Capítulo 10: Rayo

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Los días siguientes en el desierto fueron un verdadero infierno. El sol, que ya nos había parecido implacable antes, se convirtió en mi peor enemigo, castigándonos sin descanso. Cada mañana, al amanecer, sentía como el calor comenzaba a apoderarse del aire, sofocandome antes de que siquiera tuviera la oportunidad de prepararme para otro día de marcha.

El agua, el recurso más preciado, empezó a escasear rápidamente. Cada gota la fui racionando, medida con cuidado para que durara lo máximo posible, pero el desierto parecía tener una sed insaciable. La sensación de mi lengua seca, los labios agrietados y el dolor constante en la garganta se hicieron nuestra nueva normalidad. Nadie hablaba mucho, conservar nuestras fuerzas era lo más importante.

Las tormentas de arena se volvieron más frecuentes, levantándose sin previo aviso y envolviendonos en un caos de arena y viento. La arena se colaba por todas partes, raspando mi piel y cegando mis ojos. El sonido ensordecedor, un rugido constante que parecía querer arrastrarnos.

Cada noche el frío se apoderaba del desierto, contrarrestando brutalmente con el calor del día. El cielo estrellado era hermoso, pero su belleza se sentía cruel, como si el universo nos recordara lo pequeños e insignificantes que éramos en ese vasto vacío.

Los días se mezclaban unos con otros, una marcha interminable a través de un paisaje que no cambiaba. Pero en medio de todo ese sufrimiento, había pequeños momentos que nos manteníamos unidos. Una sonrisa fugaz, una palabra de aliento, una mano unida constantemente a la mía. Minho y yo intercambiamos muchas de esas miradas, esas pequeñas promesas silenciosas de que nos ayudaríamos mutuamente, pase lo que pase.

Una noche, nos acurrucamos todos juntos, tratando de protegernos mutuamente, el suelo ya no era de arena, era muy duro y frío, lo que era incómodo. Pero estábamos tan cansados que nos quedamos profundamente dormidos.

Los sueños ya no eran tan constantes como antes, lo que por una parte era bueno, ya que los recuerdos horrorosos no me despertaban, pero por otro lado, ya no estaban aquellos fragmentos de mi pasado.

—¡Oigan, despierten!—escuché la voz rasposa de Thomas.

Abrí de forma perezosa los ojos, un brazo me tenía agarrada fuertemente de la cintura, y cuando levanté la vista pude ver el rostro de Minho.

—¡Newt, despierta!—seguía llamando al castaño.

Moví suavemente al pelinegro, que abrí los ojos de forma rápida

—¿Qué pasa?—me preguntó con voz ronca.

—No lo sé—respondí con la voz rasposa.

El pelinegro se fue levantado para tenderme una mano y ayudarme, sentí mis piernas un poco entumecidas.

—¿Qué pasa aquí?—interrogó Minho a Thomas.

—¿Ven eso?—nos preguntó el castaño mientras señalaba un lugar un poco lejano con destellos brillantes—Son luces—se volteó para vernos con una sonrisa en su rostro.

—Lo logramos—habló el asiático a mi lado.

Yo aun estaba adormilada, pero todo rastro de sueño y cansancio desapareció de mi cuerpo al escuchar el fuerte ruido de un trueno, volteamos algo asustados.

Una gran tormenta se acercaba a nosotros, unas luces destellaban entre las nubes grises y luego el fuerte ruido resonaba haciendo que pegue un pequeño salto.

—Tenemos que irnos—reaccioné.

Tome mi mochila y la del pelinegro, él me agradeció con la mirada y la tomó.

—Vámonos ya—ordenó Thomas.

No necesitábamos más indicaciones. Sin pensarlo dos veces, echamos a correr, mis piernas se movían por instinto más que por voluntad propia. El suelo bajo nosotros parecía vibrar con cada relámpago que caía del cielo.

Unidos ♡ (Minho y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora