Aegon III El Rey Roto. XI

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Come Little Children — Erutan. ?

...

(+18)

(P2)

Los días eran incómodos al igual que la lluvia ruidosa encima de lo que era el nuevo castillo apodado: "dragones sin huevos". No había vida, ni siquiera una pequeña sombra de lo que algún día fue la gran casa.

Y los Targaryen que quedaban, se negaban a seguir continuando aquel legado. Hasta que, el que había sido acogido como rey, comenzó a temblar y enfermarse constantemente. Su hermana preguntaba por él a las diaconisas y maestres, pero simplemente no había respuesta.

Algunos días parecía estar mejor, otros aún peor. No le gustaban las sensaciones invasoras, pero estaba preocupado por el estado de su allegado, y también por el reino, el que parecía ir decayendo notoriamente. Las personas de los pueblos no comían, ni mucho menos bebían con la economía de antes. Temerosa ante lo que el futuro depararía, se dirigió a la habitación del albino, el cual se encontraba, como de costumbre, escribiendo.

— Mirada reveladora, inspirando una seductora melodía que adora a la pintora moviendo su lienzo con grandiosidad... no sirve. — escuchó hablar a su hermano, tirando las poesías que escribía al azar.

Una vez la mujer se adentró sigilosamente, tomó asiento a su lado, quedándose en silencio durante unos instantes. En realidad, Aegon supo de su presencia desde antes de que entrase, pero no quería dejarla afuera. Ambos necesitaban un respiro aliviador.

Suspirando pesadamente, reuniendo el valor suficiente, sonrió de lado a lado, aunque tal vez, una expresión demasiado falsa. — ¿Cómo estás, hermano?

— Bien, Aemarys. ¿Y tú? ¿Terminaste el tejido para tus ventanales? — preguntó, sin dedicarle una sola mirada.

— Lo hice... ¿cómo sabías que estaba haciendo eso? — por varios meses, siempre pensó que nunca le prestaba atención a lo que ella decía o hacía.

— Algunas sirvientas me lo dijeron. — sabía que las mujeres no hablaban sin recibir una pregunta, por lo que alzó una ceja misteriosamente.

Los dedos largos y delgados del joven seguían moviendo la pluma cubierta de tinta rojiza, adjuntando una hermosa caligrafía sobre el papel desgastado, sinónimo del tiempo que llevó guardado aquel pergamino.

Después de admirarlo durante algunos segundos, el tiempo se fue perdiendo constantemente. La mujer tenía que hablar, pero no sabía cómo declarar su decisión abiertamente. Aquella fue completamente voluntaria, aunque con motivos poco personales.

— Aegon... — susurró, bajando la cabeza y llamando la atención de todos. — He hablado nuevamente con los maestres. Me advirtieron sobre tu nula alimentación estos días. ¿Por qué te niegas a comer?

— Porque lo merezco. Es un castigo propio por escapar y dejar a nuestro hermano, Viserys, hacia la muerte directa. — anunció sin dudarlo, agachando la cabeza.

La mayor escuchó los rumores, pero tampoco estaba molesta. Es un instinto humano ver por tu propio bienestar, y tampoco lo consideraba algo malo... pero comprendía que para su hermano, era lo peor que pudo haber hecho en una guerra. Abandonar a tu propia familia, la que estaba en riesgo de desaparecer por completo.

— Viserys estaría orgulloso de ti al verte gobernar el reino... — murmuró ella, acomodándose.

— El que gobierna ni siquiera soy yo, hermana. No tengo el valor que tenía nuestro hermano Jacaerys para ser rey... — volvió a declarar otra cosa, arrojando la pluma a un lado.

La albina se había molestado por sus últimas palabras, llevando su man hacia la mandíbula del varón, obligándolo a mirarla.

— Cualquier persona quisiera tener la fuerza que tienes tú para seguir de pie y enfrentar un trono fantasma. — regañó al más alto, intentando que acomodara sus pensamientos positivos.

ONE SHOTS | HOUSE OF THE DRAGON, GAME OF THRONES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora