17. La piscina (!!).

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Isabella

Tomé un taxi hasta el hotel donde me había alojado con Ethan, guardé todas y cada una de mis cosas en la maleta, pasé por secretaría para hacer el check-out y me volví a montar en un taxi para que, esta vez, me llevara al hotel de Carlos.

Él me había dado la llave de la habitación para que pudiera estar ahí hasta que llegase de las reuniones, así que deshice mi maleta encima de la cama y, feliz de por fin tener ropa mía, me puse un bikini negro y me envolví con un albornoz del mismo hotel. Salí de la habitación con poco más que eso, mi teléfono y la llave de la habitación, y entré sola en el primer ascensor que se paró en mi planta, la segunda. Una planta más arriba, la tercera, las puertas del ascensor se abrieron y vi nada más y nada menos que a Max Verstappen esperando a poder subir también para la piscina, vestido en un bañador azul y tan solo una toalla por encima de los hombros.

Se me quedó mirando un par de segundos y entonces me sonrió y pasó para entrar al ascensor conmigo. Lo saludé sonriendo de vuelta mientras las puertas se cerraban.

— ¿Eres Isabella? — me preguntó, mirándome.

— Sí, periodista. Encantada.

— Max Verstappen — me dijo, como si no esperara que yo ya lo supiera —. Ya decía que me sonabas de algún lado. También has estado hoy en el paddock, ¿no?

— Sí, he ido a documentarme sobre cómo es el día posterior a la carrera — le conté mientras alcanzábamos la quinta planta: quedaban tres para llegar a la de la piscina.

— Oh, bien. Vi un par de entrevistas tuyas con Sainz — al escuchar ese nombre, noté como me sonrojaba, aunque traté de disimularlo lo mejor que pude —. Es un gran piloto, el domingo realmente luchó por su puesto.

— Pienso lo mismo. Es todo un honor poder entrevistarlo tan a menudo.

— ¿Así que es verdad? — preguntó él.

— ¿El qué? — dije, confusa.

— Que estáis juntos.

— Em. No, no. Nuestra relación no supera lo profesional — le respondí, intentando sonar lo más segura de mis palabras posible.

Él asintió con la cabeza, como si la respuesta le pareciera bien. Llegando a la octava planta, las puertas del ascensor se abrieron y Max y yo caminamos hasta las puertas de la piscina exterior. Estaba en el borde del edificio, como si fuera un balcón, y se podían admirar las hermosas vistas de la ciudad de Singapur desde gran altura.

— Y ¿cómo es que estás alojada aquí? Pensaba que solo había pilotos.

Saqué la mirada de las vistas y me giré para volver a ver a Max, que estaba dejando su toalla y chanclas bajo un banco de metal.

— ¿Es malo que esté yo también? — dije, riendo.

— No, no, no. Era solo por curiosidad — respondió rápidamente mientras su cara se enrojecía por la vergüenza.

— Tranquilo. Ferrari me ha permitido alojarme aquí.

— Claro — asintió, sin pronunciar ninguna palabra más.

Yo también me deshice de mis pertenencias y las dejé encima de otro banco, algo más cerca de la entrada. Entonces, despacio entré a la piscina, que estaba a perfecta temperatura, debo decir, y me relajé unos minutos ahí.

Max también estaba nadando, claro, pero él no dejaba de hacer piscinas, arriba y abajo, de un lado al otro del recinto, mientras yo tan solo me relajaba y miraba por encima de la ciudad. Cuando ya estuve cansada, salí de la piscina y me sequé un poco con la toalla antes de agarrar de vuelta mi móvil y llave. Miré la hora: eran las seis menos cuarto.

— Me voy, Max. Ha sido un placer — le sonreí desde fuera de la piscina.

Él se giró para mirarme y me sonrió de vuelta.

— ¡Adiós, nos vemos!

Bajé por el ascensor tapada con el albornoz y el pelo chorreando de agua y, acercándome a la habitación, vi que alguien estaba esperando en mi puerta. Me extrañé pero entonces vi que, debajo una chaqueta negra que vestía, llevaba una camiseta roja de Ferrari. Sonreí y corrí como pude con las chanclas hasta él.

