Chapter 14: Hacer cucharita

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Draco Malfoy no era, ni nunca había sido, una persona paciente. Cualquiera que lo conociera mínimamente lo sabía, y él mismo lo aceptaba sin problemas. En su opinión, la paciencia era solo una excusa para soportar lo intolerable, y Harry Potter solía caer directamente en esa categoría.

Después de casi una semana de convivir en el mismo espacio y limitándose a intercambiar solo las palabras estrictamente necesarias, Draco se sentía sorprendentemente orgulloso de que aún no hubieran terminado a golpes. No es que no hubiera tenido ganas, especialmente cuando sorprendía a Potter mirándolo de reojo con esas expresiones crípticas que lo hacían hervir por dentro.

Finalmente, después de soportar un rato más el molesto tamborileo de los pies de Harry en el suelo, Draco no pudo más.

— ¿Qué mierda te pasa, Potter? —espetó, su voz más tensa de lo que había anticipado.

— ¿Eh? —Harry alzó la vista, con un aire ausente, como si ni siquiera se hubiera dado cuenta del ruido que estaba haciendo.

—Llevas haciendo ese maldito ruido con los pies desde que entraste —replicó Draco, sus ojos entrecerrados en una mirada de advertencia—. Y algunos de nosotros aquí necesitamos silencio para concentrarnos. No es mucho pedir, ¿verdad?

Harry pareció desmoronarse un poco bajo la mirada crítica de Draco, como si estuviera dándose cuenta de su propia falta de consideración.

—Yo... perdón, no me di cuenta —murmuró, su tono tímido y arrepentido.

Draco soltó un largo suspiro, echando un vistazo al caldero que había estado revolviendo meticulosamente. El líquido espeso burbujeaba suavemente, el color indicando que estaba en el punto exacto que necesitaba. Con un movimiento hábil de su varita, Draco conjuró un hechizo no verbal para que el caldero continuara revolviéndose solo, liberándose de la tarea manual.

Luego, con resignación, se giró hacia Harry, dispuesto a enfrentar lo que fuera que estuviera molestando al Gryffindor.

—Ahorrémonos el drama, Potter, y dime de una vez qué es lo que te pasa —dijo Draco, su voz ahora más calmada, aunque seguía manteniendo un tono de impaciencia.

Harry lo miró por un momento, como si estuviera debatiendo consigo mismo si debía confiarle sus preocupaciones a Draco. Era evidente que algo lo estaba perturbando, y Draco, aunque le costara admitirlo, sintió una punzada de curiosidad mezclada con irritación.

—Mañana es la fiesta del Ministerio —comenzó Harry finalmente, hablando con un tono apagado. Draco levantó una ceja, señalando con un gesto que continuara—, y no sé si quiero ir.

Draco parpadeó, sorprendido por la simplicidad de la confesión. Había esperado algo más complicado, algo que requiriera un verdadero esfuerzo de su parte para resolver. Pero esto... esto parecía ridículamente fácil.

—Entonces no vayas —respondió Draco con un encogimiento de hombros, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

— ¿Qué? ¡No! ¡No puedo! —exclamó Harry, claramente más agitado ahora que antes—. Si no voy, el Profeta publicará una plana entera diciendo que soy un malagradecido, que no respeto la memoria de la guerra, y Hermione me matará...

—Para empezar, Granger entendería si no quieres ir —interrumpió Draco, cansado de las excusas titubeantes de Harry—. Siempre y cuando tengas una razón válida.

Harry pareció volver a su molesto hábito de mover los pies, cosa que instantáneamente irritó a Draco aún más. Sin pensarlo dos veces, tomó el pequeño libro de pociones que había estado utilizando y le dio un golpe ligero en la cabeza a Harry.

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