Capítulo Seis

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Pasó el tiempo y desde uno de los balcones Zana vio partir a su amigo a quién no vería por mucho tiempo.

- Has hecho lo correcto.

- ¿Tú crees Sialia? -dijo con la mirada fría que la caracterizaba.

- Si.

- Es mi amigo.

- Es el único modo princesa, tú lo sabes. Un pequeño sacrificio por un bien mayor.

- No es un pequeño sacrificio...-dijo seria mirando a la hechicera- Es una vida, una de una buena persona.

- ¿Y que es una vida con la de millones? -pregunto la hechicera para transformarse en pájaro y salir volando-

Y una pequeña princesa de trece años recién cumplidos miro al horizonte con duda, acaso lo que ocurriría era justificable, algún día podría ser perdonado aquel pecado que aún no se había cometido.

Lejos de aquellas dudas y cuitas se encontraba Laertes, rumbo al reino de Ignis. Habían pasado cinco días desde que emprendió el viaje, por fin la carroza cruzo los puentes de piedra del gran desierto de Ur, lo que quería decir que se encontraban a mitad de camino del reino de los dragones.

Fue en el séptimo día cuando Laertes vio que por fin empezaba a desaparecer la arena de Hamada y aparecía la ceniza oscura de las grutas, lo que en el resto de los reinos llamaban las bocas del infierno.

Unas cuevas en las cuales según más te adentrabas más calor hacía, sentías que en cualquier momento tu piel se caería de tus huesos. Las brasas del camino dejaban un bonito recuerdo para aquellas personas que no podían permitirse un calzado.

La carroza siguió la ruta hasta el palacio, desde la ventana el príncipe pudo ver un majestuoso rio de lava en el que nadaban unas especies de serpientes. Y entonces vio una gran montaña de donde venia el rio o eso pensó hasta que se dio cuenta de que aquella composición rocosa con forma de montaña era el palacio.

Nada más llegar fue llevado a la sala del trono, era una gran sala con lava cayendo de tal forma que parecían columnas, el trono estaba hecho de ascuas y a los pies de este había dos pequeños dragones hecho de hierro al rojo vivo.

- Bienvenido. -dijo con una fuerte voz el rey Dharma.

- Gracias a vos por acogerme su majestad. -contesto el príncipe para arrodillarse.

- Sois el futuro gobernante de Atalanta creo que yo debería ser quien se arrodille.

- Es vuestro reino y yo soy un huésped. Creo que sería incorrecto hacerlo de otro modo.

- Para ser un mocoso de trece años desde hace una luna, sois bastante sabio.

- Gracias... Se me enseño bien en Atalanta y Hamada. Espero aprender mucho en Ignis.

- ¿Cuál es vuestro animal? -pregunto curioso.

- ¿Perdón? -inquirió el príncipe.

- Si. Vuestro animal.

- Es un león su nombre es Atlas, él fue llevado a reino de Lurra y luego ira a Metsa, allí nos rencontraremos.

- Aquí todo el mundo tiene un dragón nacido de la lava de nuestro mundo, de su sangre. Incluso tu podrías tener uno si te lo ganas.

- ¿Cómo es eso? -pregunto con duda.

- Lo descubrirás. Permíteme presentarte a mi mujer Daia, y a mi hijo Drake, tiene tu edad, mañana empezará el entrenamiento.

- ¿Entrenamiento? -preguntó el joven

- Aquí cuando cualquier persona nace, aunque este sea de la familia real ha de ganarse su derecho a tener un dragón, y para ello deberá conseguir dominarlo.

- No querrá usted decir domarlo ¿verdad? -pregunto con duda.

- No, dominarlo. Ya lo entenderás todo mañana ahora deberías ir a descansar.

Más allá de las cavernas del Reino de Ignis, sobrevolando el desierto de Hamada llegando al cañón del final del reino desde el cual discurría un pequeño riachuelo proveniente de una cascada de Atalanta, En una gruta de este se encontraba Hécate.

Una anciana de pelo grisáceo y largo cuya piel estaba hendida en los huesos y marcada por las arrugas con un tono blanquecino llegando a lo enfermizo, bajo sus ojos unos orbes de color negro se encontraban unas marcadas bolsas negras.

Lo cierto era que nadie sabía de ella pues Hécate había sido la bruja del bando de los Oscuros cuyo ejecito contaba con la Hueste Escarlata una tropa dirigida por asesinos y criaturas de la peor calaña que se sublevaron en contra de la Unificación de Atalanta contra el bando de los Empíreo.

Tras aquella gran guerra todos los reinos de Atlanta se volvieron firmes en su paz y voluntad por no consentir que se repitiesen los errores de antaño. Hécate pasó a ser una leyenda para hacer que los niños obedeciesen a sus mayores, pues se decía que sus profecías venían un brebaje que preparaba con sangre y plantas de animales y niños que bebía de los cráneos de los infantes e infantas que se cruzaban con ella.

Pero nadie se podía imaginar que Hécate era más que una leyenda, allí en la oscuridad de su gruta en absoluto silencio lo noto. No era la primera vez que lo percibía había sido hace años cuando noto un temblor provocado por los espíritus de las sombras que anunciaban un nuevo reino del terror, no estaba cerca pero tampoco lejos y ella debía prepararse para ayudar a sus amos.

 No era la primera vez que lo percibía había sido hace años cuando noto un temblor provocado por los espíritus de las sombras que anunciaban un nuevo reino del terror, no estaba cerca pero tampoco lejos y ella debía prepararse para ayudar a sus amos

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De regresó al Reino de Ignis, Laertes se había levantado más temprano que de costumbre para ver cómo era eso de dominar un dragón.

Lo cierto es que después de dos años en el reino de Hamada y tras unos días en el reino de Ignis la actitud del joven se había hecho más sería, observaba y escuchaba más, y ahora estaba intrigado por aquella peculiar tradición

- Príncipe Laertes.

- Príncipe Drake -contesto en un tono neutro

- ¿Preparado para El Sometimiento? -dijo con curiosidad.

- Por su puesto, estoy deseando ver en que consiste. -contesto con una sonrisa.

Matayrit I (Balada de Pardales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora