostumbraba, aún me dolía.

El día de trabajo fue igual que los otros, pero me sentí muy bien cuando recibí mi pago semanal. No olvidé pasar por la farmacia buscando algunos medicamentos y el equipo de sutura para Kam; también le compré una crema cicatrizante con la idea de que mientras más rápido se recuperara, más rápido se iría.

Antes de entrar en la casa tomé una piedra y la metí en mi bolsillo por si acaso.

Todo estaba silencioso y las luces estaban apagadas, por un momento pensé que se había ido, pero los pequeños ronquidos que escuché al cerrar la puerta me advirtieron de su presencia recostado en el mueble.

Encendí las luces e inmediatamente él se levantó sobresaltado, alcé mis manos a la altura de mis hombros para hacerle ver que venía en paz.

—¿Samantha? —murmuró.

—Traje lo que me pediste —mencioné.

Él miró las bolsas en mis manos y asintió, me senté a su lado para ayudarlo.

—Gracias —susurró—. Samantha…

—Dime.

—¿Estás bien?

Lo miré, lo miré fijamente por primera vez.

—Estoy bien —susurré—, ¿Por qué?

Él me miró también, entonces nuestras miradas estaban fijas en el otro.

—Samantha…

—Kam —jadee, pensando que él estaba viendo dentro de mí.

—Te ayudaré a salir de aquí.

—¿De qué hablas?

Me levanté sintiéndome expuesta y triste al mismo tiempo, no queriendo escuchar falsas promesas.

—A la  persona que te está haciendo daño —también se levantó— la haré sufrir.





Gracias por leer.

El ángel de Kam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora