13. Luces azules y violetas.

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Isabella

— No entiendo por qué te inventas tantas cosas — me gritaba Ethan en nuestra habitación de hotel —. ¡Si te quieres ir con el piloto dímelo y ya! Te acabarás cansando de él.

— No es solo eso, Ethan. Tú siempre me has tenido encerrada en una celda sin dejarme ni tan solo respirar. Y ahora más que nunca necesito tomar aire.

A mi favor, Ethan estaba en el otro lado de la habitación del hotel, así que no era demasiado probable que se acercara para pegarme o nada por el estilo. Las lágrimas me habían ocupado los ojos desde hacía ya unos minutos, y estaba apretando el teléfono con mi mano mientras hacía enormes esfuerzos por ponerle palabras a lo que estaba sintiendo.

— Pues como quieras, Isabella. ¿Me quieres dejar por algo temporal? Hazlo. Atrévete. Solo dime que me vaya y no vas a oír nada más de mi. Total, tampoco es que seas la joya de la corona. Yo también tengo a alguien esperándome para darle una buena follada.

Esas palabras debilitaron algo de mi. No es que no las esperase, sinó que no le veía capaz de decírmelas a la cara. Ethan me seguía mirando fijamente con los ojos rojos, y sus venas se habían vuelto más notables por el estrés.

— Venga, Bella — me confundió que me llamase así —. ¿No es así como te llama él en las entrevistas?

Me quedé sin palabras. ¿Por qué carajos se había fijado en eso?

— Dime que me vaya. Dime que no me quieres ver más. Dime que estos cuatro años han sido un chiste para ti tanto como lo han sido para mí.

Tomé aire mientras la vista se me nublaba por las lágrimas llenando mis ojos.

— Vete, Ethan — él se quedó dónde estaba —. ¡Vete! — grité mientras las lágrimas me resbalaban por las mejillas — ¡Vete de aquí! ¡No me toques, no me mires, no vuelvas a aparecer en mi vida!

Ethan tomó su maleta, que ya había preparado porque en teoría era el día que juntos abandonábamos la ciudad, y me echó una última mirada llena de rabia antes de irse por la puerta y cerrarla bruscamente tras suyo.

Dejé ir un enorme suspiro que no sabía que había estado reteniendo, y me tiré encima de la cama, cerrando los ojos. Al cabo de unos minutos, cuando ya había conseguido canalizar mis emociones y sentirme segura de lo que acababa de hacer, me sequé las lágrimas y, levantando mi torso y sentándome en el borde de la cama, desbloqueé mi móvil para enviarle un mensaje a Carlos.

Toqué su número de la lista de contactos y empecé a escribirle. Para mi sorpresa, él me respondió casi al segundo.

"Carlos, soy Isabella. Ya lo he hecho" le escribí.

"¿Cómo estás?" me respondió.

"Bien, pero necesito despejarme y olvidar un poco todo este lío"

"Entiendo"

"¿Estás en el club, como me prometiste?" le pregunté.

"Sí"

Sonreí a la pantalla cuando me respondió eso por dos cosas: primero de todo, porque había cumplido su promesa y estaba celebrando su gran victoria y, en segundo lugar, porque entonces supe qué planes hacer esa noche.

"Pues espérame." contesté.

Me sonreí a mí misma mientras bloqueaba el móvil de vuelta y abría el armario, echando un vistazo a mis vestidos. Al final me decidí por ponerme uno negro, ajustado y hasta medio muslo, que dejaba también mis hombros descubiertos. Me maquillé con sombras de ojo oscuras para que combinase con mi vestido, además de un llamativo pintalabios rojo, me peiné y me puse zapatos de tacón bajo, y salí de la habitación con tan solo un pequeño bolso con todo lo necesario.

Más allá de la Pista - 55Donde viven las historias. Descúbrelo ahora