Era común que a los siete años que todas las familias, independientemente de su estatus social, tuvieran un animal destinado que protegía y se criaba con el recién nacido.
Sin embargo, en las familias reales también era común tener ese animal como un tótem, que demostraba su espíritu.
Puede que, en la casa del León, o del Dragón, o del Delfín, o la que fuese, todos tuvieran el mismo animal por ser reales, pero, cada tótem, cada espíritu era único. En ocasiones, el tótem podía llevarse en un collar o en una pulsera.
Otra peculiaridad de las familias reales y los allegados a ella era que, en la mayoría de los casos se les nombraba con la inicial del animal de la casa.
En el caso de la casa del Lobo y del León nombraban con la L; los de la casa del Delfín y el Dragón con la D; la casa del Águila con la A; la casa de la Pantera con la P; la casa del Zorro con la Z y la casa del Oso con la O.
Otra tradición de los ocho reinos era casarse con alguien del mismo estatus social, no se trataba de que la clase llana no pudiesen ser buenos gobernastes o no fuesen suficiente, el problema estaba en que no tenían tótems y eso era algo primordial para gobernar.
Antiguas leyendas sobre los primeros hombres y protectores de los reinos decían que esos objetos tenían una poderosa magia para dirigir el reino con benevolencia y rectitud, para mantener a todos a salvo.
- ¿Pero eso que tiene que ver con la Balada de...? ¿Cómo era? -quiso preguntar con cierta curiosidad la niña.
- La Balada de Pardales. Martina, para conocer la historia hay que entender quienes estaban allí y cómo vivían.
- ¿Entonces ahora empieza la historia? -pregunto con entusiasmo.
- Si ahora te contaré la una leyenda de las que perduraron hasta hoy, La Balada de Pardales la historia de Lea Thelle princesa heredera del trono de Atlanta. Pero para contar esa historia hay que viajar tiempo atrás...
Los reyes de Atalanta en ese entonces eran el rey Labib y la reina Laetitia, se conocían desde hacía infantes; él era el heredero al trono de Atalanta y ella, hija de una prima lejana de los reyes de Xeo.
Lo cierto es que cuando se enteraron de que estaban comprometidos a los quinceaños ninguno se opuso pues se habían amado incluso mucho antes de entender qué era ese sentimiento.
Pero no todo sería perfecto, entre los reinos de Xeo e Hydros vivía una de las cuatro brujas del reino, y fue idea de una prima de Laetitia visitarla para que profetizase su futuro.
Tuvieron que caminar tres días y tres noches hasta llegar a lo alto de una de las montañas. Allí, entre la nieve vivía Azure, bruja del elemento del agua, capaz de manipularla y usarla a su antojo entre otras virtudes.
A la luz de la lumbre observando un caldero de agua hirviendo se hizo la profecía. Azure observó el caldero atentamente y después levantó su rostro de manera brusca y pronunció las siguientes palabras:
Naciste del amor y eso tendrás reinarás en paz y tu familia se multiplicará como se multiplican los frutos de un árbol. Más este se marchitará cuando los tiempos cambien un nuevo rey asumirá el poder sembrará el odio y la oscuridad y todos tus frutos se pudrirán.
- No lo entiendo, ¿el vástago que tenga provocará eso?
- No y sí.
- No lo comprendo, ¿no hay nada más que puedas decir? -inquirió la joven.
- Es una historia muy difusa, aun no está escrita del todo, y al mismo tiempo sí. El futuro es algo ambiguo.
- ¿Qué puedo hacer? -cuestionó la joven.
- Puedes orientar al gorrión.
- ¿Al gorrión? -volvió a preguntar.
- Es tarde, algún día lo entenderéis.
La muchacha volvió a casa pasaron los años y aquella profecía se volvió un difuso recuerdo en su memoria como si de un sueño se tratase.
A los veinte años se realizó la ceremonia en la gran catedral, aquella que fue edificada por los ochos reinos como representación física de la unión a través de la fe en los dioses. Aquellos que confiaban el poder y protegían a los reinos, los creadores de todo.
