Chapter 5: Entre rayos de sol y palabras

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4 de mayo, 1998.

Los rayos de sol del cálido amanecer se filtraban entre las cortinas de la estancia desordenada, tan llena de libros y ropa por el suelo que era imposible caminar entre ellos. Todo era tan casero, tan sereno. No había ningún lujo que delatara al dueño de aquel pequeño apartamento.

Harry se había refugiado en aquel lugar hace dos días.

Estaba en paz, con el olor de perfume caro y menta embriagándolo, y aquel delgado cuerpo aferrado al suyo como si así fuera como el universo lo hubiera querido. Estaba seguro de que él le estaba leyendo, con su voz serena y casi tan hipnotizante como las sirenas, algún absurdo libro muggle que le encantaba para sorpresa de Harry.

— Una vez recobrada la tranquilidad, Elizabeth pidió a Darcy que le contase cómo se había enamorado de ella —leía el platinado, suspirando por las caricias en sus mechones y la comodidad del pecho de Harry—. ¿Cuál fue el principio?, preguntó. Comprendo que siguieras una vez que habías comenzado, pero ¿qué te movió al principio?

El moreno posó su mentón en el hombro del chico, inhalando el aroma de Draco, quien, gustoso por la cercanía, sonrió, y Harry estuvo feliz de presenciar cómo trataba de ocultar su sonrojo al acercar el libro más a su cara.

— No puedo concretar la hora, ni el sitio, ni la mirada, ni las palabras que asentaron los fundamentos. Hace ya bastante tiempo. Cuando me di cuenta de que había comenzado, me hallaba ya a medio camino. —Harry lo escuchaba, o al menos lo intentaba. La dulce voz de Draco lo hacía adormilar, y la cercanía no le parecía suficiente. De algún modo, necesitaba ser uno con la piel del aristócrata. Draco pareció notar la distracción de Harry.

— Perdóneme, señor Elegido, ¿es acaso mi lectura poco entretenida para su majestad? —dramatizó, abultando los labios e inclinándose hacia Harry. Él estuvo tentado a besar aquellos rosados labios.

— Tu sola presencia lo es —murmuró el moreno, acariciando con gran delicadeza una de las mejillas ajenas, dichoso de ver a Draco derritiéndose con el contacto.

— Déjame terminar el libro, Harry —respondió Draco, abatido por cómo aquel chico parecía siempre robarle las palabras.

— Pero es tan aburrido —protestó, apretando la cintura del más alto y dejando cortos besos en el hombro desnudo de Draco. Él gruñó en protesta, el libro escurriéndose de sus manos.

Observó cómo el platinado se alejaba del contacto, solo para acomodarse mejor en el regazo de Harry, con ambas narices frotándose entre sí y las manos de Draco aferrándose a los fuertes brazos del moreno. El libro había quedado en alguna parte de la habitación.

— Oh, gran Elegido, ¿qué puede hacer su fiel servidor para acabar con su miseria? —bromeó Draco, provocándole un casi ronroneo cuando comenzó a acariciar su estrecha cintura y espalda.

— Ángel —suspiró Harry, extasiado por la simple presencia de Draco.

Draco sabía que se había lanzado, solo y sin paracaídas, por aquel chico al que no tardó en besar con adoración, acercándolo tanto a él como fuera posible. No habían hablado, no lo suficiente, para explicar por qué el Salvador Mágico había llegado abruptamente al departamento de él, después de terminar una guerra horas atrás.

No sabían si habían pasado horas acariciando sus cuerpos en un dulce compás, lleno de suspiros y miradas cómplices, ambos tratando de explicar sin palabras lo que sus corazones habían callado por lo que les parecía décadas.
Para ellos nunca era suficiente.

— Harry —escuchó el moreno ser llamado, en un extenso suspiro y una respiración entrecortada.

La vista lo era todo.

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