Chapter 4: Malditos ojos grises

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Harry estaba profundamente dormido cuando un destello plateado iluminó la habitación. El patronus de Kingsley, un majestuoso lince, se materializó al pie de su cama, su voz grave resonando en la quietud de la noche.

"Auror Potter, se requiere su presencia en mi oficina con urgencia. Es un asunto de suma importancia."

Harry se frotó los ojos con frustración. No solo odiaba ser despertado por un patronus en su día libre, sino que también sabía que esto significaría otra pelea con Ginny. Apenas había terminado de quitarse las sábanas de encima cuando su esposa entró en la habitación, envuelta en su bata de baño roja.

—No lo entiendo, Harry —refunfuñó Ginny, cruzando los brazos y mirándolo con reproche—. Teníamos planes hoy. ¿El trabajo es más importante que...?

Harry la interrumpió, colocando sus manos en sus hombros y acariciándola suavemente.

—La reservación es para esta tarde, Ginny —respondió con calma, intentando apaciguarla—. Esto no me llevará más de un par de horas.

Se inclinó para besarla en la frente, ofreciendo una sonrisa tranquilizadora antes de vestirse apresuradamente. Con el saco de trabajo bajo un brazo y un termo de café recién preparado en la otra mano, se despidió de Ginny y se dirigió hacia la chimenea para usar los polvos flu.

Mientras Harry se arreglaba el cabello desordenado frente al espejo, notó una mancha de pasta dental en su corbata y se dio cuenta de que el café sabía extrañamente salado. Frunció el ceño, preguntándose si había confundido el azúcar con la sal en su apuro.

Al llegar al Ministerio, el ambiente estaba inusualmente tenso. Kingsley lo esperaba en su oficina, su expresión grave indicaba que algo serio estaba sucediendo.

—Adelante, Harry —dijo Kingsley con su voz característica, tranquila pero cargada de autoridad.

Harry entró, cerrando la puerta tras de sí.

—¿Qué sucede, Kingsley? —preguntó, tomando asiento frente al escritorio del Jefe de Aurores.

Kingsley entrelazó los dedos, mirándolo con una mezcla de preocupación y urgencia.

—Tenemos una situación delicada que involucra a Draco Malfoy y el caso de los Inefables.

Harry parpadeó, sintiendo un nudo formarse en su estómago. La mención de Malfoy nunca era algo que tomara a la ligera, y si además le agregaba los rencores del pasado, la situación debía ser aún más complicada. Malfoy lo maldeciría solo por respirar.

Ese recuerdo tan vívido y detallado golpeó a Harry con una intensidad que lo dejó paralizado por un instante. No había pensado en esa noche desde que sucedió, o al menos, había hecho un esfuerzo consciente por enterrarlo en lo más profundo de su mente. Sin embargo, aquí estaba, tan claro como el día, recordándole algo que nunca debería haber sucedido.

La última vez que vio a Draco, él estaba desnudo, dormido y completamente vulnerable. Harry, en cambio, había sentido una mezcla de emociones tan confusas que no había sabido cómo manejarlas. La forma en que Draco yacía en la cama, con las pestañas blancas descansando sobre sus mejillas, el cabello desordenado y los labios ligeramente entreabiertos, le había dejado sin aliento. Parecía más un ángel que el arrogante Malfoy que había conocido en Hogwarts.

El olor a sudor y perfumes, aún frescos en su memoria, invadió su mente, haciéndole revivir cada detalle de esa noche. Los susurros entrecortados, los toques torpes pero apasionados, y la manera en que ambos se habían perdido el uno en el otro, aunque solo fuera por un breve momento.

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