CAPITANA ROJAS

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Londres la recibió con el frío y la elegancia que siempre había imaginado. Aitne Rojas, ahora Capitana de la Central de Operaciones Especiales en Colombia, había sido trasladada a la sede de Londres tras los rumores de reorganización en la Central. No era un traslado cualquiera, y lo sabía. Detrás de todo esto estaba Christopher Morgan, un hombre cuya reputación le precedía.

Los rumores de su crueldad, su habilidad para manipular y su astucia en el campo militar eran tan legendarios como sus ojos azul acerado. Christopher no era un hombre fácil de leer, pero Aitne había aprendido a no dejarse intimidar por las apariencias. Su pasado en Colombia la había preparado para enfrentarse a lo peor, y Londres no sería diferente.

Desde el momento en que pisó la Central, sintió la mirada de Morgan sobre ella. No era una simple bienvenida; era un escrutinio. Sabía que él la estaba observando desde el primer segundo, evaluando cada uno de sus movimientos, buscando alguna debilidad que pudiera explotar.

El primer encuentro formal no tardó en llegar. Aitne había recibido una citación para reunirse con él en su oficina. Caminó por los pasillos llenos de historia, pero también de intrigas, mientras sentía que algo en el ambiente pesaba sobre ella.

La puerta de la oficina se abrió lentamente y allí estaba él, de pie junto a la ventana, mirando hacia las luces de la ciudad. Se giró para mirarla con esa sonrisa ladeada que hacía temblar a cualquiera, pero Aitne mantuvo la calma.

—Capitana Rojas —dijo Morgan, su voz tan suave como peligrosa—. Bienvenida a Londres. Espero que el viaje haya sido... cómodo.

Aitne no respondió al cumplido. Sabía que nada de lo que él decía era simplemente cortesía.

—Gracias, Coronel Morgan. Prefiero hablar de por qué estoy aquí —contestó con firmeza, sabiendo que lo último que necesitaba era caer en sus juegos de poder.

Christopher se acercó lentamente, rodeando su escritorio como un depredador acechando a su presa. Su mirada nunca se apartaba de ella, evaluándola, sopesando sus palabras antes de responder.

—Oh, claro, Aitne. Estás aquí porque te necesitamos. La Central de Londres tiene problemas, y tu reputación te precede. Eres una de las mejores... y una mujer que sabe lo que quiere. —Dio un paso más cerca, invadiendo su espacio personal—. Y yo respeto eso.

Aitne cruzó los brazos, manteniendo su compostura. Sabía que este hombre no la respetaba realmente, solo buscaba ver cómo reaccionaría. Estaba segura de que la provocación era parte de su estrategia.

—¿Y qué es lo que realmente quieres de mí, Christopher? —dijo, sin retroceder un solo paso.

La sonrisa de Christopher se amplió, pero sus ojos se oscurecieron con una mezcla de lujuria y dominación.

—Quiero que trabajes conmigo. Que aceptes que en este lugar, las reglas son diferentes. Yo soy quien manda aquí, y si juegas bien tus cartas, podrías obtener... grandes beneficios.

Aitne no pudo evitar soltar una pequeña risa sarcástica. No era la primera vez que alguien intentaba intimidarla, y Morgan no sería el último. Pero el desafío estaba lanzado.

—Lo que tú consideras beneficios, coronel, no son necesariamente lo que yo busco. Pero estoy aquí para cumplir con mi deber, nada más.

Christopher la miró intensamente, claramente disfrutando del enfrentamiento. Pero antes de que pudiera responder, una alarma en su oficina interrumpió el momento. Era una llamada de emergencia.

—Parece que nos han interrumpido. Pero no te preocupes, Capitana Rojas, tendremos más tiempo para... conocernos mejor —dijo él, con una mirada que prometía mucho más de lo que decía.

Aitne salió de la oficina con una sensación extraña en el pecho. Sabía que Christopher Morgan no se detendría ahí. Él era un hombre que siempre conseguía lo que quería, pero ella no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente. La batalla de poder apenas comenzaba, y en este juego, solo había una regla: el que flaquea, pierde.

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