Chapter 2: Regreso de los Malfoy

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La monotonía tiene una forma insidiosa de atraparte. Te acostumbras a ella, te convences de que es normal sentirse así, que lo rutinario es lo que debe ser. El matrimonio de Ginny y Harry era, en la superficie, el ideal que el mundo mágico esperaba del Elegido. Pero detrás de esa fachada, la vida se había vuelto dolorosamente predecible, día tras día.

El olor a bacon es lo que parece despertarlo, casi como si estuviera soñando. Hacía tanto tiempo que su esposa no lo despertaba con el aroma del desayuno. Medio dormido, casi como un zombi, Harry se obligó a bajar las escaleras, arrastrando los pies hasta la cocina.

Allí estaba Ginny, cocinando el desayuno justo como a él le gustaba. Llevaba un delantal blanco, su cabello recogido en una coleta desordenada, su rostro al natural y cubierto de esas pecas que él siempre había amado. La escuchó tararear una suave melodía mientras cuidaba de que el bacon no se quemara. Cuando notó la presencia de Harry en la puerta, ella le sonrió, como si todo estuviera bien, como si no hubieran pasado los últimos cinco meses sin decirse una palabra.

— ¿Te desperté? —preguntó con un toque de sarcasmo, acercándose a él para besarle la mejilla—. Sabía que el olor a bacon te levantaría.

Ginny canturreó, orgullosa de tener razón. Le hizo un gesto para que se sentara en el comedor, pero Harry no pudo encontrar las palabras para responderle. Ella, en cambio, parecía llena de energía, como si hubiera decidido, silenciosamente, dejar atrás los meses de silencio y distancia.

Harry no podía olvidar lo que había pasado, pero tampoco quería traer el tema a la mesa.

Desayunaron en un silencio tenso. Harry no recordaba haber dicho una palabra en todo el proceso, pero lo que sí recordaba era a Ginny acercándose después, sacando su saco de trabajo. Ella se lo colocó con delicadeza, alisando la tela con sus manos antes de inclinarse para dejar un beso suave en sus labios. Harry no estaba seguro de haber correspondido. Estaba demasiado aturdido para reaccionar.

Harry intentó concentrarse en su día de trabajo, pero su mente estaba en otra parte.

¿Por qué Ginny cambió de la noche a la mañana? ¿Y por qué después de tantos meses?

— Podemos dividirnos en grupos de tres, Sean puede liderar el tercer grupo y nosotros seguiremos con... —la voz de Kingsley se desvanecía en sus oídos. Harry tenía la mirada fija en los informes de la misión, como si esperara que de algún modo le revelaran las respuestas a todos sus problemas— ...la revisión del terreno. Luego, si el auror Potter lo permite, podríamos formar un cuarteto entre todos.

Ron le dio un codazo en el brazo, sacándolo bruscamente de su ensueño y haciendo que se golpeara la mandíbula al haberse quedado apoyado en su mano. Harry levantó la vista y se encontró con todos en la sala mirándolo. Buscó la mirada de Ron en busca de ayuda, pero su amigo estaba demasiado entretenido disfrutando de la situación.

— Eh, sí. Claro —murmuró, sintiendo cómo se le encendían las mejillas. Aclaró su garganta y se removió incómodo bajo la atención de todos—. Es una buena estrategia.

El equipo de aurores apenas lograba contener la risa, mientras que los novatos fallaban miserablemente en ocultar sus sonrisas tras las manos. Harry se sonrojó aún más.

— Claro, amigo —dijo Ron, dándole una palmada en la espalda, claramente disfrutando del momento—. Yo me encargaré de poner al día a Harry, señor.

Kingsley asintió, sin mostrar molestia alguna por la distracción de Harry. Era evidente que confiaba en él más que en cualquier otro, y no solo porque fuera el Elegido o el mago más famoso de su generación.

— Bien, eso es todo. Ya pueden irse.

Harry y Ron fueron los últimos en abandonar la sala. Harry estaba visiblemente molesto por la falta de apoyo de su amigo, mientras que Ron apenas podía contener la risa, tan rojo como su cabello, con lágrimas en los ojos de tanto reírse como un travieso pixie.

