Chapter 1: Un sueño roto

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Cuando el doctor le informó sobre su esterilidad, Harry deseó que Voldemort hubiera sufrido una muerte mucho más dolorosa. Revivirlo y volverlo a matarlo no parecía tan descabellado.

Harry había construido su vida sobre lo que creía que siempre había deseado: un matrimonio con una mujer dulce y pelirroja como su madre, un trabajo como auror en el Ministerio, y el anhelo de formar una familia. Sin embargo, Voldemort, aún en la muerte, lograba sabotear su vida.

No podía ser padre. Después de ser el único horrocrux humano, no había posibilidad de fertilidad. Harry deseo que su pasado no dejara secuelas, pero aquí estaba de nuevo, miserable por los resultados de la guerra y las consecuencias que le habían dejado.

— Harry, amor... —llamó su esposa, la voz temblando de preocupación.

No podía mirarla. Habían intentado concebir un hijo desde su primer año de casados, siempre entusiastas al hablar de la familia que ambos deseaban. Cuatro años después, Harry se sentía envejecido y desolado. La desilusión de no cumplir su mayor sueño lo había dejado en piloto automático.

— Harry —parpadeó, confundido y perdido en sus pensamientos.

— No puedo, Ginny —dijo, sintiendo un gusto salado en su boca. ¿Estaba llorando? Creía que ya no le quedaban lágrimas—. Lo siento, pero no puedo.

— Harry, pero... —ella se detuvo, con una mirada llena de tristeza.

Harry sabía que estaba siendo egoísta. Era egoísta con su esposa, su mejor amiga y confidente, la persona que más atesoraba. Aunque ella lo miraba con comprensión, ya no había amor en sus ojos. Después de tantos intentos y tratamientos fallidos, el amor se había desvanecido en algún momento que ni siquiera recordaba.

— Todavía podemos adoptar, Harry —consoló ella, tragando con el mismo nudo en la garganta que él—. No estás obligado a nada, lo sabes.

Harry quiso creerle, pero conocía a Ginny. Ella deseaba experimentar cada etapa del embarazo, ver crecer su vientre, sentir las patadas y dar a luz a su hijo.

Ella aún podía hacerlo, se consoló.
Ginny era demasiado buena para dejarlo.
No era egoísta como él.

— Tú quieres que haga el tratamiento —dijo, afirmando más que preguntando. La mirada de Ginny confirmaba su deseo de tener un pedacito de ambos en un bebé.

— Sí, lo quiero —exhaló ella, mordiendo sus labios nerviosa y sobando los brazos del auror—. Mi esposo tiene unos hermosos ojos que deberían ser heredados.

Ginny sonrió, forzadamente.

Harry intentó creerle, se forzó a seguir adelante durante los siguientes meses. Se dejó arrastrar por una rutina que se volvió un círculo vicioso: Él ya se sabia de memoria aquel círculo vicio, fingían por un mes o dos no intentarlo, ninguno de los dos con algún interés en adoptar. Cada mañana olvidaban que por las noches y aún con sus piernas templando, no trataban de concebir un hijo. Después llegaban las peleas, los gritos y los llantos, con Ginny culpándolo e insultándolo sin razón aparente.

Harry solo esperaba a que terminará.

Eso lo llevó a encerrarse, tal como lo había hecho en algunos de sus años en Hogwarts. Había dejado de hablar con su esposa y se sumergió en su trabajo. Llegaba tarde, no comía en casa, y Ginny parecía indiferente a su estado. No hacía preguntas cuando él regresaba herido y con moretones, ni se preocupaba por su creciente consumo de cigarrillos.

Harry tampoco notaba mucho a su esposa últimamente. No se dio cuenta del nuevo corte de pelo, de las salidas nocturnas, ni de las excusas para evitar cenas familiares con los Weasley. Ambos sabían que algo estaba muy mal, pero ninguno estaba dispuesto a enfrentarlo.

El único momento en que ambos se daban cuenta del peso que cargaban era cuando Harry se preparaba para ir a trabajar. Las noches de intentos fallidos ya eran cosa del pasado; ahora cada roce entre ellos parecía solo un recordatorio de su distancia. Las mañanas se habían vuelto frías y automáticas. Ginny se levantaba temprano, duchándose y alistándose para el día mientras Harry recién despertaba. Ella conjuraba café para evitar ir a la cocina, mientras Harry se preparaba el suyo de manera muggle, con movimientos mecánicos.

Pasaban uno al lado del otro y no sentían nada.

La primera vista de Ginny al ver a Harry irse de casa solía ser el catalizador de discusiones sobre las más pequeñas tonterías. Hoy, la excusa era una cuchara sucia en el lavaplatos.

Harry, con los lentes aún empañados de sueño, se dirigió al Ministerio de Magia usando los polvos flu. Al llegar a su pequeña oficina, el montón de nuevas misiones y el papeleo acumulado lo esperaban con la misma ansia que la montaña de papeles que había dejado el día anterior. Era deprimente que su momento favorito del día fueran las misiones peligrosas, mientras que las tardes de papeleo lo sumían en una tristeza profunda. Harry se consolaba pensando que cualquier ser humano cuestionaría toda su vida frente a una montaña de documentos.

A pesar de todo, Harry seguía aferrándose a la esperanza de ser padre. Creía que podría ser un buen padre, aunque la idea se sentía cada vez más lejana y fuera de su control.

— Harry —se tensó al oír la voz familiar de Hermione, esa nueva normalidad que había aceptado—. No te pongas así, no vengo a regañarte —dijo Hermione con una sonrisa amable, dejando un pequeño plato de sopa humeante en su escritorio—. Cómelo mientras puedas.

— Mione.

— Nada de ojitos de cachorro, Harry —regañó con un tono cansado pero cariñoso, mientras se sentaba frente a él—. No dejaré que sigas siendo un demente suicida con tu trabajo y sin nada en el estómago. Cómelo ahora.

Harry comenzó a comer la sopa con desgana, más por miedo a la reprimenda que por hambre real. Se preguntó cuándo había sido la última vez que había comido algo casero y si siquiera había pasado bocado ese día.

— ¿Hablaste con Molly? —preguntó, observando a Harry mientras comía, notando la cantidad de comida que tenía en las mejillas. Harry negó con la cabeza. Hermione resopló con una ligera sonrisa— Ron no deja de decirle que tienes problemas gastrointestinales.

La sonrisa de Hermione parecía un intento de hacerlo hablar sin presionar demasiado. Aunque la conversación se disfrazaba de casualidad, Harry sintió cómo su hambre se desvanecía bajo la presión de la preocupación de Hermione. Ella le ofreció una mirada reconfortante, y su mano se posó suavemente sobre la de él.

— No es tu culpa. Nada de esto es tu culpa.

Harry se quedó pensando en esas palabras y se preguntó por qué no lo sentía así.

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