31. Museo (!!).

691 42 0
                                    

Isabella

— ¡Chicos, ¿estáis listos ya?! — preguntó Reyes, la madre de Carlos, desde la planta baja de la casa,

— ¡Sí, ya bajamos! — le respondió Carlos.

Él y yo estábamos en nuestra habitación, en la primera planta, y ese día, ya viernes, la familia había decidido ir a visitar un museo de la ciudad todos juntos. Carlos se había puesto una camisa de un azul tan claro que parecía blanco, y unos pantalones negros de traje, mientras yo vestía con una camiseta elegante de cuello en pico de color beige y una falda azul oscura que me llegaba hasta las rodillas.

— De verdad no sabes lo bien que te queda esto — decía Carlos cada dos minutos.

— Bueno, pero las muletas lo estropean.

— No, amor, te ves igual de hermosa — me dijo, dándome un beso.

Entonces bajamos las anchas escaleras muy despacio, y cuando llegamos a la sala de estar, Carlos me devolvió las muletas que había estado cargando y salimos todos juntos para fuera de la casa. Reyes iba vestida con un mono muy bonito, Ana y Blanca ambas con vestido, y Carlos Sr. prácticamente igual que su hijo.

Para llegar al museo, nos separamos en dos coches: Carlos y yo en uno, y las hermanas y los padres de él en otro, aunque llegamos prácticamente a la misma hora. Nos encontramos en las puertas del Victoria & Albert Museum, y entramos juntos a la primera sala de exposición. A pesar de que yo fuera exageradamente lenta, Carlos siempre iba a mi lado, y muchas veces tenía su mano en mi espalda baja para darme un soporte si lo necesitaba. Estuvimos admirando las obras de arte un muy buen rato, comentándolas y hablando de cómo era el sitio y cada una de sus salas.

— Ese escote hace que te veas espectacular, me estoy teniendo que controlar mucho — me susurró Carlos en la oreja mientras admirábamos la mismísima corona de la reina Victoria, una hermosa pieza de joyería plateada con zafiros a su alrededor.

Me limité a reír y a mirarlo, pero su padre interceptó mi mirada romántica y frunció el ceño de una forma divertida, disfrutando de ver a su hijo pasarlo bien a mi lado. Me enrojecí y volví a fijar los ojos en la corona.

— Y esta corona te quedaría genial — siguió Carlos en mi oreja —. Un día te compraré una especialmente hecha para ti.

— Pero entonces tú también tendrás que tener la tuya, no me vas a dejar sola en el papel.

Carlos y yo reímos hasta que su mirada volvió a deslizarse hasta mi pecho por centésima vez.

— ¿Tan increíble me queda? — le sonreí.

— No te imaginas cuanto — dijo flojito antes de girarse hacia su familia —. Chicos, Bella se está cansando de las muletas, vamos ya a la cafetería a descansar un poco, os esperamos ahí, ¿vale?

Carlos puso su mano en mi espalda y me empujó muy ligeramente para que empezara a andar mientras yo me sonrojaba y me quedaba más que sorprendida por lo que acababa de hacer ese chico.

Su familia me dio una mirada de empatía, como si sufrieran por mí, y entonces Carlos y yo salimos de la sala.

— ¿Dónde vamos? — le pregunté riendo.

— Si te digo la verdad, no tengo ni idea. Pero sé que vamos donde no haya gente.

Carlos echó un vistazo a los pequeños carteles que indicaban el camino hacia algunas de las salas, hasta que vio uno algo más pequeñito con un símbolo de limpieza en él. Me sonrió de forma pícara y me dijo que lo siguiera, así que así hice con ayuda de una de las muletas y su brazo, mientras él cargaba la otra. Nos encontramos en un pequeño pasillo con tan solo un par de puertas, y Carlos se acercó a la primera y probó de abrirla sin hacer ruido, aunque la puerta no se abrió. No pude evitar sonreír al ver la situación cuando fue directo a la segunda puerta y, girando el mango, esta se abrió fácilmente. Miró un poco cómo era la habitación por dentro, y entonces, sonriendo, me ofreció la mano para dejarme pasar a mí primero dentro.

Más allá de la Pista - 55Donde viven las historias. Descúbrelo ahora