montañas

14 0 0
                                    

El viento frío de las montañas nevadas del norte susurraba entre los árboles, cargando consigo copos de nieve que caían suavemente desde el cielo gris. El paisaje era impresionante, con picos cubiertos de blanco que se alzaban hacia el cielo como gigantes guardianes de la tierra. Kei Tsukishima, envuelto en su gruesa chaqueta, observaba el paisaje con una mezcla de admiración y calma. Había decidido tomarse unas vacaciones de su vida en la ciudad, buscando un poco de soledad en las alturas.

Tú también habías decidido escapar a las montañas, buscando una aventura en medio del invierno. El aire fresco y el silencio del lugar te habían atraído desde el primer momento, y no podías esperar a explorar más de los senderos que se entrelazaban por el terreno montañoso.

Ambos eran turistas en este remoto paraje, desconocidos que habían llegado a las montañas en busca de diferentes cosas, sin saber que el destino los uniría de una manera inesperada.

Había comenzado como una caminata tranquila, pero a medida que avanzabas por el estrecho sendero, te diste cuenta de que las condiciones del terreno eran más peligrosas de lo que habías anticipado. La nieve bajo tus pies era inestable, y el sonido de rocas crujientes comenzó a llenarte de una inquietud creciente.

No estabas sola en el sendero. Tsukishima, que había comenzado su ascenso desde un punto más bajo, había estado caminando no muy lejos detrás de ti. Aunque no habíais intercambiado palabras, ambos estaban conscientes de la presencia del otro. No obstante, cuando el sonido de un estruendo profundo rompió la tranquilidad del lugar, todo cambió en un instante.

Un derrumbe de nieve y rocas comenzó a deslizarse montaña abajo, amenazando con arrastrar todo a su paso. Sin pensar, ambos comenzaron a correr, luchando por mantener el equilibrio en el terreno traicionero. Pero no importaba cuánto corrieran, la avalancha era implacable.

En medio del caos, tropezaste y caíste, perdiendo tu equilibrio en la nieve resbaladiza. Antes de que pudieras levantarte, sentiste una mano firme agarrándote del brazo, tirando de ti con fuerza. Miraste hacia arriba y te encontraste con los ojos de Tsukishima, serios pero llenos de determinación.

—¡Levántate! —gritó por encima del rugido del derrumbe, tirando de ti hacia un pequeño refugio natural entre las rocas.

Con su ayuda, lograste ponerte de pie y ambos corrieron hacia la pequeña cueva formada por las rocas, apenas lo suficientemente grande para resguardarse de la avalancha. Se refugiaron en el estrecho espacio justo a tiempo, sintiendo cómo la nieve y las rocas pasaban por delante de ustedes con una fuerza brutal.

Por un momento, todo fue oscuridad y ruido ensordecedor. Pero poco a poco, el sonido comenzó a desvanecerse, hasta que solo quedó el pesado silencio de la nieve que había caído alrededor de ustedes. Ambos respiraban con dificultad, el corazón latiéndoles con fuerza en el pecho.

—¿Estás bien? —preguntó Tsukishima, su voz más tranquila pero aún cargada de preocupación.

Asentiste, todavía recuperándote del shock.

—Sí, gracias a ti —lograste decir, tus palabras apenas un susurro—. Si no hubieras estado ahí, no sé qué habría pasado.

Tsukishima se apoyó contra la pared de roca, dejando escapar un suspiro de alivio. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ahora mostraban un rastro de preocupación genuina.

—Solo tuve suerte de estar cerca —respondió con su habitual tono neutral—. No podíamos quedarnos allí, el derrumbe habría sido peor.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, escuchando los sonidos de la montaña, ahora calmados después del caos. Estaban atrapados, pero al menos estaban vivos, y eso era lo que importaba en ese momento.

—Gracias —dijiste finalmente, mirando a Tsukishima con gratitud—. No sé cómo agradecerte lo suficiente.

Tsukishima te miró de reojo, esbozando una leve sonrisa que apenas curvó sus labios.

—No necesitas agradecerme. Lo importante es que estamos bien.

Pasaron las horas en esa pequeña cueva improvisada, conversando para pasar el tiempo y mantenerse conscientes mientras esperaban que el clima mejorara o que alguien los encontrara. A medida que hablaban, la frialdad de Tsukishima se fue desvaneciendo lentamente, revelando a alguien que, aunque reservado, tenía una profunda comprensión del mundo y una inusual calidez en su interior.

Lo que había comenzado como un día de exploración solitaria se había convertido en un encuentro inesperado entre dos desconocidos. A medida que la noche caía sobre las montañas, ambos supieron que, aunque el camino de regreso sería difícil, no estarían solos en el viaje.

One shots- Kei Tsukishima Donde viven las historias. Descúbrelo ahora