En medio del altar había un tronco de madera que al ser cortado dejó una forma de asiento. Ese tronco perteneció a uno de los árboles sagrados, había ocho uno en cada reino.
De ellos nacieron los primeros tótems y desde entonces cada día del nacimiento de los príncipes y princesas de las familias reales, en cada reino, cada árbol daba un nuevo tótem.
Los años pasaron y el reino tuvo prosperidad, llegando el momento de concebir un hijo, el futuro heredero. Cuando este nació y la reina lo tuvo en sus brazos no pudo evitar recordar las palabras de aquella bruja.
Lo que siguió al nacimiento del príncipe fue su bautizo realizado por la sacerdotisa suprema. El príncipe fue sentado en aquella especie de trono y procedió el ritual.
Toda la catedral estaba en silencio hasta que se abrieron las puertas y apareció la sacerdotisa, solo se escuchaba el sonido de su cetro chocando contra el suelo, subió las escalares de piedra y se ubicó delante del heredero.
Cogió una flor arcoíris del reino de Metsa, una flor helada del reino de Xeo, una flor coral del reino de Hydros, otra flor de roca del reino de Lurra, una flor de plumas del reino de Shu, una flor ígnea del reino Ignis y una flor del desierto del reino de Hamada.
Las metió en un cuenco en donde las prendió fuego, a las cenizas les hecho agua y con el dedo pulgar lo pasó por la frente.
De repente las nubes del cielo se abrieron y el sol asomó entre ellas alumbrando directamente a la cabeza del heredero y una brisa procedente desde lo más alto conocida como el aliento de los dioses quitó la masa realizada con las cenizas de las flores.
Aquella brisa no era muy fría, pero si algo fresca, era fácil distinguirla de otras ya que siempre aparecía de entre las nubes.
De un lugar mucho más elevado que el reino del aire y cada vez que aparecía venía acompañado de plumas y trozos de pétalos e igual que aparecía desaparecía.
Tras ello, elevó al joven heredero ante la mirada de todos los súbditos y las familias reales de otros reinos.
- He aquí a nuestro príncipe y futuro rey. Larga vida al príncipe Laertes. – dijo volviendo a elevar al príncipe mientras era envuelto por el aliento de los dioses.
- ¡Larga vida al príncipe! -grito la multitud al unisonó.
Tras aquel grito en los siguientes reinos tanto animales como personas se arrodillaron en señal de respeto para demostrar que lo aceptaban como único y verdadero futuro rey.
En ese preciso momento el aliento de los dioses rodeó el tronco sagrado dando un tótem, una figurita de un pequeño león de madera de naranjo con el que hicieron un collar.
Además, aquel día el príncipe Laertes recibió a su compañero de vida, una pequeña cría masculina de león cuyo nombre era Atlas.
Pasarón cuatro años, en todo ese tiempo la reina se encargó de guiar a su infante con el objetivo de que aquellas palabras de su sueño o tal vez de su recuerdo no fuesen nunca reales.
En ese tercer año los reyes concibieron a su segundo hijo, el segundo en la línea de sucesión, el príncipe Lamec. Y al igual que con su hermano mayor se produjo una ceremonia en la catedral real, pero esta vez no hubo aliento de los dioses.
El tronco sagrado le concedió una cabeza de león hecha con madera de abedul, por supuesto también se le dio una cría masculina de león, el cuarto cachorro del león que fue concebido por los mismos leones que concibieron al león de su hermano.
Y es aquí donde comienza esta balada de pardales, con la formación de esta nueva familia real de Atalanta y su legado.
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Matayrit I (Balada de Pardales)
FantasyEntre lo que se conoce como la aurora o el ocaso en donde se une el océano con el sol, esa fina linea donde intercede el sol más allá de aquellas fronteras se encontraba otro mundo. Puede que esta historia sea como tantas otras que se nos han contan...