El auror tuvo que prácticamente empujar a Ron por los pasillos del Ministerio para llevarlo hasta su oficina, dejando atrás la deprimente sala de juntas. Ron seguía limpiándose las lágrimas, aunque al menos había dejado de reírse a carcajadas.

— No le veo la gracia —gruñó Harry, dejándose caer en el cómodo sofá de su oficina, demasiado cansado para dirigirse a su escritorio.

— Serás idiota —canturreó Ron, dando vueltas en la silla de Harry—. Pero no puedes culpar a tu jodido matrimonio por tu falta de humor.

Harry lo miró con una ceja levantada, claramente molesto. Ron, interpretando correctamente su expresión, continuó.

— Que Ginny sea mi hermana no cambia el hecho de que tú también eres mi hermano, Elegido.

— Cállate, Ronald.

— Oh, cállame tú, Gran Elegido —Ron se rió y esquivó el cojín que Harry le lanzó desde el sofá, riendo con descaro.

Unos suaves golpes en la puerta interrumpieron la escena. Hermione entró, con su cabello castaño y esponjado enmarcando una mirada interrogante dirigida a su esposo y a su mejor amigo.

— ¿Interrumpo algo? —preguntó, cruzándose de brazos después de cerrar la puerta tras ella.

— Harry tendrá un cuarteto con los aurores.

— ¡Ronald! —gritaron ambos, y él solo rió mientras abrazaba el cojín con satisfacción.

— Si ya terminaste de avergonzar a tu amigo, Ronald —dijo Hermione, lanzándole una mirada reprobatoria—. Hay algo importante de lo que necesito hablar con Harry.

— Soy todo oídos, Ministra —canturreó Ron, esbozando una sonrisa y levantando las cejas de manera coqueta.

— Oh, contigo no, Auror Weasley —Hermione rodó los ojos y luego golpeó a Harry con los papeles que tenía en mano, indicándole que le dejara un espacio en el sillón. Harry, con cara de pocos amigos, se hizo a un lado—. Pero escuché que los novatos trajeron varitas de regaliz.

Ron, entusiasmado, lanzó el cojín con fuerza hacia Harry, quien gruñó cuando los lentes se le cayeron de la nariz, rompiéndose en el proceso. Ron salió corriendo de la oficina antes de que Harry pudiera responder.

— ¿Cómo es que lo aguantas? —murmuró Harry, mientras recogía los restos de sus lentes.

Hermione sonrió, divertida por la pregunta.

— Me lo pregunto todos los días —dijo, entregándole un montón de papeles—. Necesito que revises esto, y antes de que empieces a quejarte —añadió rápidamente, viendo cómo Harry abría la boca para protestar—, es un caso especial. Los Inefables necesitan la ayuda de un auror, y yo no confío en que Kingsley haga la elección correcta.

Harry soltó un suspiro resignado mientras abría el expediente. Su expresión se endureció al leer el contenido.

— Hermione —la llamó, claramente confundido—, ¿por qué estoy viendo un archivo extenso y aburrido de la familia Malfoy? —La miró con la ceja levantada. Hermione lo observó con calma, pero Harry insistió—. Seré más claro, ¿qué demonios quieren los Inefables con la familia Malfoy?

— No puedo decírtelo —respondió ella, fulminándolo con la mirada cuando vio que estaba a punto de quejarse—. Sabes cómo trabajan ellos, Harry. Ni siquiera yo conozco todos los detalles de sus operaciones.

— ¿Entonces?

Hermione exhaló un suspiro, visiblemente incómoda con lo que estaba por decir.

— Necesitan protección, Harry —explicó, observando la creciente confusión en el rostro de su amigo—. La familia Malfoy ha sido convocada por los Inefables y solicitaron protección.

— No soy niñero.

— No, no lo eres —admitió ella tras unos segundos de silencio, consciente de que cualquier comentario imprudente podría alterar a Harry—. Pero sabes tan bien como yo que muchos aurores no tratarán a los Malfoy con justicia, a pesar de las leyes que existen para protegerlos.

Harry no respondió, sumido en un mar de pensamientos contradictorios. La idea de volver a ver a los Malfoy, y en especial a cierto rubio platino que siempre lograba sacarlo de quicio, lo perturbaba más de lo que quería admitir.

— Harry, ¿te afecta tanto saber de Draco?

Jodidamente sí, lo hacía.

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