— ¡Carlos! — le dije, lanzándome a sus brazos.

— ¡Bella! Estás empapada — rio, intentando deshacerse de mí —. Venga, que te estaba esperando porque no tenía otra llave y aún me tengo que duchar — me sonrió.

Pasé la tarjeta por el detector de la puerta y esta se abrió. Carlos y yo entramos, cerrando la puerta detrás nuestro, y nos dimos un bonito beso después del largo día de trabajo.

— ¿Ha estado bien la última reunión? — le pregunté aún con el albornoz.

— Bueno, aburrida como todas — me sonrió —. ¿Tienes ganas de ir a la cena de Charles?

— Muchas.

Mientras él se sacaba la chaqueta y la dejaba encima de la silla, yo me deshice del albornoz e intenté desenredarme un poco el pelo con los dedos. Carlos, al girarse y verme en bikini, no pudo disimular una sonrisa pícara.

— Bonito bikini — dijo acercándose.

— Gracias.

Carlos me agarró de las caderas mientras yo abrazaba su cuello y le daba un beso.

— Mm... Tendríamos que entrar a la ducha, ¿no te parece? — me dijo él a pocos centímetros de mi cara.

— ¿Tendríamos? ¿En plural? — le sonreí.

— Solo si me permites hacerte compañía... y algo más que compañía.

Me reí fuerte mientras le pegaba suave en el pecho.

— Bueno, yo sí que voy a la ducha, pero creo que tú no quieres destrozarte la ropa. Si quieres venir cuando estés listo... haré como si no me lo esperara — le di un último beso rápido y entré al baño.

Me saqué el bikini y me puse bajo la ducha, dejando que el agua me resbalara por el cuerpo. No tuve que esperar más de medio minuto para escuchar a Carlos entrar al baño y colocarse delante mío en la ducha. Abrí los ojos y vi que los suyos hacían esfuerzos para no bajar la mirada. Me acerqué mojándole el pecho con las manos y, por sorpresa, noté algo de entre sus piernas contra mi muslo y sonreí.

— Tan solo me has visto — le dije, refiriéndome al estado de su "amigo".

— ¿Qué quieres que le haga? Eres lo más hermoso que he visto nunca.

Le besé suave en los labios y él me siguió el gesto. El agua nos acariciaba los cuerpos, caía a través de nuestro pelo e hidrataba nuestros labios. Carlos me agarraba de las nalgas y yo tocaba su pecho, cosa que escaló rápido cuando una de sus manos empezó a tocarme bajo el rociado del agua. Yo, disfrutándolo, le gemía en la boca mientras, con una mano, tocaba su pelo empapado y, con la otra, le acariciaba los abdominales bajos hasta llegar a su miembro.

Entonces su mano libre se movió para poder tocarme los pechos al mismo tiempo que también dejaba ir gemidos suaves con su voz grave. Carlos entonces me apoyó contra la pared, y dejó de besarme por un segundo para mirar mi cuerpo y poder entrar dentro mío, haciendo que yo abriera la boca de placer mientras apretaba mis uñas en su espalda. Él se movía fuerte, sabiendo exactamente lo que me gustaba más, y el hecho de verlo bajo la lluvia de agua, con su pelo empapado y las gotas deslizándose por su cuerpo, me excitaba aún más.

Unos minutos de gritos y movimientos después, Carlos tuvo que salir de mí justo a tiempo para terminar fuera, pero a pesar de eso siguió tocándome con los dedos hasta que, tan solo unos segundos después, terminé yo también, aún apoyada en la pared.

Ambos descansamos en el suelo de la ducha unos segundos, respirando pesadamente pero con sonrisas en nuestros labios.

— Eres increíble — dije, bajito, muriéndome de vergüenza por esas palabras pero contenta con la verdad que llevaban.

— Igualmente — Carlos se levantó, me mostró una mano, con la que me ayudó a levantarme, y me dio un tierno beso —. Aunque ahora ya tendríamos que ducharnos de verdad — me dijo en un tono tierno.

— Tienes razón.

Más allá de la Pista - 55Donde viven las historias. Descúbrelo ahora