Aegon III El Rey Roto. XI

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Washing Machine Heart - Mitski.

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(P1)

La guerra había terminado, y era momento de que el hijo legítimo de Rhaenyra Targaryen tomara el trono de hierro, al igual que una esposa que prevaleciera con la sangre noble. Alguien de su propia familia.

Y no había nadie más acorde que la pequeña Aemarys, su hermana por parte de ambos padres. Unos dos años más grande que él, los maestres decidieron unirlos en matrimonio, sellando su sangre en las frentes del otro y llevando consigo una corona de flores silvestres que los pequeños sirvientes cortaron con obligación.

Después de demasiadas lunas, ambos cumplieron 16 y 18 años. Los del consejo no habían logrado que tuviesen hijos, ni siquiera que lo intentaran. Solían mantenerse con lejanía, ambos estaban rotos por dentro y fuera. No tenían familia más que ellos mismos, pero tampoco podían actuar como hermanos normales, se veían obligados a cumplir una encomienda que no deseaban.

Alguna noche perdida para los exploradores que intentaban buscar más sangre Targaryen, los hermanos se encontraban cenando en un silencio poco desconocido. Todo el comedor decorado con recuerdos de la reina Rhaenyra y el rey consorte, Daemon. Al igual que sus hermanos fallecidos.

Los altos mandos habían acordado en dejarlos solos durante las cenas, para que al menos se sintieran en confianza y pudieran hablar un poco. Pensaban que funcionaba, pues ambos sonreían después de cada comida. Pero no era así.

Pero... esa noche. Una piedra de obsidiana pareció golpear el corazón de Aegon, haciendo que, de nuevo, volviese a palpitar.

— ¿Cómo te has encontrado todo este tiempo, hermana? — preguntó el varón, tartamudeando de vez en cuando.

Ella no pudo evitar sorprenderse, haciendo que sus cubiertos de plata cayesen en la mesa de madera. — ... bien, hermano. ¿Y tú? — regresó la pregunta, creando una unión visual.

— Agotado, mentalmente. — respondió, observando su plato lleno.

— Han pasado varias lunas desde la muerte de mamá y el fin de la danza... — evitó el tema durante mucho tiempo, por lo que consideraba necesario volver a abrir una herida que nunca cicatrizaría.

— Toda la casa murió, y necesitamos restablecerla. — contestó, repitiendo las palabras de los viejos ancianos.

Aemarys tartamudeó con pesadez, sabiendo que no quedaría más que acatar sus palabras en algún momento de sus vidas. — Sí. — respondió, volviendo a salir de la habitación con el plato completamente intacto.

La alegría de la conversación no duró mucho tiempo. Pues ahora, se ignoraban incluso mucho más que antes. La reina no lo reverenciaba y el rey la pasaba de largo en los pasillos.

La joven se encontraba tejiendo... el cumpleaños número 17 de Aegon era ese día. Lo recordaba a la perfección, nunca podría olvidar el nacimiento tan desastroso y gracioso que fue aquel.

Bordaba algunos símbolos de rosas encima de una túnica, lista para regalársela a través de alguna doncella. En algún momento, pensó en tallar un dragón con tres cabezas, pero esos animales habían traído una destrucción irreparable. O más bien, sus jinetes. Pero Aegon culpaba a los inocentes reptiles.

Distraída en sus pensamientos y con precisión exacta sobre la tela, un gran maestre entró en la habitación, azotando su puerta.

— Reina Aemarys, lamento el día de hoy. — añadió con un tono preocupante.

La femenina dejó su bordado a un lado, poniéndose de pie y arreglando su falda. — ¿A qué se refiere?

— Usted tiene 19, mientras que el príncipe cumple su edad 17, y aún no tiene herederos. — siguió exigiendo, caminando hacia ella.

— No es el momento exacto, para ninguno de los dos... — respondió, intentando posponer lo inevitable.

— Necesitamos linaje real, su majestad. — algunas sirvientas interceptaron la habitación cuando finalizó sus palabras. — Las mujeres la ayudarán a alistarse... será el regalo de nuestro rey.

La mujer observó de reojo su tejido, deseando haber tenido un poco más de tiempo para lograr acabarlo a su totalidad... una flor negra quedó incompleta.

Las sirvientas pusieron vestidos rojos de seda sobre su delgado cuerpo, arreglando sus cabellos y alistándola completamente.

Mientras tanto, los guardias la escoltaron hacia la habitación del rey. Sin previo aviso, ésta fue abierta, revelando a un hombre perdido entre sus libros, leyendo sin dirigirle la palabra a nadie durante semanas enteras.

Aventaron a la mujer dentro, cerrando las puertas detrás de ella. Ambos estaban sorprendidos, pues los tomaron completamente desprevenidos.

— Lo lamento... — susurró ella, intentando buscar otra ruta de escape con su mirada.

Pero, de pronto, el rey se puso de pie, caminando hacia ella para detenerse una vez se posicionó de frente. El silencio prevalecía, aunque se situaban sorprendidos por igual.

— Te pareces mucho a mamá con ese atuendo, Aemarys. — mencionó, en un tono mucho más suave y alto que de costumbre.

Sus manos se deslizaron por el cabello blanco de la femenina, tomándolo entre sus dedos y olfateándolo, recordando el viejo olor de su casa intacta.

— Los maestres me indicaron que viniese aquí. — contestó, dando pasos hacia atrás por el nerviosismo.

Sabía que tenían que restablecer el apellido, pero su mente con traumas la dejaba arrinconada en un solo lugar.

— Monté a mi dragón y abandoné a Viserys a su suerte. — habló, apartándose para tomar asiento frente a una mesa de madera.

— ¿De qué hablas, hermano? — preguntó ella, caminando junto a él.

— Lo más cercano que tengo a mi madre es a ti... pero me fuerzan a verte como una actividad reproductiva. — respondió, bajando la cabeza y cubriéndose con ayuda de sus manos.

— Pero yo no soy ella, Aegon... — caminó en voz baja después de decir aquello, situándose frente a él.

Con un movimiento rápido, sus manos se apoderaron de la muñeca de la mujer, atrayéndola consigo para después comenzar a sollozar.

— Pero tienes sus ojos, y su cuerpo... para mí, tú eres ella. — su voz retumbaba en los oídos de Aemarys.

Amaba a su madre, y le dolía ver a su hermano en ese estado.

— Nuestra familia cayó junto con nuestros dragones... lo lamento. — no pudo decir mucho más, no quería alardear.

— No puedo hacer eso contigo, y los maestres tampoco lo entienden a la totalidad. — soltó su muñeca con delicadeza, intentando mostrarse fuerte una vez terminó.

Ella sabía lo mucho que estaba sufriendo, ambos lo hicieron durante todos estos años en los que una guerra sin sentido decidió apoderarse de aquella solitaria casa.

Recogió su vestido por la parte baja, volteando con rapidez y saliendo de la habitación.

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